Beyoncé con la piel clara: lo que hay más allá de la foto
Las mujeres exitosas tienden a ser miradas con lupa y a ser juzgadas de manera sumarísima, pero el color importa y la intensidad de negro también
Que cada paso que da Beyoncé (o su familia) genera interés no es algo nuevo y tampoco lo es que esa atención vaya más allá de su carrerón e incluya cualquier aspecto de su vida personal, la ropa que escoge para el concierto de turno, su nuevo peinado o hasta su color de piel. Y no es una forma de hablar.
El pasado fin de semana, la cantante asistió en Los Ángeles al preestreno del documental Renaissance: A Film by Beyoncé, llevaba un vestido plateado obra de la diseñadora Donatella Versace, quien no dudó en compartir en su cuenta de Instagram una foto de la artista con él. La publicación obtuvo más de 500.000 likes y alrededor de 6.000 comentarios centrados no tanto en la prenda como en su tono de piel, mucho más claro que de costumbre, y en su cabello liso y rubio platino. Hay quien la comparaba incluso con las Kardashian y una usuaria lamentaba que “no estuviera orgullosa de sus orígenes y blanqueara su imagen para encajar en otra raza”.
En un artículo del diario El Español, dos expertos han analizado las imágenes y coinciden en que la polémica no tiene razón de ser puesto que si se la ve casi blanca no necesariamente tiene por qué deberse a que se haya despigmentado sino a la calidad de la foto, al uso del flash o al efecto cromático que genera el propio vestido. Si era tan sencillo, ¿por qué se ha liado tal revuelo y qué subyace a él? Pues… un montón de cuestiones.
Para empezar, esto ya sucedía en la era previa a las redes sociales, aunque a día de hoy se haya amplificado, las mujeres exitosas tienden a ser miradas con lupa y a ser juzgadas de manera sumarísima. Se opina acerca de su indumentaria, de su físico, de sus formas y sí, a veces, sobre su trabajo.
Por otro lado, hay aquí algo de Déjà vu, dado que no es la primera ocasión en la que esto pasa. En 2008, L’Oreal recibió muchísimas críticas a raíz de utilizar una foto en la que Beyoncé salía clarísima. Entonces, la marca negó haber manipulado la instantánea.
Pero es que, además, el color importa y la intensidad de negro también. Prueba de ello es el estudio que hicieron en la Universidad de Chicago en 2008, antes de que Barack Obama ganara las elecciones. En él usaron tres fotos del que más tarde sería presidente de EEUU, una con su color real, otra en la que aparecía más claro y en la tercera se le veía más oscuro. La mayoría de las personas que tenían intención de votarle creían que su tono real era el más claro y, sin embargo, aquellas que se inclinaban por el partido republicano pensaban que la imagen verdadera era en la que salía más oscuro. Así las cosas, tener una mejor percepción sobre él iba de la mano de verle menos negro. Esto que nos puede resultar muy racista aconteció hasta dentro de su propio partido: una campaña publicitaria de apoyo a Hillary Clinton, contrincante en las primarias, fue criticada por, supuestamente, haber “ennegrecido” al que acabó por convertirse en el inquilino de la Casa Blanca.
Lo anterior habla de la birracialidad, cuya percepción, como la de la propia raza que es un constructo social, puede ser muy contextual. Hay gente mestiza que es leída como blanca en África, como negra en Occidente o con alguna de las mil designaciones de las castas que dejó España en Latinoamérica. Ahora bien, también está vinculado al colorismo, término acuñado por la escritora afroestadounidense Alice Walker que, aún admitiendo que todas las personas negras padecen racismo, señala que las que tienen la piel más oscura, labios más gruesos o nariz más ancha enfrentan una discriminación mayor, son leídas como más peligrosas y como menos bonitas.
El colorismo suele estar ligado al texturismo, que sería lo mismo pero aplicado al cabello. Por tanto, un pelo rizado pero no tanto y más atirabuzonado que afro tiene una mayor aceptación social. No en vano, el año pasado, y sirva esto de muestra para evidenciar que esta discriminación es real y no una percepción subjetiva producto del una fragilidad extrema, la cámara de representantes de EEUU aprobó un proyecto que prohíbe discriminar por llevar el pelo afro natural.
Basta con echarle un vistazo a la industria del cine o a las pasarelas de moda para comprobarlo. Y no, Lupita Nyong’o o Viola Davis no son regla, más bien, excepción. No obstante, sin necesidad de fijarse en el star system, a la hora de contratar a personas en puestos de cara al público o en trabajos de cuidados existe un “negrómetro” que provoca que no sea tan sencillo encontrar a gente negra de piel oscura y cabello rizadísimo desempeñando ciertas labores en ciertos sitios.
Obviamente, esto tiene consecuencias. La despigmentación voluntaria sirviéndose de químicos es algo demasiado extendido en varios países del continente africano y en algunos caribeños en donde una parte de la población se aplica cosméticos con porcentajes altísimos de hidroquinona con el objetivo de bajar unos cuantos tonos. Los referentes estéticos que salen en televisión, en las portadas de las revistas o en las vallas publicitarias son del estilo de Rihanna, o sea claras, y aspiran a parecerse a ellas. El problema es que la gente negra lo es como forma de adaptación y protección natural en un entorno en el que el sol y sus efectos pueden ser muy perniciosos en teces más claras. De hecho, ya lo están siendo: los casos de cáncer de piel no dejan de aumentar y, por si eso no fuera suficiente, como la dermis adelgaza, en caso de intervención quirúrgica, la parte de sutura se complica. Esta práctica es más común entre las mujeres y a pesar de que hay algunos hombres que se aclaran (los más conocidos serían el exjugador de béisbol Sammy Sosa y el cantante de dancehall Vybz Kartel) , el grueso de las que lo hacen son ellas ya que reciben unas presiones estéticas infinitamente mayores.
Y luego está el tema del cabello. No son pocas las niñas que han crecido escuchando que su pelo es malo como si, en palabras del rapero y cosmetólogo cubano Robe L Ninho, fuera un delicuente solo por crecer buscando las nubes en lugar de la cintura. Desde ese punto de vista, la aplicación de mejunjes agresivos, las mil horas y billetes gastados en la peluquería y los alisados de generaciones y generaciones de mujeres no han sido un capricho estético sino producto de la necesidad de adaptarse en un contexto en donde lo que eran y son está mal o no es considerado suficiente o formal.
La buena noticia es que cada vez existen más asociaciones, medios de comunicación y personas que, a través de nuevas propuestas culturales y estéticas, muestran otros referentes. Así mismo, hay países como Costa de Marfil, Ruanda o Senegal, que han optado por prohibir la utilización de los despigmentantes y/o la emisión de los comerciales que los anuncian. El objetivo común es luchar para erradicar unos cánones imposibles, perjudiciales, racistas y coloniales. Ahora queda que el mensaje se extienda.
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