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El reto de ser una ‘loba’ en Wall Street

La última película de Scorsese retrata un ámbito laboral marcado por el sexismo ¿Realidad o ficción? Sus auténticas protagonistas lo desvelan.

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Fotograma de 'El Lobo de Wall Street'

En esas tres horas de desenfreno hedonista que conforman El lobo de Wall Street aparecen decenas de prostitutas, un par de azafatas acosadas, una esposa trofeo, una secretaría que practica felaciones al personal o una empleada de bolsa que utiliza los diez mil dólares que le han dado por raparse la cabeza para operarse el pecho. Las acusaciones de misoginia llegaron antes incluso de su estreno. "Espero que la gente entienda que no apoyamos este comportamiento, estamos denunciándolo”, respondía entonces Dicaprio en Variety.

La película está basada en el libro homónimo de su protagonista, Jordan Belfort, un hábil manipulador del mercado bursátil reconvertido en predicador empresarial que asesoró en la realización del guión e incluso aparece brevemente en el largometraje. Su desenfrenado estilo de vida y su implacable codicia condensan esa imagen que todos asociamos a los agentes de bolsa que dominaban Wall Street a mediados de los ochenta y que ha dado lugar a decenas de tramas cinematográficas. Sin embargo, es lógico suponer que esa sucesión de situaciones extravagantes y de conductas sexistas son en realidad una herramienta de entretenimiento, una exageración fílmica o literaria o el modo en que un megalómano recuerda su propia vida. En este caso, realidad y ficción no están tan alejadas.

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MARIA BASTONE (AFP/Getty Images)

Imagen de la bolsa de Nueva York el 22 de octubre de 1987.

Getty

Lo primero que aparece en Google al teclear en inglés por qué no hay personajes femeninos relevantes en la cinta de Scorsese es un artículo de la revista Time escrito por Joanne Lipman, ex editora del diario Wall Street Journal. La respuesta se anuncia en la entradilla: “Pregúntenle a cualquier mujer que trabajara en las finanzas durante los años que retrata la película lo que ella piensa del acoso sexual. Probablemente se encoja de hombros y conteste: 'Nosotras lo llamábamos ir al trabajo'”.

La autora recuerda una entrevista que realizó en sus primeros años de carrera, en la que el sujeto entrevistado, un magnate de las finanzas, comenzó a desnudarse frente a ella. E incide en que las drogas y el sexismo eran tan habituales que ya nadie se escandalizaba por ellos. “Y no parece que las cosas hayan cambiado mucho desde entonces. Ellas sienten mucho más miedo a equivocarse o a informar de sus errores que ellos”, afirma Lipman.

Un informe revelado recientemente por Catalyst, una consultora que se encarga de monitorizar el papel de la mujer en el ámbito financiero, concluye que éstas ocupan en Norteamérica un 16,9% de los puestos directivos -un 0,3% más que en 2012. Los tiempos, afortunadamente, han cambiado. Aunque no tanto: hoy son mayoría (54%) pero sólo un 16% poseen cargos de responsabilidad y ninguna ha llegado a ser CEO de una compañía en Wall Street. El llamado techo de cristal se convierte en una cúpula de acero cuando quieren destacar entre los comités ejecutivos. Y si llegan tiempos de crisis, son las primeras en ser despedidas.

Le ocurrió a Sallie L. Krawcheck, que llegó a ser directora financiera de Citigroup y después fue devuelta de nuevo a su puesto como jefa del departamento bursátil para finalmente ser despedida por su “defensa” de la compensación de pérdidas a los inversores. También a Ina Drew, ejecutiva de JP Morgan, que renunció después de las pérdidas millonarias de la entidad. O a Zoe Cruz, ex vicepresidenta de Morgan Stanley. El País se hacía eco hace pocos días del caso de Isabel Sitz, que acaba de ganar una demanda por discriminación sexual tras sufrir durante años las presiones de sus jefes en Oppenheimer Europe Limited, una empresa financiera con sede en la City londinense, el análogo británico a Wall Street.

Krawcheck, former head of Bank of America's wealth and asset management division, speaks during an interview in New York
KEITH BEDFORD (REUTERS /Cordon Press)

Sallie Krawcheck durante una conferencia en Nueva York

Cordon Press

“Las reglas del juego allí están pensadas más para los hombres que para las mujeres. Es una cultura masculina”, declaraba la psicóloga Sharon Horowitz a The Atlantic con motivo de una convención que reunió a las trabajadoras del sector. Incluso existen estudios 'científicos' al respecto:

Según una investigación realizada por el departamento de antropología del Harvard, las mujeres tienen poca presencia en ciertos sectores laborales porque no tienen la suficiente testosterona. Al parecer, ella es la causante de que los corredores de bolsa varones sean más arriesgados a la hora de realizar su trabajo. En definitiva, dicho estudio concluye de un modo muy eufemístico lo siguiente: para trabajar en Wall Street, hay que tener testículos.

Un planteamiento, a fin de cuentas, no muy alejado del ambiente que se respira en la cinta de Scorsese. Más si tenemos en cuenta un hecho presuntamente acaecido en 2007 que parece anticipar los resultados de este estudio y que podría haber sido incluído perfectamente en el largometraje: Andrew Z. Tong, un corredor junior de la empresa SAC Capital, demandó a uno de sus jefes por obligarle a tomar hormonas femeninas. Una práctica que, al parecer, y según cuenta Tong, era habitual dentro de la compañía para que sus empleados no se mostraran “tan agresivos” ante ciertas transacciones.

Photo credit: Mary Cybulski (©Paramount/Courtesy Everett Collection / Everett Collection / Cordon Press)

Así se las gastaban en las oficinas de Wall Street, según Scorsese

Cordon Press

Otros no necesitan la biología para ver claro el porqué de esta cultura masculinizada. Un artículo publicado por la agencia Bloomberg el pasado diciembre explicaba que gran parte de las contrataciones se producen a través de las fraternidades universitarias. Y citaba las declaraciones, entre otros, de Conor Hails, jefe de Sigma Chi, en la Universidad de Pensylvania: “Estamos intentando recrear Sygma Chi en Wall Street”. Si hacemos caso las ideas comúnmente asociadas a las hermandades, nada de lo que se cuenta sobre el mundo de los brokers neoyorkinos resulta tan descabellado.

No sólo el sexismo parece campar a sus anchas en el parqué de las Bolsas internacionales, las denuncias por acoso, aunque mucho menos numerosas, siguen situando a este sector en el punto de mira: Quizá el caso más conocido sea el denominado Boom-boom room. Así se llamaba la habitación en la que algunos responsables de la firma Smith Barney llevaban a sus empeladas para que se quitaran las blusas “y entretuvieran a los clientes”. La firma tuvo que pagar a las afectadas más de 150 millones de dólares en 1997. Durante el pleito, más de 1900 mujeres – que no quisieron revelar su identidad por temor a represalias- apoyaron la demanda confesando tratos vejatorios en varias empresas similares. Los hechos dieron pie al libro Tales from the boom-boom room: women vs. Wall Street en el que la periodista y profesora Susan Antilla desgrana este y otros casos de acoso sexual en la meca de las finanzas.

Casi dos décadas después, las denuncias por acoso y despido improcedente siguen acumulándose en los juzgados: Rosemary Corscadden, una broker de la City, ganó una demanda en 2009 contra sus compañeros en el Credit Agricole Group, que la obligaron a vestirse de conejita y bailar para ellos. En 2011, el juez dio la razón a Carla Ingraham, que acusó a su jefe en la financiera UBS de ser despedida tras quejarse del acoso al que era sometida.“Me gustaba trabajar allí, en aquella industria completamente gobernada por hombres, aunque tuve que exprimentar muchos retos e inconvenientes. Por ejemplo, me mandaban anónimos, me sentía acosada cada vez que había alguna fiesta en la oficina…”, respondía una fuente desconocida en la web Quora ante la pregunta “¿Cómo es ser mujer en Wall Street?”.

Portada de la revista Time

Time

Curiosamente, las entidades que regulan la economía y las grandes corporaciones están empezando a ser presididas por mujeres. Como si el riesgo y el uso provechoso de las fluctuaciones fueran cosa de ellos y la cautela y la seguridad financiera estuvieran mejor resguardadas bajo manos femeninas. Janet Yellen es la nueva –y primera– presidenta de la Reserva Federal, Mary Barra la jefa suprema de la General Motors y en mayo de 2010, la revista Time retrataba en portada a tres mujeres sobre el titular Female Sheriffs of Wall Street: eran Sheila Bair (de la Corporación Federal del Seguro de Depósitos, una entidad que defiende a los clientes en caso de quiebra bancaria), Mary Schapiro (de la SEC, que vela por las leyes federales) y Elizabeth Warren (del programa gubernamental PCR para hacer frente a la crisis). La primera predijo y alertó sobre la burbuja financiera antes de que estallara, la segunda inició el pleito contra Goldman Sachs y la tercera promueve una nueva regulación a la que bancos y entidades se oponen frontalmente. Las tres vigilan ese coto masculino llamado Wall Street y dudan de que, a corto plazo, sea presidido por mujeres.

La inversora Samantha Washington, al hilo del estreno de la película, escribía un artículo en el diario Telegraph reivindicando la presencia femenina en las tramas que tienen que ver con entornos financieros, pero ella misma confesaba su propia experiencia en dicho ámbito: “A los pocos días de empezar a trabajar, un colega se sentó a mi lado para explicarme que nunca sería tomada en serio si insistía en parecerme a una extra de Los Ángeles de Charlie. Parece que la casi nula presencia femenina en El lobo de Wall Street tiene argumentos donde apoyarse.

La ‘broker’ del film, detenida.

Fotograma de ‘El Lobo de Wall Street’

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