«Los premios no te dan de comer ni pagan las facturas»: la paradoja del diseñador famoso al que no le salen las cuentas
La moda jamás había ofrecido tantos alicientes para emprender carrera en ella. Pero no siempre cumple lo que promete.¿Qué diferencia en 2023 un proyecto triunfador de otro no tan exitoso?
Cuarenta mil dólares por orquestar un desfile en un viejo galpón de Brooklyn son muchos dólares. Sobre todo cuando no te salen las cuentas. Con apenas 370 pavos en el banco, Elena Velez tuvo que recurrir al fondo de pensiones de su madre, capitán de barco mercante retirada, para poder presentar su colección otoño-invierno 2023-24 el pasado febrero, durante la Semana de la Moda de Nueva York. “Siempre ha sido así. Es como subir una cuesta todos los días, año tras año”, le contaba en mayo a The New York Times en una entrevista reveladora: ni las más jaleadas estrellas del momento se libran de la amenaza de la bancarrota. Velez es el penúltimo ejemplo de cómo emprender carrera a tu nombre en la industria del vestir puede costarte no solo los ahorros de una vida, sino también la salud, física y mental. A sus 28 años, cinco de negocio, la creadora de Milwaukee cruza el firmamento de la moda como una supernova, dueña de un discurso poderosísimo en el que refiere disrupción de género, etnia y, sobre todo, clase, que ha llevado la realidad del llamado Rust Belt, el deprimido cinturón industrial del nordeste de Estados Unidos, hasta el patio de recreo favorito de ricos y famosos con unas prendas que no ocul-tan la rabia —y hasta la violencia— con las que fueron concebidas. El consejo de diseñadores estadounidenses (CFDA) la reconocía en 2022 con el premio al talento emergente. Al día siguiente, ella subía a su Instagram una foto de su hija pequeña y una solicitud: que muy bien el galardón, pero que si podían proporcionarle puntos de venta en su lugar. “Los premios no te dan de comer ni pagan las facturas”, esgrime, consciente de la posibilidad de tener que echar el cierre. La modelo que abrió furiosa aquel desfile en Brooklyn blandía el trofeo como un arma arrojadiza.
“No sé para qué gasto en estas superproducciones que pa-ecen un concierto de los Rolling Stones si luego aquí nadie me compra”, se sinceraba Alejandro Gómez Palomo con este periodista, no hace demasiado. El cordobés también recurrió a la ayuda paterna para consolidar la firma que lanzó en 2015, Palomo Spain, y que ha crecido hasta un 200% en estos dos últimos años gracias a un ventajoso posicionamiento en tiendas digitales como Ssense y Farfetch. Eso, y una buena estrategia de comunicación, que pregona lo mucho que lo quieren los estilistas para vestir a celebridades del alcance de Beyoncé o Harry Styles. Hacer concesiones comerciales más o menos lucrativas como una línea de gafas para Multiópticas o prestarse al juego de la televisión (sí, su paso como copresentador de Maestros de la costura fue por dinero) también ayuda. “Lo difícil no es llegar, sino mantenerse”, dice, repitiendo un mantra común a cualquiera con etiqueta propia.
La lista de diseñadores que han tirado la toalla es interesante y no solo por lo que supuso el confinamiento, las restricciones y los retrasos en las entregas durante la pandemia. A Thakoon Panichgul le sirvió de poco haber sido el protegido de Anna Wintour cuando no le quedó más remedio que cesar su firma, Thakoon, en 2017, después de que su inversor (la hongkonesa Vivian Chou, hija del magnate textil Silas Chou) pisara el freno. El tailandés afincado en Nueva York lo volvió a intentar en 2019, con una colección de precio asequible y venta directa en su web bajo el paraguas de un nuevo dueño, la empresa Naadam Inc. (célebre en Estados Unidos por sus prendas de cachemir low cost), que tampoco duró. De la marejada no se han librado ni pesos pesados de la industria, como Derek Lam o Zac Posen, al que ni todas las actrices y modelos que han paseado sus vestizados por alfombras rojas y fiestas le han solucionado la papeleta: prometerle a tus socios capitalistas que eres rentable sin atender a la realidad de tu plan de negocio. Los problemas de liquidez, que al parecer no puede pagar ni a proveedores ni empleados según un demoledor artículo publicado por el portal The Cut, tendrían también contra las cuerdas a la fenomenal Pyer Moss de Kerby Jean-Raymond, un globo sonda hinchado por la prensa, según el mismo texto.
Teniendo en cuenta la situación, se entiende que el refugio de quienes buscan hacer o prolongar su carrera en la moda pase por diseñar para otros, mejor si se trata de algún buque insignia del lujo. La jugada le ha salido redonda a Raf Simons, especialista en coger el dinero y correr, de sus primeros días a finales de los noventa como consultor en Ruffo Research a Dior, pasando por Jil Sander y Calvin Klein, inyectando capital en la que fue-ra su venerada firma homónima por el camino. Ahora que su futuro en Prada parece firme —de momento, como cocreador junto a Miuccia—, no ha tenido reparos en finiquitarla sin ma-yores explicaciones, aunque hay quien apunta a los problemas financieros que arrastraba a pesar del culto que la rodeaba. Con todo, la dirección creativa de altos vuelos tampoco garantiza la permanencia, desde luego no si tu trabajo no vende lo deseado: a Ludovic de Saint Sernin ha estado apenas un año al frente de la reflotada Ann Demeulemeester, de la que salió a finales de mayo. Un caso similar al de Charles de Vilmorin, otro joven reclutado por el sistema tras causar sensación con su nombre en la semana de la alta costura y al que Rochas no le renovó el contrato (ese eufemismo) en abril.
Suerte que Vilmorin, igual que un Harris Reed entregado desde septiembre de 2022 a Nina Ricci, cuenta con respaldo familiar: ya ha anunciado que regresa al calendario de la costura, a principios de julio. “Es duro verte solo, rodeado de gente que sabes que está ahí gracias al apoyo económico familiar mientras tú tienes que decidir si comprar telas o comer”, reconoce el británico Patrick McDowell, genuino working class hero que consiguió lanzar su enseña pidiéndole a Burberry que le regalara sus excedentes textiles. Con un modelo de negocio adecuado a sus posibilidades, confecciona bajo pedido en lugar de producir a destajo, una práctica en sintonía además con su ética profesional que le ha servido para convertirse en director creativo de sostenibilidad de Pinko. “La única manera de darle la vuelta al sistema es dejar de medirlo todo en función de los resultados financieros”, concluye. “O sea, anteponer nuestro bienestar y, de paso, el del planeta, al dinero”.
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