Oda a las mujeres libres y solitarias
Así son las mujeres de Dominique Issermann, fotógrafa de celebridades cuyo distinguido blanco y negro detuvo el tiempo en la moda. Su obra se expone en París.
Lleva casi toda la vida haciendo fotos. Empezó a la tierna edad de cuatro años, cuando tomó prestada la aparatosa cámara Kodak de su padre, ataviada de un flash del tamaño de una antena, e inmortalizó a su madre mientras tendía la ropa. Desde entonces, no paró. Trabajando para marcas como Chanel y Dior y fotografiando a algunas de las mujeres más bellas de nuestra época, de Catherine Deneuve a Laetitia Casta. También a iconos como Bob Dylan –quien aceptó protagonizar su único anuncio hasta la fecha, para Victoria’s Secret, a las órdenes de la fotógrafa– y Leonard Cohen, quien fue su pareja durante ocho años. La entrevista tiene lugar pocos días después de su funeral en Montreal, del que Issermann acaba de regresar. Todavía sacudida, nos recibe en su gigantesco estudio de París frente a un té con galletas para rememorar una larga trayectoria.
Acaba de exponer una peculiar retrospectiva en los paneles publicitarios del aeropuerto parisino de Charles de Gaulle. ¿No hubiera preferido hacerlo en un museo?
Sé que muchos consideran que esa es la parte noble de la fotografía, pero a mí las fotos enmarcadas y colgando de una pared no me dicen nada. Prefiero encontrar fotos mías en una revista en la sala de espera del dentista. Me gusta utilizarlas para envolver el pescado o improvisar con ellas una horma para mis zapatos. Prefiero una fotocopia que un tiraje. No sé por qué. Tendré que hablarlo con un psicoanalista…
Siempre ha experimentado con formatos inhabituales, como postales, vídeo o incluso el iPhone. ¿Su carrera ha sido una búsqueda?
Lo que no ha sido es una línea recta. He ido dando tumbos, según mis pasiones. Pero tampoco he experimentado por experimentar. En el fondo, lo que he querido es sorprender e incluso maravillar. El mejor cumplido es que te digan: «¿Cómo has logrado ver ese lugar por el que paso cada día de una manera tan distinta?».
¿Su fotografía es más una ficción que una realidad?
Sí. La fotografía no tiene la obligación de dar cuenta de la realidad. No tiene el deber moral de ser una copia perfecta, como creen algunos. Escoger un encuadre ya supone excluir a algo o a alguien del marco.
Dice que el Mayo del 68 le salvó la vida. ¿Por qué?
Yo crecí en un pueblo en el valle del Loira y había visto una sola película en mi vida. El Mayo del 68 hizo que entrara en contacto con personajes como Jean-Luc Godard o Daniel Cohn-Bendit, con quien escribí un guión, una película muy maniquea sobre obreros en huelga. Fuimos una generación muy idealista. Queríamos que el mundo fuera más libre y más igualitario.
¿Y fracasaron?
No, porque esa revuelta cambió nuestra forma de comportarnos. Antes la sociedad era mucho más rígida. Aunque también observo una regresión respecto a las mujeres. No solo por la religión musulmana, sino también porque, solo en Francia, mueren 300 féminas al año por la violencia conyugal. Es decir, el doble que en los atentados del año pasado. ¿Quién se manifiesta por ellas?
¿Por qué se dedicó a la fotografía de moda?
Un día conocí a Sonia Rykiel. Observó mis fotos y me preguntó: «¿Está libre la semana que viene para fotografiar mi nueva colección?». La serie terminó ocupando 18 páginas en el siguiente número de Vogue… Para mí, la moda es cualquier cosa menos banal. Es una de las fuerzas que mueven el mundo. Existe muy poca gente que se vista de cualquier manera, e incluso vestirse mal suele responder a una razón profunda.
En sus imágenes predominan las mujeres libres y solitarias. ¿Son un reflejo de lo que es usted?
Sola seguro que estoy: no estoy casada, no tengo hijos y nadie me está esperando. Y espero ser libre, aunque nunca lo seamos del todo. Nos encadenamos nosotros mismos y nos complicamos bastante la vida.
¿Ha habido reivindicación feminista en sus imágenes?
Sí, desde luego. He evitado entrar en la cultura trash, en el voyerismo de la sumisión. He defendido el consentimiento y la igualdad, mucho más que el juego de roles clásico de la seducción.
¿Puede una feminista trabajar para Victoria’s Secret?
Tengo la teoría de que hay que meter un pie donde te dejen. De acuerdo, esas mujeres no hacen la revolución, pero tampoco están sometidas. Es una visión ligera, pero sin malevolencia.
Colaborar con esta marca le permitió conocer a Bob Dylan.
En 2004 les propuse filmar un anuncio con su canción Love Sick como banda sonora. Me dijeron que les encantaba la idea y que iban a invitarlo a participar en el rodaje. Para mi sorpresa, Dylan aceptó. Fue una experiencia increíble. Al final, me regaló su armónica. Me sorprende que haya quien se indigne por su Nobel de Literatura. Preferiría que se indignaran por ciertos receptores del Nobel de la Paz…
¿Cómo conoció a Leonard Cohen?
Nos presentaron unos amigos en Hidra, la isla en la que tenía una casa, en 1982. Fue un flechazo inmediato. Me invitó a cenar aquella misma noche y preparó sopa de alubias.
¿Se influyeron mutuamente?
Fuimos permeables el uno respecto al otro. Él dijo, en una biografía autorizada, que lo había redirigido hacia el trabajo. Al verme trabajar tanto, le dieron ganas de hacer lo mismo. Después me dedicó un disco entero, I’m Your Man, pero no lo considero una carta de amor no enviada. Solo fui un refugio que le permitió expresarse. Aunque odie esta expresión, Leonard fue un regalo de la vida. Cuando el amor terminó, se convirtió en una amistad muy sólida.
¿Estaba preparada para su muerte?
Sí, llevaba dos o tres años con muy mala salud. Fui a verlo en diciembre pasado, y luego en agosto. Al final, su muerte se volvió ineludible, y él lo sabía muy bien. Por lo menos, creo que no sufrió. Es extraño, porque sigo hablando de él en presente. Me cuesta aceptar que ya no está. Y voy a dejarlo aquí, porque si no me acabará haciendo llorar.
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