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La crucial lección (y el error) que deja el divorcio de Amber Heard y Johnny Depp

La actriz dona a instituciones benéficas que asisten a las víctimas de malos tratos los 7 millones de dólares de su divorcio con el actor.

Amber Heard Johnny Depp
Getty

Uno de los mitos más bochornosos con que el machismo dominante insidia a las mujeres expresa que el despecho femenino suele regocijarse dejando en números rojos a los hombres en general y los ex maridos pudientes en particular. Durante los dos últimos meses, ese mito ha convertido a Amber Heard en la sospechosa de querer aprovecharse económicamente de su divorcio con Johnny Depp cuando, en realidad, era la denunciante de una larga lista de agresiones físicas y psicológicas por parte del actor.

El patrón del que hablábamos en junio, – tabloides insinuando que Heard fingía malos tratos para obtener una separación más ventajosa de su divorcio con Depp; amigos del actor ironizando sobre las dotes interpretativas de Heard; loas a la serenidad del pirata del Caribe…– ha seguido operando hasta estos días. Sin embargo, el a priori irrelevante divorcio de una actriz emergente y un actor consagrado puede convertirse en un ejemplo de que la dignidad no se compra y sin embargo tiene un precio: en este caso los 7 millones de dólares de su divorcio que Heard ha decidido donar al American Civil Liberties Union and the Children’s Hospital of Los Angeles, una institución que se ocupa de víctimas de malos tratos.

Se trata de una peineta, un zasca, un punto y final con moraleja que solo se entiende analizando el relato de cómo Amber Heard ha sabido emplear el dinero para tratar de demostrar que decía la verdad. Ha dado igual que denunciase. Han dado igual las fotos del rostro amoratado de la actriz. Ha dado igual que se filtrase un vídeo que dejaba en evidencia la agresividad de Depp con un par de copas de más. Ha dado exactamente igual que todos fuésemos testigos de que se la estuviese juzgando. El proceso de victimización secundaria por el que la víctima es agredida por la opinión pública ha colonizado la cobertura mediática de un divorcio en el que ella era una mujer capaz de destrozar la buena reputación, es un decir, de su marido con tal de vengarse y de paso llevarse algún millón extra porque a los hombres, ya se sabe, se los denuncia en falso cada dos por tres con fines espurios.

En la presentación de ‘Diarios del ron’, la película en la que los dos actores se conocieron.
En la presentación de ‘Diarios del ron’, la película en la que los dos actores se conocieron.Getty

La anterior antología del despropósito es posible por muchos motivos. En particular porque hay quien piensa que ‘hacerse la víctima’ es propio de la condición femenina. Es más, que aparecer como una víctima ante medio mundo es una nadería y no una desgracia si a cambio una obtiene un buen pellizco. Cuando cualquier persona de bien observa a otra siendo, ahora sí, víctima de semejante humillación lo que le sale de las entrañas es infundirle a ese ser humano la potencia para mandar al carajo a quien la avasalla. En el caso de Heard, mandar al carajo a buena parte de la prensa internacional y a millones de espectadores no parecía sencillo: era previsible que, acabasen como acabasen el procedimiento legal o los arreglos privados que sus protagonistas decidieran, la historia se difuminase y, con el tiempo, el recuerdo vencedor fuera el del juicio social: “Ah, sí, ella le denunció pero luego cobró los millones de él y ahora está tan contenta”, etc.

Su peineta no es ejemplar porque logre borrar su imagen de mujer interesada. De hecho, el acuerdo al que han llegado implica retirar también los cargos por violencia del historial de Depp y, cuando se trata de malos tratos, solo la justicia debería sancionar o exculpar al supuesto agresor o estaremos dejando a los afectos y sus vicios lo que compete a ley. Tampoco es ejemplar porque el fruto de su tormento vaya a servir para que mujeres y niños víctimas de malos tratos tengan 7 millones de oportunidades más.

La clave para leer el gesto de Amber Heard como un triunfo de la cordura, al menos de su cordura personal, está en el hecho de que el comunicado dice algo tan contradictorio como que “ninguno de los dos ha mentido durante estos meses” y que su relación era “intensamente apasionada”. El eufemismo habla de una de esas relaciones en las que dos personas se hacen trizas con lo que un día llamaron amor. Uno de esos infiernos en los que, al principio las broncas son de aúpa y las reconciliaciones de película. Uno de esos vínculos tóxicos en los que, con el tiempo, dos participan incluso si uno no quiere porque hay otro que tiene el poder, la cólera y la fuerza para que las trizas sean literales, físicas y emocionales, no metafóricas. Una de esas situaciones de las que es dificilísimo salir como sabemos por las estadísticas y los informativos.

El comunicado en el que se informa de la decisión de Heard también está firmado por Depp. El actor se doblega a cambio de evitar los cargos por agresión y rubrica un acuerdo tan digno como astuto. Ella retira la demanda y equivale a comerse un sapo que solo puede digerirse con el ímpetu de quien ha elegido coger las riendas de su vida renunciado a que esa vida sea financiada por quien la hundió.

Amber Heard no solo ha salido de un matrimonio violento. Además ha salido con la cabeza alta y en esa cabeza, hace no tanto, había un pómulo morado y no sabemos cuántos dolores más. Amber Heard ha decidido mandar al carajo a Johnny Depp, a los tabloides que convirtieron a la víctima en sospechosa, a los lectores y telespectadores de medio planeta y a quienes creen en el mito de la mujer oportunista con un acto magistral de empoderamiento y orgullo. No faltará quien sospeche de su gesto o relativice su renuncia.

Heard, con el pómulo amoratado al salir del juzgado y pedir una orden de alejamiento de Johnny Depp el pasado mes de mayo.
Heard, con el pómulo amoratado al salir del juzgado y pedir una orden de alejamiento de Johnny Depp el pasado mes de mayo.Cordon Press

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