Activistas climáticas y feministas: sobre las similitudes entre la opresión a las mujeres y al medioambiente
Cuatro conversaciones. Cuatro luchas. Cuatro enfoques para un mismo activismo compartido. Y una sola tarea: en este 8M, concienciar de que el ecofeminismo es un movimiento al que la sociedad debería estar prestando mucha más atención.
María Laín, Laura Reboul, Luisa Diezma y Houda Akrikez se definen a sí mismas como ecofeministas. Cada una explica el movimiento desde su propia visión y cada una lo cuenta marcada por su propia perspectiva y experiencia vital. Para la feminista desubicada, inmersa en la vorágine capitalista y que a duras penas llega a entender las consecuencias climáticas de sus acciones cotidianas, la pregunta es obvia: ¿en qué consiste el ecofeminismo? Y lo más importante, ¿por qué la crisis climática y ecológica que acecha a la Humanidad afecta de una manera más acuciante a las mujeres?
María, Laura, Luisa y Houda son muy diferentes entre sí, pero comparten el sueño de un futuro mejor y más justo para todas. Las cuatro centran su discurso en los cuidados, en recuperar y resignificar conceptos ligados a la feminidad como la compasión, la comprensión y la empatía. De volver a cuidarse colectivamente. El suyo es un activismo que nace de la necesidad de enlazar el ecologismo y el feminismo. Una teoría que revela un vínculo entre la opresión a la que se han visto históricamente sometidas las mujeres y la explotación del ecosistema y el medioambiente. Ellas siempre han sido, son y serán, las más afectadas. Dicho mal y pronto, las mujeres llegan menos a los puestos de poder y por ello, les es más difícil atajar los problemas que les afectan directamente. Son las mujeres las que van a sufrir violencia de género si llegan a ser refugiadas ambientales. Las que van a tener que cuidar y alimentar a los niños en el caso de una situación de emergencia climática. Entre otras.
María Laín tiene 27 años y un currículum impresionante, tanto a nivel académico, como de activismo climático. El ecofeminismo, según María, “propone una base más transversal que la que tiene el feminismo hegemónico, que abarque a todo ser viviente y al planeta mismo”. Parece una distopía imposible, un capítulo de Black Mirror que se ha pasado de frenada con el optimismo. “Tanto la naturaleza como nosotros, los seres humanos, somos limitados”, sentencia.
El capitalismo contemporáneo, -que define como “obsceno”- y la mentalidad individualista, están entre las raíces del problema. Como expresa María, el paradigma actual, basado en la acumulación, en el beneficio ilimitado, es imposible en un planeta limitado. “Los seres humanos somos ecodependientes e interdependientes unos de otros”. Los seres humanos son conscientes de esta realidad en momentos clave como el nacimiento o la muerte pero luego, tiende a olvidarse. “Si tuviésemos lo que realmente necesitamos, no nos haría falta más”, declara. Para las cuatro, hay una necesidad inmediata de transformar la relación humana con los demás seres vivos y con el medio.
“Tenemos que poner los cuidados en el centro de la revolución”, dice Luisa Diezma. Es la más joven de las cuatro. A sus 18 años, cuenta con una experiencia importante en materia de activismo. Es estudiante de Economía, activista en Extinction Rebellion (XR) y en la oficina de derechos sociales La Ingobernable de Madrid. “Estudiar economía es estudiar la gestión de los recursos. Hay que conocer el sistema para poder destruirlo”. Fue ver los vídeos de Greta Thunberg lo que la hizo darse cuenta: “A partir de escucharla, empecé a leer el informe IPCC. Cuando lees los datos, da miedo”. La ecoansiedad es el término que nace para definir esa sensación de desasosiego derivada de hacerse consciente de los efectos de la crisis climática. Una crisis que ya es una realidad hoy en día. Y un sentimiento, según Luisa, muy común en su entorno, entre los jóvenes de la Generación Z. Ellos son más conscientes que ninguna otra generación anterior, ya que ven su futuro en riesgo. Es Luisa también la primera que me habla de extinción, directa y sin tapujos: “Es una posibilidad real, que por nuestro consumo vayamos a provocar la extinción de la raza humana. Hay que hacer algo ya, las vidas de la Generación Z van a estar influidas a peor y posiblemente, destruidas por esto”.
Laura Reboul nació en 1997. A sus 23 años, también pertenece a la misma generación. Estudia Ciencias Ambientales y colabora en Greenpeace desde los 18 años. Especializada en el área de educación, en divulgación y socialización ambiental, trasmite una pasión por cambiar las cosas que se contagia. “Desde el ecofeminismo hablamos de una explotación y una dominación de la naturaleza, que es similar a la que se hace con las mujeres en el Patriarcado. Se entienden como recursos que se pueden consumir”, explica. Para que un hombre pueda ser productivo, necesita que las mujeres hagan ese trabajo no remunerado e invisibilizado. Criar, lavar, planchar, limpiar o dar soporte emocional. Roles histórica y tradicionalmente asumidos por las mujeres. Esa división entre que el hombre ocupe la parte productiva y la mujer la parte reproductiva, es algo crucial. Además, la incorporación de las mujeres al mercado laboral, ha derivado en la llamada doble jornada laboral de las mujeres. “Nos hemos incorporado al mercado laboral pero, ¿a costa de qué? De ser productivas y reproductivas. Doblemente explotadas”. En el mejor de los casos, esos cuidados se subcontratan. “Contratamos a una mujer, emigrante, desprotegida, que ha dejado de cuidar a su núcleo para cuidar al tuyo”, continúa Laura Reboul.
Lo primero, para poder atajar el problema, es no culpabilizar. “Hay margen de maniobra y de mejora, debemos ser compasivas”. Pero hay que entender que es algo en lo que nos va la vida. A la Humanidad como especie y al planeta como ecosistema. “Los cambios individuales van muy unidos a la movilización colectiva. Cuando haces cambios en tu forma de vivir y de actuar, tu entorno te observa y sirves de ejemplo”. Es un cambio lento, pero hay que hacerlo para que todo vaya sumando.
Abrir los ojos a las realidades
Quien sí necesita un cambio pero de manera urgente, es Houda Akrikez. La pobreza energética, de la que todas hablan a título conceptual, es algo que ella vive en primera persona. Houda es mediadora cultural, presidenta de la Asociación cultural Tabadol y ante todo, una mujer magrebí, musulmana, madre y, tras muchos años de lucha, todo un referente para su comunidad. Se desvive desde hace años por hacer llegar al mundo la violación de Derechos Humanos que sufren en su barrio, la Cañada Real. Reparte su tiempo entre conferencias, charlas, cuidar de su familia y de su entorno, movilizarse y plantarse ante quien haga falta, para hacer que su realidad llegue a la prensa y a las universidades como caso de estudio. Akrikez habla de una coyuntura desconocida para la ciudadana de a pie: “Nadie se imagina que tenemos al tercer mundo a veinte minutos de la Puerta del Sol”. La gente mira hacia otro lado, es una verdad incómoda.
Poco amiga de las etiquetas, dice que cuando empezamos a clasificarnos y a dividirnos, es cuando falla el activismo. Su día a día es bastante diferente al de María, Luisa o Laura. Su lucha, también. Ella necesita que el mundo entero comprenda lo que sucede en su barrio: “Si nosotras ya tenemos unas barreras como mujeres racializadas, por ser señaladas y criminalizadas por la administración, ahora tenemos otra barrera que es la pobreza energética”, dice. Es difícil imaginarse hasta qué punto sufren a nivel humano, los efectos de los cortes de luz en la Cañada Real: “No es solo la luz, es el derecho a tener estudios y ocio para los niños, un supermercado, un ambulatorio, no intoxicarte con gas butano porque no tienes cómo calentarte. Es que tus hijos no sufran síntomas de congelación por las noches. Es todo”. Y de nuevo, son las mujeres las más perjudicadas por este abandono institucional. Volvemos a hablar de cuidados. Allí también son ellas quienes se ocupan de la casa y de los niños, lavando la ropa a mano, sin luz, en una situación adversa y además, en plena pandemia.
Eco o no, el feminismo de las mujeres de la Cañada Real resulta un referente necesario. “Respetemos todas las decisiones, todas las culturas y la diversidad. Hay que escuchar todas las voces. Ahí podemos empezar a hablar de un feminismo justo”, expone, por último, Houda Akrikez. Mujeres racializadas, desfavorecidas por el sistema y en una situación absoluta de desprotección, que se plantan de manera colectiva frente a una injusticia rampante.
¿Por dónde empezar?
Una pregunta se impone: ¿por dónde empezamos? Parece que queda claro: la clave pasa por educar. Como articula María Laín, “la educación es una herramienta de un impacto increíble. Una formación sólida es la base para una sociedad fuerte”. Transmite una esperanza de la que hoy en día nuestra sociedad no va sobrada.
Cabe esperar que juntas, unidas, con compasión, empatía y todos los valores de los que tanto han hablado estas cuatro mujeres inspiradoras, se logrará construir un mundo que sea realmente sostenible. Un mundo en el que se pueda convivir en armonía con la naturaleza. En el que la vida pueda volver a ponerse en ese centro del que nunca debió salir. Hay espacio para la mejora y, quizá, para el optimismo. Pero es necesario un cambio muy profundo de mentalidad, y dar pasos conjuntos y coordinados hacia la justicia ambiental. Al fin y al cabo, la revolución que necesita el planeta, será entre todas o no será.
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