Viaje al infierno de África con Belén Rueda
Belén Rueda ha grabado en Uganda su película más difícil, física y emocionalmente. En ‘El cuaderno de Sara’, su mirada denuncia la explotación del coltán y los niños soldado.
Belén se ajusta una venda en la rodilla para protegerla de los golpes. La jornada de rodaje de El cuaderno de Sara, el viaje de una mujer que busca a su hermana desaparecida en África, ha comenzado a las cinco de la mañana. Apenas ha amanecido en el set, localizado en el corazón de la reserva ugandesa de Zirimiti, al este de Kampala. La actriz nos muestra en el camerino algunos de los moratones que le acompañan desde hace semanas. Esta mañana, Laura, su personaje, tendrá que huir del ataque rebelde a una aldea y jugársela con la picadura de una serpiente. Se viste con la misma camiseta, el mismo pantalón y las mismas botas con las que rueda el 80% de la película y rinde cuentas a Gonzalo, director de las escenas de acción, del buen estado de su pierna.
Fuera, los caminos serpentean con niños que recorren de una a dos horas diarias (de ida y de vuelta) para llegar a la escuela, cuadernos o mochila a la espalda. Otros cargan con pequeños bidones de agua sobre la cabeza. Cualquiera de ellos podría ser Hamir (el debutante Iván Mendes), el ex niño soldado que acompaña a Laura en su búsqueda por un continente ajeno en el que todo amenaza. Con él se adentrará en el parque nacional de Virunga, zona de la República del Congo tomada por los grupos rebeldes, donde se concentra el 75% mundial del codiciado coltán, el oro negro del siglo XXI.
Fue precisamente la explotación abusiva de este mineral con propiedades únicas en el uso de aparatos móviles, y que tanta guerra ha traído a la zona, lo que llevó a los productores Javier Ugarte y Edmon Roch (El niño, Tadeo Jones) a poner en marcha esta historia en la que Laura descubre el continente que ha antepuesto su hermana Sara (Marian Álvarez), médico de una ONG desaparecida, a la vida en familia en Barcelona, y al cuidado de su padre enfermo.
«Tirando del hilo de la problemática del coltán decidimos trazar un viaje físico y emocional entre dos personajes que tienen que resolver un conflicto pendiente –cuenta el guionista Jorge Guerricaechevarría (El niño, Celda 211)–. Cada hermana refleja una forma de afrontar la realidad. Sara representa a ese grupo de personas concienciadas que piensan que las injusticias no solo se denuncian, sino que hay que solucionarlas. Laura somos los demás: todos los que sabemos que esta dura realidad existe, pero que, como tenemos nuestros problemas y están en este lado del mundo, pues no nos vamos a ir allí a resolverlos, ¿no?».
Toma de contacto
«Perdona, yo quiero estar ahí», le dijo Belén a Norberto, Tito, López-Amado, el director, cuando este le contó el proyecto hace ya tres años. Se refería a que quería viajar junto a él, los productores y el guionista a la República del Congo, donde iban a documentarse para el proyecto. «Un jefe de misiones de Médicos sin Fronteras nos puso en contacto con organismos como la ONU en África, campos de refugiados, asociaciones que trabajaban con mujeres violadas o niños soldados… Fue muy intenso, porque la zona era realmente peligrosa», recuerda la actriz.
«La historia de estos niños es muy dura. Les arrancan de sus familias, literalmente, con apenas seis, ocho años. Y solo les enseñan a odiar. A muchos, cuando atacan sus aldeas, les obligan a matar a sus propios padres y se quedan completamente desprotegidos. De este modo, no tienen más familia que los propios soldados», cuenta Belén. «Y luego están las mujeres. Si por ejemplo las violan, ellas y sus hijos son repudiados por sus maridos… Esta película da cuenta de esas realidades. Y de que, realmente, no son tan diferentes. Estoy convencida de que si viéramos sus problemas, los haríamos más nuestros».
López-Amado niega que solo los americanos puedan contar este tipo de historias. «Tito me dijo: ‘Quiero ver, a través de los ojos de Laura, el cambio que se produce en la idea general que tenemos de África la gran mayoría’», puntualiza la actriz, que protagoniza las secuencias de 38 de los 40 días de rodaje. Y son esos ojos, fotograma a fotograma, los que observan con reticencia cada ciudad o aldea, entienden y creen en la mujer africana; se espantan ante la violencia salvaje; sonríen y buscan esperanza en los niños y aprenden a amar sin condiciones.
Nuevo día de rodaje. Belén Rueda e Iván Mendes graban el asalto rebelde a un matatu. Ella le da algún consejo al joven sobre cómo tiene que correr: «Tú piensa en Tom Cruise. Da zancadas cortas». El equipo de producción y vestuario se ocupa con las decenas de extras locales que participan en la escena. Una, dos, hasta ocho veces se tira Belén del camión en marcha, que descarrila entre disparos. No ha sido necesario contar con la doble para las escenas arriesgadas.
«¿Quién dice que no se pueden escribir papeles de acción para mujeres? ¿Dónde están?», dice sonriendo al acabar la última toma: «Hay una cosa excepcional en esta película, y no debía serlo. Se habla de temas comprometidos: el coltán, los niños soldados… Hemos rodado en circunstancias difíciles con localizaciones complicadas porque la vegetación era muy bestia, cada toma es una herida nueva… Parece que todo esto solo pueden hacerlo los hombres y no es verdad. A nosotras también nos gusta la acción».
Tito apoya su argumento: «A mí me interesa muchísimo el universo femenino. Las películas que más me gustan están interpretadas por mujeres. Desde La mujer del teniente francés, que es la maravillosa historia de una pintora que abraza a los árboles… Creo que este tipo de películas aportan tanto porque dan otra mirada al cine. Quizá soy raro, pero siento que en los hombres hay algo muy físico todo el rato, como de tener que conseguir y demostrar algo. Las mujeres tienen otro mundo interior. Y todo lo que cuenta la película es muy actual. Se trata de una historia familiar; pero en el fondo es un viaje interior que le descubre otra realidad y nos lleva a intentar entender al otro».
De nuevo sale el tema femenino, punto en el que acaba cualquier conversación sobre África. «La humillación de la mujer forma parte de la guerra. Y todo el que vive allí coincide en que si alguien puede sacar adelante a esa parte del mundo son ellas», afirma Guerricaechevarría. Para Belén ellas han sido el gran descubrimiento de este viaje personal: «La mujer africana es optimista, valiente, tenaz. Y muy cariñosa. Impresiona cómo cuidan de su familia y de los que están alrededor. Tienen una belleza sorprendente. Y son elegantes, dignísimas, a pesar de sus carencias. Ellas están en la mirada de las protagonistas de la película. En ese algo esperanzador que por supuesto pasa por un objetivo clave: que si se ponen de acuerdo los países que se aprovechan de sus materias primas, los conflictos africanos tenderán a disminuir».
Es necesaria una catarsis. Como la que se vive al final de El cuaderno de Sara. «Llega un momento en el que a Laura le tocará asumir muchas cosas. Y eso será liberador», avanza Norberto. «Lo podemos decir porque es importante, Laura deja de tener miedo –concluye Belén–. La vida no tiene que ser el objetivo; solo el camino» .
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