Yoko Ono tenía otros planes pero no todo el mundo estaba preparado para verlos
El documental ‘Los Beatles: Get Back’ está cargado de matices que aportan una visión alternativa sobre la artista.
Como tantas cosas en la vida, lo importante del documental Los Beatles: Get Back está en los detalles… y Yoko Ono no es el diablo. El prodigioso archivo ofrece un festín de pequeños gestos que aportan jugosas claves sobre la recta final de la banda más famosa del siglo XX y, de paso, sobre la mujer que ha cargado con el molesto y cansino estigma de ser la supuesta culpable de su ruptura. Da igual que el propio Paul McCartney augure con sorna ante la cámara que, encima, la historia la acabará inculpando a ella. No a su mujer, la siempre discreta Linda, ni a la pareja de Hare Krishna que seguía cada paso de George Harrison.
Resulta triste que a estas alturas se siga hablando de Yoko Ono como de una groupie que quería chupar plano y que encima lo hacía a su manera de pérfida asiática. Demasiados prejuicios en un mismo saco. Miembro de una familia de banqueros y aristócratas japoneses, cuando Lennon y Yoko Ono se conocieron, la que estaba en la avanzadilla experimental era ella, una artista conceptual vinculada a músicos como John Cage o al fundador de Fluxus, George Maciunas. Los happenings de Yoko Ono estaban marcados por su radical activismo pacifista y Lennon, siete años más joven, se fascinó con su totémica presencia. Según ella, se enamoró del Beatle por una razón que para cualquiera que vea este documental salta a la vista, se trataba de un hombre muy inteligente y “profundamente atractivo”. Lo cierto es que la actitud de la artista en el documental es extraña, incómoda y desafiante. Icono feminista que ha influido en ídolos de la música como Björk, Sonic Youth o Yo La Tengo, este mes de febrero y coincidiendo con su 89 cumpleaños se lanza el disco tributo Ocean Child: Songs of Yoko Ono. Rebobinando, todo indica que acudió a las sesiones de grabación de Get Back con ideas propias y resulta imposible no reparar en su repertorio, que se puede interpretar como una velada performance sobre el arquetipo de ‘la novia del genio’. Se emplea en tareas rutinarias sin inmutarse: hacer punto mientras los genios crean, leer el periódico mientras los genios crean… O, cuando uno de los genios se aleja del micrófono, soltar como un meme antes de los memes su propia genialidad: sus arcaicos sonidos guturales. Esos gritos que medio siglo después siguen molestando.
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