Jacinda Ardern y el poder de la imagen
Asume políticas atentas a lo que la sociedad necesita, reacciona en el momento, y comprende que se han transformado los espacios —y los modos— desde los que contar.

La imagen que tuitean nos suena por el cine: Beatrix Kiddo, protagonista de Kill Bill, enfundada en su mono amarillo de la venganza. El rostro no es el de Uma Thurman, sino el de Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda. También la he encontrado en el meme del novio distraído —su cara en la de mujer a la que mira: él es «cualquier país del mundo«, la mujer que protesta es «el líder de tu país«— o en mis sugerencias de Instagram, empeñado en que siguiera a una imitadora suya.
Casi todo es memeable, se viraliza: una fotografía o varias con un texto humorístico y que expresa un mensaje potente sin añadir palabra. Jacinda Ardern lo sabe, y muchas de sus decisiones se cuentan en una fotografía. Ardern reaccionó al atentado terrorista contra las mezquitas de Christchurch impulsando una ley que endurecía la posesión de armas, pero también con una visita en la que abrazó a familiares de las víctimas: su imagen al borde de las lágrimas, con la cabeza cubierta por un velo, tiene tanta fuerza que una plataforma ofrece camisetas con ella. Tras el parto de su hija posó sin maquillaje —o sin apenas maquillaje, o con uno que recreaba cierta naturalidad: el poder de la imagen—, feliz pero agotada, en lugar de mostrarse —como dicta el imaginario— lista para retomar horas después del parto su vida antes de quedarse embarazada.
Y aquí la cuestión que la diferencia de otros líderes de su generación: la conciencia del tiempo en el que vive. Asume políticas atentas a lo que la sociedad necesita, reacciona en el momento, y comprende que se han transformado los espacios —y los modos— desde los que contar. No se trata de que genere imágenes como simulación, sino que entiende que son una forma de relacionarse con la ciudadanía, voten o no por ella, y las propicia.
Su historia la conocemos, también se lee en sus fotos: lideró el Partido Laborista en su peor momento, remontó hasta ganar las elecciones y gobernar con los ecologistas, y en octubre consiguió la mayoría absoluta. Lo justifican apelando a su gestión de la pandemia —número bajo de contagios y muertes por el cierre de fronteras, confinamiento y decisiones en las que gana lo social a lo económico—, pero conviene saber que sus prioridades antes de la covid estaban contra la pobreza infantil, la desigualdad social y el problema de la burbuja inmobiliaria; lo que esperas cuando votas por un partido de izquierdas. Jacinda Ardern explica las decisiones del gobierno desde su casa, en directos en redes sociales, y comparte las cartas que los niños le envían, las migas de pan sobre la mesa de su cocina. Se trata de serlo, por supuesto, pero también de parecerlo.
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