Wendy Carlos: cómo la persona más importante de la historia de la electrónica se autorrecluyó tras cambiar de sexo
Colaboradora en la creación del sintetizador Moog, autora del primer disco de música electrónica que llegó a las listas de éxitos y creadora de las bandas sonoras de ‘La naranja mecánica’, ‘El resplandor’ o ‘Tron’, Carlos vivió recluida casi 10 años de su vida para ocultar al público su reasignación sexual.
Podemos decir sin miedo a exagerar que Wendy Carlos es la persona viva más importante de la historia de la música electrónica. Creadora de algunas de las bandas sonoras más alucinantes y terroríficas de la historia del cine, la artista nació en 1939 en el seno de una familia humilde de Pawtucket, Rhode Island, una histórica ciudad situada a unos 300 kilómetros de Nueva York.
Con solo seis años, sus padres, que provenían de una familia apasionada por la música, estaban tan ilusionados con que aprendiera a tocar el piano que, como no podían pagarle un instrumento, decidieron dibujar un teclado en unos papeles para que practicara entre sus clases.
Wendy por aquella época respondía al nombre de Walter, pero siempre se sintió una niña. Le gustaba llevar el pelo largo y ropa de chica, y no entendía por qué sus padres la seguían tratando como a un chico. Con los años se dio cuenta de que la sociedad de la época todavía tenía bastantes problemas para aceptar a la gente que se salía de la norma. Si en 2022 estamos como estamos, resulta fácil imaginar la poca amplitud de miras en lo relativo al género de la sociedad de Nueva Inglaterra de la década de los cuarenta.
Pero Wendy era una niña singular en muchos otros aspectos. Por ejemplo, siempre mostró un talento excepcional para la música y los cacharritos. Escribió su primera pieza musical Trío para clarinete, acordeón y piano con tan solo 10 años. Poco después, construyó de cero un sistema de alta fidelidad para sus padres, cortando madera y soldando cables.
En 1953, con apenas 14 años y en plena Edad de Piedra de la informática, ganó una beca de estudios por crear una computadora.
Tras una infancia marcada por la disforia de género y años sufriendo maltratos y burlas por parte de sus compañeros de colegio e instituto, la futura música entró en la Universidad de Brown, donde estudió Música y Física. Intentando encajar en lo que se esperaba de él como hombre, quedó con algunas chicas pero, según le contó a la revista People en 1985, ninguna de aquellas citas acabó de salir bien.
Durante aquellos años tormentosos también pudo profundizar más en sus conocimientos de música clásica y de música electrónica. Esta última le seducía especialmente debido a todos los aspectos musicales, mecánicos y expresivos que implicaba.
Tras su salida de Brown, siguió estudiando música y realizando composiciones que poco a poco fueron incorporando elementos electrónicos. En 1965 se graduó en el Máster en Composición Musical de la Universidad de Columbia, en Nueva York, a través del cual entró en contacto con algunos pioneros de la música electrónica como Vladimir Ussachevsky u Otto Luening, que trabajaban en el Centro de música electrónica Columbia–Princeton, ubicado también en la ciudad de Nueva York.
Pero, sin duda, el encuentro más importante de aquellos años, que acabaría marcando su carrera, fue el que tuvo con Robert Moog, al que asesoró musicalmente y ayudó técnicamente en el proceso de desarrollo del Moog, el primer sintetizador modular comercial, que acabaría siendo uno de los principales responsables de la revolución en la música de los sesenta.
El Moog está en el germen de la revolución en el pop de aquellos años y en la creación de la música progresiva y la electrónica. Tangerine Dream, Kraftwerk y los últimos discos de The Beatles le deben mucho a este instrumento. Entre las aportaciones de Wendy al instrumento podemos citar la idea de los bancos de filtros, los controles deslizantes para ajustar el pitch y la incorporación de un teclado sensible a la presión. Sobre su colaboración, Robert Moog declaró a People: “He visto a muy poca gente adaptarse a un instrumento de forma tan natural como ella lo hizo al sintetizador. Parecía tener un don divino”.
La propia Wendy Carlos se hizo con su propio Moog en 1966 y mientras experimentaba con él, realizando sus primeras composiciones y adaptando al sintetizador obras de música clásica, comenzó a ganarse la vida creando efectos de sonido y jingles para anuncios de televisión.
Por aquella época, conoció y comenzó a vivir en Manhattan con Rachel Elkind, una cantante y productora que además trabajaba para Columbia Records. Fue a través de los contactos de Elkind que en 1968 pudo grabar Switched-On Bach, un disco consistente en versiones de piezas de Johann Sebastian Bach realizadas con el Moog.
La compañía no esperaba mucho del álbum y le concedió a Carlos un anticipo bajo, de solo 2.500 dólares, pero un buen porcentaje de los posibles royalties. Se equivocaron. Publicado en octubre de 1968, Switched-On Bach fue un éxito de crítica y de ventas sin precedentes, convirtiéndose en el segundo álbum de música clásica y el primero de electrónica en conseguir un disco de platino en Estados Unidos. Fue también fundamental para que el gran público comenzara a considerar el sintetizador como un instrumento musical con todas las de la ley.
Según explica la escritora Sinéad Gleeson, que recientemente ha publicado un ensayo imprescindible sobre la compositora, incluído en el libro ‘Música Maestra’, editado por Libros del Kultrum, la escucha actual del disco revela que «hay una larga lista de compositores que ha tomado elementos prestados de aquella experiencia: los sonidos extravagantes tan queridos por el drum and bass de los noventa; la energía frenética del arranque del ‘Preludio y fuga n.º 2 BWV 847 en do menor’ es una rave de época hasta que tiene lugar el tránsito al siguiente movimiento. Lo que nunca se podrá decir con suficiente vehemencia sobre Carlos es cuán adelantada a su tiempo estaba en materia de composición y experimentación».
En el plano personal, asesorada por el sexólogo y defensor de los derechos de las personas trans Harry Benjamin, Wendy comenzó un tratamiento de hormonas de cara a realizar una operación de cambio de sexo en el futuro. La artista llevaba desde hacía mucho tiempo investigando sobre el tema y acudiendo a la consulta de Benjamin y creyó que lo más oportuno era dar el paso. El tratamiento poco a poco fue mostrando sus efectos.
Estos cambios tan importantes en lo personal coincidieron con la enorme atención mediática hacia su persona derivada del éxito de su primer disco. De la noche a la mañana, Carlos se convirtió en una compositora e intérprete famosa en medio mundo, la revolucionaria de la música electrónica, y los ofrecimientos para tocar en vivo sus composiciones no se hicieron esperar.
En 1969 fue invitada a interpretar sus versiones de Bach acompañada de la Orquesta Sinfónica de Saint Louis. Pero lo que estaba destinado a ser su consagración como una de las personas más influyentes de la música estadounidense se convirtió en una pesadilla. Carlos comenzó a llorar desesperada en la habitación de su hotel. Le dijo a su productora, Rachel Elkind, que le aterraba subir al escenario. El tratamiento con estrógenos había comenzado a transformar su apariencia en la de una mujer y le daba pánico que el público no se tomara bien su incipiente transformación.
Entonces decidió hacer una cosa que vista desde hoy en día resulta terrorífica y muy triste: se colocó una peluca de hombre, patillas postizas y, con la ayuda de un perfilador, se pintó la sombra de la barba. Así fue como subió al escenario ese día. La actuación fue un éxito total pero, a partir de entonces, Carlos decidió que nunca más volvería a tocar en directo.
Wendy no se sentía preparada para mostrarse al público tal y como era y comenzó a desarrollar un pánico insoportable a salir de su casa-estudio. Los artistas más famosos de la época aparecían por allí entusiasmados para conocerla. Stevie Wonder, George Harrison o Keith Emerson se dejaron caer por su casa, pero ella no los atendió. Sus amigos decían que estaba de viaje. “Los escuchaba desde la parte de arriba”, explicó Carlos a People. “Acepté mi sentencia pero resultaba muy extraño sentir cómo mi vida profesional florecía mientras yo estaba encerrada en casa”. Cuando no le quedaba otro remedio, como en apariciones televisivas o entrevistas, repetía el ritual de maquillarse como un hombre.
Así lo hizo en la BBC o para el programa de Dick Cavett. Y de esta misma guisa se presentó frente a Stanley Kubrik la primera vez que se reunieron en Londres para hablar sobre la banda sonora de La naranja mecánica, que el director inglés le encargó. “Creo que Stanley sospechó que pasaba algo raro”, recordó Carlos, “pero no creo que adivinara el qué”.
El éxito brutal de Switched-On Bach, no solo le permitió trabajar con Kubrick en La naranja mecánica, para quien convirtió varias piezas versionando con sus sintes melodías de Purcell, Beethoven y Rossini, en melodías escalofriantes, sino que le permitió seguir adentrándose en terrenos musicales inexplorados.
Un ejemplo perfecto de eso es Sonic Seasonings (1972), un doble álbum en el que cada una de las caras estaba dedicada a una estación del año. En este disco, Carlos quería producir una música que no necesitara de una escucha larga y concentrada, sino que fuera una colección de sonidos que recreara un determinado ambiente.
Para ello combinó grabaciones de animales y sonidos de la naturaleza realizadas en exteriores con sonidos de su sintetizador para crear una especie de paisajes sonoros que suenan igual de inquietantes que su obra anterior. Pero Sonic Seasonings también supone un paso de gigante en la música electrónica ya que se considera el primer disco de música ambient. Carlos se adelantó varios años a Ambient 1: Music for Airports de Brian Eno, que salió en 1978 y se considera la puesta de largo del género.
El lanzamiento de este nuevo disco también coincidió con otro hecho clave en la vida de la artista. En mayo de 1972 Carlos finalmente culminó su cambio de sexo y se convirtió oficialmente en Wendy Carlos.
No obstante, nada cambió. Continuó viviendo recluida en su apartamento de Nueva York llevando una vida completamente privada. La música se convirtió, tal y como señaló Arthur Bell en una entrevista que la artista le concedió en 1979 para la revista Playboy, en una versión actualizada del protagonista de El fantasma de la ópera.
Aquella entrevista supuso su salida oficial del armario. La pieza, que tiempo después Carlos calificó como “una traición”, ya que en sus 15 páginas solo dedicaba un par de columnas a su música, constituye una fuente de información única sobre todos los padecimientos que Carlos sufrió a lo largo de su vida debido a su condición sexual. Fueron casi 10 años en los que, aunque siguió trabajando, de hecho editó ocho discos bajo el nombre de Walter Carlos durante ese periodo, se sometió a un “secretismo forzado”, según ella.
Durante ese periodo, Wendy casi no tuvo contacto con otros músicos o con la industria de la música electrónica, de la que ella era una de las pioneras. Inventó toda clase de excusas para esconderse, manteniendo la leyenda de que Walter Carlos todavía existía. La transexualidad era el último gran tabú sexual en la sociedad estadounidense.
Para huir un poco de su reclusión forzada, se aficionó a un curioso hobby, la fotografía de eclipses solares. Una ocupación que la llevó a Siberia, Bali o Australia. Con los años, según su amiga y colaboradora Annemarie Franklin, Carlos también acabó adquiriendo una merecida reputación en el mundillo de este tipo de fotografía.
Tras esta salida del armario en Playboy, Wendy siguió con una actividad de composición fulgurante. Volvió a colaborar con Kubrick para la banda sonora de El resplandor, aunque en esta ocasión la experiencia no fue tan enriquecedora y, a pesar de que creó una banda sonora completa para el film, el director acabó utilizando solo dos piezas de la misma. Aquella música quedó inédita durante décadas hasta que en 2005 se publicó en un disco de título revelador: Rediscovering Lost Scores.
Gracias a su éxito comercial, Carlos se trasladó a un apartamento todavía más grande en el que se hizo construir una jaula de Faraday para evitar el ruido blanco y las interferencias en sus equipos.
En 1980 recibe el encargo de otro de sus trabajos más conocidos, la banda sonora de la película de ciencia ficción Tron (1982). Para la misma trabajó con nuevos sintetizadores digitales y analógicos pero también con la Orquesta Filarmónica de Londres, el Coro de la Universidad de California y el órgano del Royal Albert Hall. El resultado final es un álbum mucho más rico y menos electrónico e incómodo que algunos trabajos de Carlos y que, quizá precisamente por eso, ha resistido muy bien el paso del tiempo. Quizá mejor que la propia película.
A este trabajo siguieron otros, quizá entre los más remarcables podemos citar Digital Moonscapes (1984), célebre por ser el primer disco en el que utilizaron solamente sintetizadores digitales, algo que era realmente complejo con la tecnología de la época. La autora inventó una “orquesta digital” con más de 500 “voces” que creó una a una durante tres años para replicar los instrumentos de una orquesta. El mismo Moog declaró en People en relación al disco: “Wendy ha creado sonidos que nadie había escuchado antes salir de un sintetizador. Juega en otra liga”.
Resulta un poco triste releer algunos pasajes del artículo de People que coincidió con el lanzamiento de este disco. La pieza concluía diciendo que parecía que Wendy había encontrado finalmente la paz que había estado buscando durante todos sus años de sufrimiento y que quizá era el momento de volver a sus apariciones públicas. “Podría ser divertido salir al exterior de nuevo”, decía la artista esperanzada.
No obstante, esa vuelta a la vida pública nunca se produjo. La artista ha continuado trabajando e incluso hoy en día, con más de 80 años, se dice que aún continúa haciéndolo. Pero continuó siendo una artista esquiva e incluso algo restrictiva respecto a la publicación de su música.
La música de Carlos no está apenas disponible en ninguna plataforma de internet. Esto se debe a que la artista, que es propietaria de la mayoría de su catálogo, no lo ha autorizado. Y además dedica mucho tiempo y dinero a denunciar a las personas que la cuelgan en internet sin su consentimiento.
Hace solo unos días, Wendy Carlos cumplió 83 años. Lo último que hemos sabido de ella fue una breve nota en su página web (cuya visita resulta un viaje nostálgico al internet primigenio), que publicó en agosto de 2020. En la misma, la propia artista explicaba, en primera persona, su disconformidad con la publicación de una biografía de ella no autorizada, Wendy Carlos: A Biography, escrita por la musicóloga Amanda Sewell y editada nada menos que por la Universidad de Oxford. Advertía que nadie había contactado con ella y que se basaba exclusivamente en artículos y entrevistas que había realizado a lo largo de su vida. El libro todavía no está traducido al español.
Wendy Carlos será recordada como una mujer excepcional que no pudo disfrutar del todo de un éxito muy merecido. Su historia debería servir para que esto no vuelva a pasar nunca más. “El público resultó ser muy tolerante o, si lo prefieres, indiferente”, declaró en relación a su salida del armario en 1979. “Parece que nunca hubo necesidad de toda esta farsa. Al final resultó una monstruosa pérdida de años de mi vida”.
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