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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando las redes pintaban bien

Internet fue un espacio fundamental para el feminismo de cuarta ola, hasta que llegaron los ‘trolls’.

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GETTY IMAGES / ILUSTRACIÓN: ANA REGINA GARCÍA.
Lucía Lijtmaer

La cosa pintaba bien aunque ahora no lo parezca. Durante el estallido de la cuarta ola feminista, una mujer tenía una opinión, la expresaba en una red social y podía ser replicada con alegría, comprensión, disenso. Básicamente obtenía un amplio abanico de emociones o respuestas racionales. ¡Podía incluso ligar por redes! Es más, en esa época las redes sociales resultaban incluso constructivas a la hora de entender movimientos cívicos, elaboraban una respuesta ante las injusticias colectivas. Prueba de ello fue la organización en red con #MeToo, #Cuéntalo o #BlacksLivesMatter, todos encabezados por mujeres, todos parte de una elaboración colectiva de que lo que te pasa a ti, a mí y a las demás no era una mera casualidad, sino parte de un problema sistémico, que necesitaba de una buena reforma –cuando no una reestructuración completa, o su más absoluta demolición–.

Pero algo ocurrió, como reacción al movimiento feminista contemporáneo. Primero pareció casual e incluso risible. Un enjambre de trolls muy agresivos y activos la tomaban con una consigna primero, con una activista después, y eran inasequibles al desaliento. Se utilizaban mensajes cortos, funcionales y muy destructivos. Tardamos tiempo en prestarle la atención debida. Después nos enteramos de que era una práctica antifeminista que ganaba popularidad con los nuevos líderes mundiales ultraconservadores –Bolsonaro, Trump, Erdogan– y tenía un nombre, gendertrolling, acuñado por la socióloga estadounidense Karla Mantilla en 2015.

De ahí se pasó a la manipulación de fotos en foros privados, y a la divulgación de información personal de activistas y periodistas que hacían su vida irrespirable. El señalamiento público por parte de tertulianos afines. Otro paso. La humillación, el uso de imágenes pornográficas manipuladas, día tras día, una y otra vez, para el ejercicio de la tortura sistemática, para amedrentar a las mujeres que usan las redes. La cronología nos dio la pista de que se trataba de acorralarlas: primero sucedió en YouTube y dejamos de leer los comentarios en YouTube. Después aparecieron en Facebook y dejamos de usar Facebook. Pasaron entonces a Twitter y dejamos Twitter. Ahora se habla de la manipulación de las páginas de Wikipedia por parte de trolls, lo cual genera muchos quebraderos de cabeza a los moderadores y, podemos prever, dentro de poco hará irrespirable la atmósfera también allí.

Aun así, hasta hace poco, parecíamos habernos acostumbrado. Algunos datos que nos hacían pensar, a veces: según la ONG Lobby Europeo de Mujeres, estas sufren 27 veces más acoso en las redes que los hombres. Recientemente, el director general de Disney, Bob Iger, reveló que su empresa consideró comprar Twitter en el 2017 y decidió no hacerlo. Declaró a The New York Times: “La maldad que hay ahí es extraordinaria. Me gusta leer mi timeline de noticias de Twitter porque quiero seguir 15 o 20 temas distintos. Luego estudias tus notificaciones e inmediatamente dices: ‘¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué soporto este dolor?”. Cuando el directivo millonario de una multinacional sufre en redes, ¿qué no
sufrirán las mujeres?

Quizá se trate del signo de los tiempos y esta sea una gran época para ser un psicópata, como decía la autora de Fleabag, Phoebe Waller-Bridge, o quizá estemos demasiado inmersas en soportar esta violencia para poder salir del circo romano en el que se lapida, más que se comparte. Recuerdo esa escena en la que la familia feliz de Don Draper, en la primera temporada de Mad Men, está disfrutando de un pícnic en un hermoso paisaje. Cuando terminan, tiran todos los restos, incluidas botellas de cristal, al agua transparente del lago y el espectador siente un escalofrío. ¡¿Cómo pueden hacer algo tan espantoso?! El gesto forma parte de la cultura de la época. Quizá pronto echemos la vista atrás y pensemos ¿cómo soportamos eso?, sin nostalgia alguna. Porque al principio la cosa pintaba bien. Y ya no.

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Sobre la firma

Lucía Lijtmaer
Escritora y crítica cultural. Es autora de la crónica híbrida 'Casi nada que ponerte'; el ensayo 'Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta' y la novela 'Cauterio', traducida al inglés, francés, alemán e italiano. Codirige junto con Isa Calderón el podcast cultural 'Deforme Semanal', merecedor de dos Premios Ondas.

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