Trabajo, luego me divierto
En el Día de la Diversión en el Trabajo, saca el buen humor del armario.
Es lo mismo que sucede con el día del agua, el día de la mujer, o el día de la tierra, por ejemplo. Lo deseable es pasárselo bien, dentro y fuera del trabajo, todos los días del año. Sin embargo, con la que está cayendo no está de más sacar del armario el sentido del humor y dejar que se ventile, aunque sólo sea durante un día, sobre la mesa del despacho. Esto es lo que propone Eduardo Jáuregui, de la consultora Humor Positivo: “Los mayas dicen que el mundo se acaba. Los economistas también. Pero de momento cada lunes hay que seguir levantándose para ir a currar, o al menos para soñar con el curro. Por eso, este año, volvemos a convocar el Día de la Diversión en el Trabajo”.
Lo harán con una carrera profesional de obstáculos, trabas y contratiempos, que discurrirá por la Cuesta de Moyano de Madrid (cuesta arriba, evidentemente), en la que los participantes tendrán que sortear desafíos típicos de la carrera profesional: un endiablado proceso de selección; peticiones absurdas del jefe, los clientes y los mercados financieros; luchas de poder; y la mismísima crisis económica. ¿Quién ganara? “Al final, ganarán todos, porque el verdadero triunfo no es conseguir un salario mayor o tener un puesto más rimbombante, sino disfrutar cada día con lo que se hace, junto con el resto de los compañeros, y a pesar de las dificultades”, dice Jáuregui.
Una divertida versión de «Carros de fuego»
Daniel Torrelló
Belén Varela, abogada y especialista en dirección de personas, confiesa que le tiene un cierto respeto a la palabra diversión, en la medida en que se relaciona con el ocio o la distracción. Sin embargo, Varela señala que le encanta hablar de humor, en el sentido de disposición y disfrute. Al fin y al cabo, tal y como recuerda Varela citando al filósofo William James, “el sentido del humor no es más que sentido común bailando. Si consigues que te guste tu trabajo, si consigues entregarte, estás construyendo tu propia felicidad”.
Varela sabe de eso: acaba de sacar al mercado La rebelión de las moscas, un libro que disecciona los principios que convierten a una organización en optimista. El primero de estos principios, apunta la abogada –una de las organizadoras del congreso felicidad en el trabajo– es la construcción de expectativas, ni más ni menos que “el alimento de la motivación”. Para que las expectativas no sean una causa de frustración, es muy importante el equilibrio, el segundo factor. Es decir, mantener retos alcanzables, que provoquen nuestro interés por mejorar, pero que conserven una cierta dosis de incertidumbre. Esa dosis equilibrada de incertidumbre, señala Varela, provoca nuestras endorfinas y hace que el esfuerzo sea incluso una fuente de satisfacción.
El tercer principio consiste en que la atención esté en las metas, en el qué, por qué y para qué de la organización, alejada de los muchos ladrones que la amenazan. En cuarto lugar, Varela sitúa la individualización. “Creo más en organizaciones a la medida de las personas que personas a la medida de las organizaciones”.
Por último, la libertad: “es la afirmación de la confianza. Cuando nos sentimos dueños de nuestros actos, tendemos a asumir mayor responsabilidad”, indica Varela. A eso alude el título de su libro: “es una invitación a disfrutar del vuelo, a atreverse a volar de espaldas a la luz, a ser más intuitivos y menos racionales”.
¿Cómo compatibilizar estas pautas con el momento gris en que vivimos? Varela cree que el principal problema es la carga de incertidumbre que genera la información que nos llega. “Hemos entrado en un peligroso exceso de mensajes negativos que nos sumerge en un estrés paralizante. Nuestra atención no puede estar en las metas, porque está demasiado pendiente de lo que pasa a su alrededor, le incumba o no”, señala. “Aunque la idea del optimismo en las empresas me pareció necesaria en plena bonanza económica, ahora me parece imprescindible”.
Uno de los escollos para divertirse sin duda procede de los horarios interminables que, en general, padecen los empleados de este país. “La esclavitud que padecen muchas personas a un horario que les impide desarrollar una vida plena es un drama de nuestra era. Es un mal que contribuye a la desigualdad de género, a las enfermedades mentales e, irónicamente, a la baja productividad de nuestro país”, opina Jáuregui.
Varela cree que uno de los ladrones de la atención en nuestro trabajo es la necesidad de estar pendiente de aspectos personales: “No es fácil concentrarse si algo te preocupa. La flexibilidad permite atender mejor a todos los frentes. Eso sí, tiene que ser compartida. La libertad necesita un alto nivel de madurez, metas claras y marcos de actuación bien definidos”. ¿Qué cambiaría Varela si, con una varita mágica, pudiera transformar un solo aspecto en las organizaciones? “Cambiaría la forma de ´explicarse su suerte´, porque es lo que condiciona después la actitud colectiva. Si creo que todo lo que me sucede es ajeno a mi control, me quedo con mi condición de víctima y no lucho. Es necesario analizar cuáles son las fortalezas de la organización y ver cómo puede, desde esas fortalezas, afrontar sus circunstancias”. Jáuregui va por otros derroteros: “Cambiaría el ego de los jefes. Con eso se resolvería casi todo”. Como es improbable que esto ocurra de un día para otro, volvamos al principio: el sentido del humor.
“Aquí tenemos tradición de eso, y quizás sea lo que nos salve”, señala Jáuregui. “El año pasado, organizamos un ´encierro de la crisis´, con un cabezudo horripilante que representaba a la crisis económica, al que finalmente manteamos como se merecía. Fue muy catártico. Creo que este país tiene una capacidad enorme de superar sus adversidades mediante el cachondeo. Menos mal, porque no sé si nos quedará otra cosa dentro de unos años”.
Natalia Martín Cantero es periodista. Si quieres ponerte en contacto con ella escribe a natalia@vidasencilla.es
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