El viaje a la Alhambra de Ángel Schlesser
Siempre se habla de la luz de Granada. Pero a Ángel Schlesser lo que le inspira es su aroma. Uno fresco, de agua y flores blancas.
«Algunas flores podrían resumir el espíritu de la Alhambra». La cita no es de Ángel Schlesser. Es de Cristóbal Romera, el jardinero jefe del Generalife. Un hombre tan enamorado de sus plantas que les ha entregado 34 de sus 56 años. Pero es una frase que explica a la perfección lo que el modisto pretendía con su última creación aromática: enfrascar la frescura de Granada. Eau de Cologne Bergamota, que así se llama el perfume en cuestión, es la nueva entrega de Sélection des Mémoires, una suerte de álbum de recuerdos olfativo que recapitula los viajes del diseñador. Con él nos ha llevado a la India, a orillas del Mediterráneo… Y si ahora llegamos a Granada es en buena parte por designio del proceso creativo.
«Desde el primer momento en que se planteó esta fragancia tenía una idea clara: hacer un agua de colonia. Mi interpretación de la fragancia fresca de toda la vida», dice el cántabro. Igual que lo hace un recuerdo, «quería un aroma que durase, no solo a lo largo del día, sino de los años», explica. Un deseo coherente para un modisto que desde sus comienzos, en los años 90, tomó una dirección minimalista que no ha abandonado nunca, y que opina que lo peor que le puede pasar a un perfume es «oler a antiguo». ¿Tendencias? «Las hay», nos dice. «Pero a mí me interesa más crear cosas con personalidad». La consigna se adscribe a su moda y sus fragancias. Al fin y al cabo, «a ambas las define una cierta ligereza, que no quiere decir falta de complejidad. Pero no son una amalgama que resulta en algo… pesado», describe el creador.
Con esa ligereza pertinaz en mente, y con la nariz del archiconocido perfumista Alberto Morillas –el mismo que concibió el primer perfume de Schlesser, Femme, que a pesar de tener 17 años sigue acumulando ventas y elogios– empezó la selección de esencias: bergamota, mandarina, gardenia, jazmín, benjuí, flor de naranjo… Ingredientes de lo más pertinentes en un agua de colonia. Y más en una de Ángel Schlesser. «Me parece muy válido todo lo que huele a limpio», explica el modisto. El olor de esa orquesta de flores blancas y cítricos sofisticados trae a la mente, se quiera o no, la imagen de Granada y los jardines de su Alhambra. «El olfato es el sentido más evocador. Después de la vista, claro», puntúa Schlesser, como buen diseñador. «Y cuando se viaja, se tiene la nariz muy despierta», añade.
De la primera vez que vino a Granada no guarda ningún recuerdo especial. Es una ciudad que se ha ido levantando poco a poco, visita tras visita, en su imaginario –olfativo, pero también personal–, hasta convertirse en un lugar cuya huella va más allá de ese aroma a agua y flores. Cenas memorables con amigos en el restaurante Cunini, donde le gusta pedir la ensaladilla y el pescado a la sal –el producto es tan bueno que por qué adulterarlo–. Visitas recurrentes al centro homónimo de José Guerrero, «uno de los artistas contemporáneos más interesantes de la ciudad», asegura Schlesser. Paseos tranquilos a la sombra de las fachadas de la ribera del Darro, incluso a pesar de las hordas de turistas que la inundan. Y horas muy bien invertidas en la Fundación Rodríguez Acosta, un lugar que sorprende casi más por lo poco conocido que por la maravilla arquitectónica que es. «Me quedaría allí sentado el día entero, disfrutando de la vista, la atmósfera, el aroma», dice el creador. Se huele la inspiración.
Jesús Zurita, el artista invitado a desarrollar la obra de José Guerrero en su centro homónimo
* Agradecimiento especial al restaurante Las Tinajas y el Hotel Saray por su colaboración en este reportaje.
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