Dries Van Noten: «Las celebrities han matado a la moda»
Dries Van Noten cumple 30 años. Su éxito demuestra que hay una forma más sosegada, artesanal, preciosista e independiente de entender la moda.
Directo al corazón, literalmente. La banda sonora de la última pasarela de Dries Van Noten (otoño-invierno 2016/2017) era en realidad el latido de la modelo que abría el desfile. Una declaración silenciosa a favor de una forma más emotiva e intimista de entender la moda en la era del ruido y la sobreexposición digital. Justo cuando se cumplen 30 años de la primera colección de este creador belga, que transformó la moda parisina en los años 90 junto al grupo de Los Seis de Amberes. No esperen grandes fastos ni listas interminables de celebrities invitadas. La discreción sigue siendo el sello de este diseñador, amante de la artesanía y los tejidos exquisitos, que se niega a multiplicar el número (y el ritmo) de sus colecciones. S Moda viaja a Amberes para entrar en la sede (y el alma) de una marca que disfruta del placer de ser independiente.
La industria vive momentos de cambio. ¿Sigue teniendo sentido hablar de temporadas?
No deja de sorprenderme que la gente cuestione el sistema. A mí me gusta. Son los grupos de lujo los únicos que lo ponen en entredicho porque sus ventas han bajado. No es un secreto que, tras el colapso de la economía china, unos y otros están buscando alternativas. Pero para alguien que hace moda de una manera honesta, esperar seis meses para comprar lo que se ha visto en pasarela sigue teniendo sentido. Desarrollar un producto como el nuestro requiere tiempo. Nosotros no hacemos precolecciones precisamente porque me gusta analizar cada costura, cada corte. En otras palabras, el sistema no es problemático; hay firmas que tienen problemas, que es distinto. Cuando se habla de industria, la gente piensa en Kering, LVMH, Prada… Pero esa es solo una parte de la historia. También hay un grupo de creativos, con empresas más pequeñas, que están más ocupados que los grupos de lujo trabajando de verdad en moda, porque para los conglomerados muchas veces todo se reduce a ventas, acciones, accionistas…
Gente como Demna Gvasalia, al frente de Balenciaga (propiedad de Kering), reivindica hoy la importancia de diseñar prendas que hablen por sí solas, un concepto que usted desarrolla desde los años 80.
El público quiere novedad, y plataformas digitales como Business of Fashion ofrecen esa novedad incluso cuando no existe. Lo gritan con tanta insistencia que se acepta como nuevo. Pero el problema es que los grandes grupos quieren imitar a Zara. Por suerte, la gente entiende la diferencia entre la moda rápida y un producto más especial. La creatividad no se fuerza.
¿Cuáles son las ventajas o inconvenientes de vivir en Amberes, fuera de la burbuja parisina?
Hoy no hay distancias. Pero en París sería imposible tener un edificio como este [la empresa se mudó a esta nave industrial de seis plantas en Godefriduskaai hace 15 años]. Entonces no era un barrio de moda; las prostitutas se paseaban por la calle arriba y abajo. Luego llegaron los apartamentos de lujo, el museo, los turistas…
Formar parte de un conglomerado nunca estuvo entre sus planes. Usted prefirió ser independiente.
No fue una decisión. Sucedió. Nuestra estrategia es crecer de una manera orgánica. He recibido ofertas, pero ser independiente tiene más ventajas. No digo que en un futuro no ceda, cuando la producción se complique. Porque cada vez son más los talleres que están en manos de grandes grupos. Hace unos años producíamos calzado en Italia. Pero Armani compró el taller, Prada se quedó con los proveedores de tacones y Gucci se hizo con la fábrica de hormas… De manera que nos vimos obligados a buscar alternativas. Porque, cuando fabricas tu calzado en una empresa que es propiedad de otra, tu línea pasa a un segundo plano. Quizá un día tenga que unirme a un conglomerado para conseguir buenos talleres. Cuando sea así, ¿por qué no? Por ahora, soy feliz siendo independiente.
¿Autofinanciarse es una utopía para los jóvenes?
Una vez al año me reúno con estudiantes de moda. Y esa es siempre la primera pregunta. Cada época ofrece oportunidades distintas; la clave es saber verlas. Hoy son diferentes de las que yo tuve en los 80. La mía fue la primera generación de creadores belgas [Los Seis de Amberes]. En aquella época, cada año había nombres nuevos. Italianos, con Armani y Versace; ingleses, con Westwood y Galliano; españoles, con Sybilla y Adolfo Dominguez; japoneses, con Comme des Garçons y Yohji Yamamoto… Y también belgas. Para los franceses, parecía imposible que Bélgica pudiera crear moda; para ellos, la moda era francesa. Hoy las redes sociales abren la puerta a nuevas oportunidades. Mi consejo es huir de convencionalismos e imaginar ángulos distintos.
¿Qué otras inquietudes plantean los estudiantes?
Tienen millones de preguntas; cuestiones como la edad. Nuestra colección de hombre gusta a un público muy joven. Quieren saber cómo un tipo de 57 años es capaz de ponerse en la piel de un chaval de 20. Porque no lo entienden. Pero yo no diseño para mis amigos. De haberlo hecho, la marca habría envejecido conmigo. Tampoco he hecho jamás publicidad, porque no quiero tener que ceñirme a un prototipo ideal de mujer. Automáticamente, habría mujeres que no se sentirían identificadas con esa imagen. Eso es algo que también tenemos en cuenta cuando hacemos el casting del desfile. Preferimos elegir siempre un grupo heterogéneo de modelos, con estilos, razas y complexiones distintas.
Aunque en moda, como en cualquier negocio, las cifras tienen que cuadrar, la intuición y la emoción siguen marcando la diferencia, ¿no?
Es importante saber qué se vende y qué no. Pero a partir de ahí, tengo tanta libertad para crear como responsabilidad para tomar decisiones. No puedo olvidar, por ejemplo, que en India hay tres mil personas trabajando en nuestros bordados. No soy ese tipo de diseñador que una temporada decide no hacer bordados y «lo siento por aquellos que se quedan sin pedidos». Unas veces serán más visibles que otras, pero siempre estarán ahí. Me gusta construir relaciones sólidas con mis proveedores. No hay una garantía, pero sí un compromiso ético. Del mismo modo pienso en aquellos compradores que han apostado por mi marca desde el principio; mi responsabilidad es ofrecerles prendas que sé que venderán bien. Cuando construyes una colección, debes tener en cuenta todos los mercados. Son factores con los que juego a la hora de diseñar. Y estoy convencido de que esa es una de las claves del éxito de la firma.
¿Ser ético es tan importante como ser comercial?
La pregunta es: ¿cuán ético quieres ser? Hay empresas que dicen que usan algodón orgánico y promueven la producción local, pero luego hacen envíos por DHL. No tiene sentido. ¡No envuelvas tus prendas en plástico! Busca una alternativa. Lo importante es ser honesto. Desgraciadamente, la moda no es la industria más ecológica del mundo. Tienes que hacer cuanto está en tu mano, pero sin caer en absurdos ridículos.
¿Quién promueve esta actitud más responsable?
Hay una toma de conciencia colectiva. Todo el mundo sabe que hay demasiada ropa, demasiados desfiles… Hay tanta información que, para destacar, una imagen tiene que ser extrema y hacer ruido. La pasarela se ha convertido en un ejercicio de extravagancia, un grito para llamar la atención, al que se suman las celebrities y la histeria de la alfombra roja. ¡Es demasiado! ¿A alguien le importa qué vestido lleva Gigi Hadid? ¡A nadie! Es una lástima que la moda se haya convertido en esto. Este oficio se merece mucho más. Deberíamos celebrar su esencia. Las celebrities han matado la moda. Y los consumidores están reaccionando ante esta situación.
¿Es la moda todavía una herramienta social?
Este negocio tiene el poder de subrayar la mentalidad de una época. Yo siempre he puesto todo mi amor en la creación de los tejidos: jacquards, bordados, técnicas artesanales… Hoy son muchos los diseñadores que usan bordados para conseguir productos más especiales. Si la artesanía no fuera un valor en alza, esos diseños no funcionarían. Existe una demanda real. Pero, en mi caso, también es algo que sale del corazón.
¿Siente el deber de preservar la artesanía?
La artesanía forma parte de mi proceso creativo. Si desapareciera, perdería una parte importante de mi creatividad. Me fascina saber que puedo trabajar con un fabricante de Lyon que tiene maquinaria de los años 30 que todavía funciona. Es carísimo, pero es maravilloso saber que está ahí. Son tejidos con calidad e historia.
Lanzó su primera colección en 1986. ¿Tiene sentido seguir hablando de moda belga?
La moda es internacional. En mi estudio hay gente de todo el mundo. Personas que llevan conmigo toda una vida [como Carlos, un peruano que trabaja con Dries desde hace 21 años], pero también gente nueva, chicos que acaban de graduarse. Porque en este oficio no basta con ser creativo diseñando, también tienes que serlo a la hora de elegir a las personas que están en tu equipo. No tiene sentido rodearse de replicantes que emulan tu estética. Necesitas gente que te estimule, que cuestione tus decisiones. Gente curiosa, que vaya a ferias de arte, que vea películas de las que jamás he oído hablar, que escuche grupos pop que no conozco…
El arte inspira sus colecciones. ¿De qué forma?
Me acelera. Voy regularmente a Frieze London, Venecia, Art Brussels… No colecciono arte. Pero Patrick (mi compañero) y yo compramos aquello que nos gusta. Es así como decoramos las tiendas.
¿Puede la moda ser arte?
Puede acercarse mucho, pero para mí el arte sigue siendo otra cosa. La moda es un arte aplicado.
En una industria que se mueve a un ritmo de vértigo, ¿el lujo se mide en tiempo?
Lujo es el placer de saber disfrutar. Es tranquilidad, tiempo para uno mismo. Mi lujo privado es mi jardín. Cuando no puedo más, sé que puedo escapar. Al fin y al cabo, es mi empresa. De manera que si un mes llueve durante dos semanas seguidas, el primer día de sol quizá me quede en casa para concentrarme en mi jardín. Y tal vez coja verduras del huerto para preparar una ensalada y me sienta el hombre más rico del mundo.
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