El presidente y su (poderoso) juego de damas
El aumento del electorado femenino y la llamada «guerra contra las mujeres» han sido decisivos en la reelección de Obama. ¿Significa que se abre el camino para una futura presidenta?
«Había una guerra contra las mujeres y las mujeres han ganado», resumía un titular de prensa digital a las pocas horas de conocerse los resultados de las elecciones estadounidenses. No solo porque el voto femenino (y, concretamente, el de las mujeres solteras) ha sido decisivo para reelegir a Barack Obama –si solo votaran los hombres, habría ganado Romney–, sino porque habrá un 20% de senadoras femeninas, un número muy bajo pero que supone un avance respecto a la legislatura anterior. También por las victorias simbólicas de Elizabeth Warren, la estrella emergente del ala izquierda de los demócratas, Tammy Baldwin, la primera senadora abiertamente lesbiana, y Maggie Hassam, la nueva gobernadora de New Hampshire y la única del país que defiende sin ambages el derecho al aborto. Más allá de estos datos empíricos, están los intangibles.
En un año en el que las elecciones deberían haberse centrado en la economía, lo que acabó llevando a los electores a las urnas fueron los conocidos como «women issues» y los derechos reproductivos. «La llamada guerra contra las mujeres movilizó al electorado. Hubo un 5% más de votantes femeninas», confirma Kim Fridkin, profesora de la School of Politics and Global Studies y autora del libro Las consecuencias políticas de ser mujer. Para bien o para mal, el resultado acabó decidiéndose en la peligrosa esquina en la que se cruzan la teología con la obstetricia. «Es de locos que hicieran falta visiones tan extremistas para despertar de una vez a las mujeres, sobre todo, a las de raza blanca», admite Patricia Bellacasa, del lobby National Organization for Women.
Se refiere a los exabruptos de los republicanos Todd Akin y Richard Mourdock (ambos fueron castigados en las urnas), que llegaban a cuestionar hasta lo que es una violación y amenazaban con devolver la salud femenina al statu quo de 1973. Hay quien prefiere verlo con optimismo, como Michele Kort, columnista de la histórica revista feminista Ms, fundada por Gloria Steinem: «Siempre es bueno recordarle a las mujeres que nuestros derechos son frágiles y requieren protección», dice. El efecto bumerán lo reconoce hasta el bando contrario. Con los resultados electorales aún calientes (y escociendo), el presidente del Comité de Política Nacional del Partido Republicano, Jason Whitman, le mandaba por Twitter un mensaje envenenado a Todd Akin, el ya exsenador que aseguró que las mujeres frenan mágicamente los embarazos en caso de «violación legítima»: «Gracias por ayudarnos a perder el Senado». Así que Obama está en deuda con las mujeres.
¿Cabe esperar que la cumpla con más gestos como la ley Lily Ledbetter, que castiga la desigualdad salarial, de la que tanto presumió en campaña? ¿Se verán más caras femeninas en su gabinete? A pesar de su popularidad entre el electorado femenino, y de estar detrás de los nombramientos de Elena Kagan y Sonia Sotomayor como juezas del Tribunal Supremo, hay indicios de que la Casa Blanca de Obama no siempre ha sido profemenina.
A nadie se le escapa tampoco que el miembro más popular del ejecutivo es una mujer y antigua rival, Hillary Clinton. Aunque la secretaria de Estado ha dicho una y mil veces que no planea seguir en esta segunda legislatura y que no tiene planes para 2016, hay quien no se resigna y la imagina como primera presidenta de Estados Unidos. «Ver a Hillary acabar el trabajo por las mujeres que ha empezado Obama sería un ideal», imagina Bellacasa, mientras que Kort prefiere apostar por Warren, una exprofesora de Harvard que profetizó la crisis en tiempos de bonanza y se ha erigido como defensora de las clases medias. Para que Warren tuviera auténticas posibilidades tendría que confirmarse ese «giro liberal» que los analistas aseguran que ha tomado el país y que se debe, entre otras cosas, al peso de la demografía. Como dijo apesadumbrado el comentarista ultraconservador Bill O’Reilly en Fox: «Ahora mandan las mujeres y las minorías». ¿Y Michelle?
La perspectiva es todavía menos realista. La primera dama ha declarado que carece del carácter para dedicarse a la política, pero su enorme contribución a la campaña, con su inyección de popularidad, no ha pasado desapercibida para nadie. El propio Obama se encargó de remarcarlo en su discurso de aceptación, con esa encendida soflama que dio la vuelta al mundo: «Te quiero más que nunca y ha sido un orgullo ver cómo Estados Unidos se enamoraba de ti». Ese día, por cierto, Michelle repetía vestido, un modelo de Michael Kors, por tercera vez. Se ha interpretado como un gesto de austeridad. En tiempos de recesión, pocas cosas tan peligrosas como una acusación de flirtear con la frivolidad. A Obama todavía le reprochan que se quejase del precio de la rúcula y no del muy estadounidense queso cheddar.
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