Jeanne Gang, la arquitecta que se atrevió con los rascacielos y acabó con la brecha salarial en su estudio
Se formó con Rem Koolhaas y desde 1997 dirige Studio Gang, una de las prácticas más importantes del sector. ‘Time’ la incluye este año en su lista de los 100 personajes más influyentes. Hablamos con ella sobre medio ambiente, el futuro de la arquitectura y su función social.
Dice Jeanne Gang (Belvidere, Illinois, 1964) que «somos criaturas sociales y la arquitectura es una herramienta que puede ayudar a forjar relaciones». Ese mantra la ha acompañado desde que inició sus estudios primero en la Universidad de Illinois y luego en Harvard (donde ahora da clase). De niña quería ser pintora, aunque también le interesaba el trabajo de su padre, ingeniero. «Me gustaba lo tridimensional, hacer cosas como una casa del árbol en el patio, y descubrí que la arquitectura unía arte y ciencia», recuerda.
La italiana Lina Bo Bardi fue su modelo. Con 29 años Gang se instaló en Róterdam para trabajar en OMA con Rem Koolhaas y poco después, en 1997, dejó el famoso estudio holandés para establecer su propia compañía, Studio Gang, en su Chicago natal. Ahora tiene sedes en San Francisco, Nueva York y París, y Time la incluye en su lista de los 100 personajes más influyentes del mundo en 2019, argumentando que «es una catalizadora del cambio».
Desde su oficina central, asegura por teléfono que no sabe por qué es la única arquitecta reseñada en la revista: «Hay muchos que hacen cosas importantes ahora mismo. Supongo que esto significa que Studio Gang va en la dirección adecuada: no tenemos miedo de pensar en otros elementos de la arquitectura, como los problemas que afectan a nuestras ciudades, el cambio climático, la desigualdad, que nuestra práctica debería ser más diversa…». En 2010 ella se convirtió en un referente de esa diversidad: erigió en Chicago Aqua Tower, el edificio más alto construido por una mujer, con 82 plantas y 262 metros. No hay muchos grandes estudios con nombre femenino –el de Gang lleva el suyo y su marido, Mark Schendel, a quien conoció en OMA, trabaja con ella– y muy pocas mujeres han firmado rascacielos. «No tengo ni idea de por qué nuestra profesión decidió dejar fuera la mitad del talento a la hora de hacer edificios altos. Creo que existe un beneficio en tener una aproximación diversa en la construcción. A mí me interesa hacer los rascacielos sociales, acercar a la gente al exterior con balcones, crear comunicación… Es algo que he aportado porque tengo una visión fresca», afirma con convicción.
Gang habla claro y actúa con resolución. Lo mostró el año pasado al escribir un artículo en Fast Company titulado ‘La gran injusticia de la arquitectura’, en el que explicaba cómo había promovido la igualdad en su compañía. «Acabé con la brecha salarial en mi estudio. No teníamos una gran diferencia, pero hallamos una y decidimos cerrarla. Solucionar esto es sencillo y todas las empresas deberían hacerlo, porque la forma definitiva de respeto es pagar a la gente el valor que aporta», subraya. Defiende el trabajo en equipo, le gusta oír lo que otros tienen que decir. Es algo que incorpora en la fase inicial de sus proyectos: conversaciones con los futuros usuarios para ver qué esperan. «Sé que no es lo que nos enseñan en las escuelas, pero hoy en día es más importante que nunca escuchar lo que necesitan las comunidades, eso hace los proyectos más relevantes para ellas», explica.
En septiembre visitó Segovia para participar en el Hay Festival, donde mantuvo una conversación con su compañera de profesión Martha Thorne, sobre el papel de su disciplina hoy en día. Recalca que «sirve para construir relaciones positivas, algo importante en esta época de políticas muy polarizadas, un momento muy difícil para el medioambiente». El cambio climático es una de sus preocupaciones: «Tenemos que pensar en nuestros edificios en relación con este problema que estamos viviendo ya. Por ejemplo, reorganizar las comunidades costeras para que sean más resilentes. Debemos pensar en las desigualdades. Parece que la arquitectura ha diseñado solo para los ricos, pero tiene que pensar en todos, ampliar el espectro».
Ahora afronta grandes encargos, como su segundo rascacielos en Chicago, Vista Tower; la sede en París de la Universidad de Chicago; la ampliación del aeropuerto O’Hare o el nuevo Centro Richard Gilder del Museo Americano de Historia Natural. Pero sostiene que el momento de los arquitectos estrella ha pasado: «Estamos en una época en la que se evalúan los proyectos y lo que aportan a la comunidad más que a su autor. Dicho esto, creo que se busca saber qué nos inspira. Quizá no se trate de esa fascinación por la fama que había con los arquitectos estrella, pero el mundo sigue interesado en la arquitectura porque lo que hacemos tiene un fuerte impacto en la sociedad y el medioambiente”.
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