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El arte de no hacer nada

Llenar el tiempo de manera tan exhaustiva como venimos haciéndolo desde que los dispositivos móviles son omnipresentes es muy peligroso: nos quedamos sin espacio para reflexionar.

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“¿Sabes silbar, no?”, pregunta Lauren Bacall a Humphrey Bogart en la película Tener y no tener. “Sólo frunce los labios y sopla”. La cita la recoge Veronique Vienne en su libro El arte de no hacer nada. Cuando uno silba, dice Vienne, se siente libre y dichoso, por eso conviene silbar para quitarte presión de encima o en una situación tensa. Y, si no te gusta silbar, otras actividades que la autora nos invita a perfeccionar son procrastinar (“no dejes que las actividades mercenarias controlen tu vida”); respirar (“una señal de felicidad es cuántas veces suspiramos con alivio”) o esperar (“mientras esperas a alguien que llega tarde, no escudriñes el horizonte ni consultes el reloj. Mejor silba o camina lentamente”). Se trata, en suma, de pasar del “modo hacer” al “modo ser”.

¿Qué significa, exactamente, no hacer nada? “Hagamos 'nada' como los niños”, escribe Vienne. “Para ellos, 'no hacer nada' no significa estar inactivo. Significa hacer algo que no tiene un nombre. Puedes 'recapturar' ese momento de total serenidad si simplemente renuncias a poner una etiqueta a todo lo que haces”. La idea, por tanto, es ésta: 'hacer nada' mientras llenas el carrito de la compra, hablas por teléfono o friegas los platos. Y, mientras se hace 'nada', en realidad se está haciendo 'todo'. Como suele decir el maestro zen Thich Nhat Hanh, mientras friegas los platos debes estar únicamente fregando los platos. Si estoy pensando en los problemas del trabajo o deseando acabar para pasar a la actividad siguiente, estoy perdiendo el único momento que tengo.

Esto no resulta sencillo para quienes se pasan la vida en 'modo hacer'. Siempre hay material por leer, proyectos que entregar, e-mails que contestar, llamadas que atender. La lista de tareas tiene mucho en común con la mítica piedra de Sísifo: por más que uno tache tareas, nuevas cosas aparecen como por arte de magia. Llenar el tiempo de manera tan exhaustiva como venimos haciéndolo desde que los dispositivos móviles son omnipresentes es muy peligroso: nos quedamos sin espacio para reflexionar.
El mundo digital nos está haciendo, además, cada vez más compulsivos e impacientes: reclamamos una respuesta inmediata para todo. Se nos exige, y por nuestra parte exigimos también a los demás, estar siempre ahí, al otro lado de la línea. “¿Qué nos pasa? ¿Hemos incrementado la felicidad con ese modo de vivir? ¿Somos más eficaces?”, se pregunta José Luis Trechera, profesor de Psicología del Trabajo en ETEA (Córdoba). “La experiencia demuestra que todos nos quejamos de las prisas pero sucumbimos a ese ritmo frenético. ¿Es una condición irrenunciable de la vida moderna? ¿Nos ayuda a ser más personas? Quizá, si somos conscientes de la situación y de sus consecuencias, podamos ofrecer alternativas para afrontar la realidad de otra manera”, apunta. Es en este contexto donde el dolce far niente, la refinada holgazanería, puede convertirse en un gran remedio para un gran mal. Quizá no sea factible practicarlo todo el año, pero agosto es un buen momento para practicar.

La Comisión para la Racionalización de los Horarios Españoles, una organización muy crítica con la gestión del tiempo en este país, señala que cuando llegan las vacaciones tampoco sabemos manejar nuestro tiempo. Entre sus recomendaciones para el verano están disfrutar de comidas pausadas y en familia; desconectar completamente de la parcela laboral y hacer turismo con calma, evitando las jornadas maratonianas. “El verano es un periodo de desconexión, en el que toman valor aspectos de nuestra vida que teníamos olvidados. Si conseguimos marcarnos unas pautas sólidas, nos puede servir de entrenamiento para hacerlo también durante el resto del año”, advierte Ignacio Buqueras, director de la organización.

Es importante añadir que, tal y como señalan Trechera o la propia Vienne, esos espacios “en blanco” –en la cola del supermercado, tumbado en la arena de la playa– a menudo se convierten en los lugares donde se fraguan las ideas más creativas. Recordemos que Isaac Newton dio con la ley de la gravedad cuando reposaba bajo un manzano, o que Ben Franklin inventó el pararrayos mientras volaba una cometa. 

Cómo observar la puesta de sol *

No podemos evitar creer que el sol es como nosotros: un cuerpo celestial que recorre la tierra en círculos. Esta impresión es tan falsa como tenaz, pero podemos hacerle frente. La próxima vez que veas una puesta de sol, siéntate erguido y experimenta la majestuosa rotación de la Tierra: 

1-Antes del atardecer, observa cómo asumes que el sol se está hundiendo. Recuérdate a ti mismo que este movimiento descendente no es más que una ilusión óptica

2-Atraviesa el sol con una estaca imaginaria y sujétala al cielo.

3-Ahora observa cómo el horizonte trepa gradualmente hacia el sol. Imagina que la tierra se mueve bajo tus pies.

4-Déjate llevar por la sensación de que la Tierra se inclina hacia detrás a cámara lenta.

5-A medida que el sol desaparece, visualiza la parte del planeta donde te encuentras rodando suavemente hacia la penumbra.

6-Enhorabuena. En los últimos diez minutos, has hecho un salto mortal hacia atrás en dirección a la noche a 16.000 kilómetros por hora.
*Traducido de El arte de no hacer nada.

@nataliamartin es periodista. Si quieres ponerte en contacto con ella escribe a natalia@vidasencilla.es

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