Vividora y excesiva, la increíble historia de María Félix vuelve a la vida
La intérprete Eiza González protagonizará la adaptación cinematográfica de la vida, obra y milagros de la conocida como La Doña, una de las latinas más influyentes, deseadas y empoderadas del siglo XX.
Corrigiendo la cita pretérita que asegura que la grandeza de un hombre se mide por la talla de sus enemigos, en el caso de María Félix podríamos alegar que la grandeza de esta mujer se mide por la talla de aquellos que intentaron acotar en palabras una belleza magnética y una personalidad ingobernable. “Ella se robó el siglo XX”, dijo sobre su musa el escritor, premio Príncipe de Asturias de las letras, Carlos Fuentes, que hasta le dedicó un libro (Zona sagrada). “Una mujer tan hermosa que hace daño”, añadió Jean Cocteau, aunque se quedó corto ante la hipérbole del pintor Diego Rivera, que la calificó como “monstruosamente perfecta”: “Es un ser ejemplar que impele al resto de los seres humanos a esforzarse a ser como ella”. Octavio Paz, premio Nobel, escribió que la mexicana nació dos veces, “sus padres la engendraron y ella, después, se inventó a sí misma”; y el periodista y escritor francés Jean Cau, con quien tuvo un breve romance, aseguraba que la estrella “es un arcoíris que tiene los colores más raros y sutiles. Es única. Es una mujer y al mismo tiempo es todo”.
Pero casi dos décadas después de su muerte, no hay prosa o verso que haya conseguido hacer justicia a la magnitud de la estrella por antonomasia de la Época de Oro del cine mexicano, dueña de una vida inabarcable hasta para el mismísimo Hollywood, que tantas veces fracasó en sus intentos de importar su atractivo y talento. Sin embargo, una de sus herederas naturales en lo más alto del cine internacional pretende ahora hacer por fin justicia a La Doña. La también mexicana Eiza González será la estrella y productora del biopic sobre la actriz, que recorrerá la vida, obra y milagros de la joven de Los Álamos que decidió erigirse en una leyenda venerada en medio mundo. “La tenacidad de María y su feroz manera de vivir algunas de las adversidades más difíciles me han inspirado a mí y a muchas más. Empujaba los límites constantemente y vivía según sus propias reglas, mientras el mundo trataba de derribarla”, fueron las palabras que la protagonista de Baby Driver le dedicó cuando se supo de su participación en un proyecto todavía en fase de preproducción.
Las casi cuarenta películas en la que participó entre la década de los 40 y los 50 dan buena muestra del éxito meteórico experimentado por la actriz procedente de la región de Sonora, nacida en 1914 en una familia de doce hermanos. Precisamente uno de ellos, Pablo, fue el primero y quizá el más significativo en la larga lista de amores de la intérprete. “Al verlo de militar pensé en buscarme un muchacho como él que tuviera su piel y sus ojos, pero que no fuera mi hermano. Era una tontería porque el perfume del incesto no lo tiene otro amor”, evocaba en su libro de memorias Todas mis guerras. Separados por sus padres por miedo a la pasional relación entre ellos –“no podía estar mucho tiempo cerca de él”–, Pablo fue enviado al Colegio Militar de Popotla en Ciudad de México, suicidándose en 1929 con un disparo en la sien a causa de una supuesta depresión. Sin embargo, y corroborando la versión de su hermana, que negaba la veracidad de la historia oficial sobre la muerte de su hermano, El País publicó en 2018 una investigación que aseguraba que fue asesinado a quemarropa en la academia.
La muerte de Pablo, cuando ella solo tenía 15 años, forjaría su personalidad y carácter ante la vida. La periodista Almudena Barragán sostiene que no volvió a ser la misma: “Creció más herida, orgullosa y altiva hasta convertirse en una estrella”. Dos años después de la muerte de su hermano se casó con Enrique Álvarez Alatorre, un comercial de una familia de clase alta, con quien tuvo a su único hijo en 1934. Su matrimonio no superó los siete años de vida. Siguiendo con el cliché clásico, María Félix fue descubierta por casualidad, mientras miraba un escaparate en Ciudad de México, por el cineasta español Fernando Palacios. Tras negarse a comenzar su carrera en Hollywood por su rechazo a los papeles estereotipados que le ofrecían –“las indias las hago en mi país, en el extranjero solo encarno a reinas”, decía– en 1943 debutó en la película El peñón de las ánimas, junto al actor Jorge Negrete, que se convertiría en su tercer esposo tras el breve enlace con el compositor Agustín Lara. El lanzamiento de Doña Bárbara, solo unos meses después de su estreno, otorgaría a la mexicana su apodo más icónico y el billete de entrada a las industrias española, italiana y francesa, trabajando bajo las órdenes de directores como Buñuel y Renoir.
Su rechazo a los cantos de sirena procedentes de la meca del cine potenció su imagen de mujer fuerte, independiente y empoderada, que se negaba a interpretar a personajes débiles y sumisos. Adelantada a su tiempo, se atrevió a denunciar públicamente el machismo intrínseco en la sociedad –lo denominaba de “enfermedad moral”–, alentando a sus paisanas a perseguir una educación para hacer de México un matriarcado. “En un mundo de hombres como este, quiero avisarles que tengan cuidado. Ahí viene la revancha de las mujeres. Cuando seamos mayoría vamos a mandar, y para mandar hay que estar informadas, y aprender y estar preparadas, por eso es necesario que la mujer se eduque (…) Hago un voto de fe y de razón para que las mujeres mexicanas ya no se queden calladas. Protesten, quéjense, no se dejen, prepárense, hagan de su vida lo que ustedes desean y no lo que sus hombres les permitan ser. Este será, de hoy en adelante, un país de mujeres. ¡Ahora nos toca!”, fue el poderoso alegato que firmó La Doña en el programa de televisión La Tocada en 1996.
Icono de moda pese a no pisar jamás un plató en Hollywood, con sus vestidos ceñidos de escote corazón y las faldas de corte evasé, las imágenes caminando por las calles de Venecia con motivo de la celebración del certamen cinematográfico continúan fascinando seis décadas después de ser tomadas. En su armario se amontonaban diseños de Dior, Balenciaga, Saint Laurent, Givenchy o Chanel, aunque sentía devoción por las joyas. Su colección hoy es casi tan famosa como su filmografía, dando la vuelta al mundo en diferentes exhibiciones. De la mano de su casa fetiche, Cartier, comisionó piezas tan increíbles como el collar serpiente –compuesto por 2.473 diamantes– o el cocodrilo, que según cuentan es una copia exacta de una mascota que llevó a una boutique en el centro París para que lo tomaran como ejemplo. Un diseño replicado posteriormente por los diseñadores de la maison y que ha lucido, por ejemplo, Monica Bellucci sobre la alfombra roja del festival de Cannes.
María Félix se retiró joven del séptimo arte, antes de cumplir los sesenta y casada por entonces por cuarta y última vez con el empresario y banquero rumano Alexander Berger, su matrimonio más duradero y estable hasta la muerte de este en 1974. Ya instalados en Francia, él le inoculó la pasión por los caballos y ganaron varias competiciones, luciendo ella un vestuario ecuestre diseñado por Hermès. Pero la pérdida más trágica para Félix fue la de su propio hijo, Enrique, también actor y que falleció a causa de un paro cardiaco en 1996 con solo 62 años de edad. Su madre murió seis años después y, quizá demostrando por última vez su total control de la escena, lo hizo un 8 de abril, en el día de su 88 cumpleaños. Para el escritor Sergio Almazán, autor de la novela Acuérdate, María, es ese barroquismo característico, tan suyo y tan alejado de la realidad de las mujeres mexicanas de la época, el secreto de la fascinación que despierta en el imaginario popular. “Toda ella era exagerada. Tenía que llevar las joyas más caras, el vestido más caro, el maquillaje más caro, el mejor peinado. Nada en ella era discreción”. El realismo mágico hecho carne, hueso y temperamento.
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