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Qué hacer cuando la mascarilla provoca sensación de asfixia y ansiedad

Aunque es imposible quedarte sin aire por llevarla, la ansiedad hace que esa sensación se viva como real. Y hay que saber cómo y dónde retirarla.

Young Asian woman wearing a protective face mask on public transportation in the city
Getty (Getty Images)

Mantener la distancia social y usar mascarilla son, junto con el lavado frecuente de las manos, las herramientas más poderosas que tenemos en este momento para contener el contagio del coronavirus. Parece simple, pero, en la práctica, no lo es. Algunas personas relatan cómo les falta el aire cada vez que se colocan la mascarilla. “Es posible tener una sensación de asfixia, pero jamás se va a producir con una mascarilla de las que se recomiendan para salir a la calle. De hecho, creo que somos todos mucho más responsables que todo eso, no somos tan niños como para sentir asfixia con algo que sabemos que no la puede producir. Es cuestión de querer”, señala la doctora Raquel Blasco, internista y vicepresidenta 2ª del Colegio de Médicos de Valladolid

El problema es que esa ‘sensación’ es muy real. Tanto que el instinto de supervivencia pide a gritos retirarla a toda costa. “La mascarilla una vez puesta no debe tocarse para que siga cumpliendo su función. Si, por ejemplo, estás en el autobús y sientes que te asfixias, ten paciencia, sentido común, compórtate como una persona responsable y no te la quites. Insisto: nunca te vas a asfixiar por llevarla. Y, en caso de que te la quites, hazlo siempre con las debidas medidas de seguridad y sin toquetearla. Si es de varios usos, guárdala en un recipiente hermético e impermeable. Mejor una bolsa de plástico que una de papel”. La distancia social y el silencio que esta ‘nueva normalidad’ impone, por ejemplo, en el transporte público, puede resultar intimidatorio. Todo el mundo mira a todo el mundo, escrutando quién podría estar infectado. O haberla pasado. La ansiedad, o, simplemente, los nervios, pueden provocarte un ataque de tos nerviosa muy inoportuna y la mascarilla se convierte de nuevo en un escollo. Entonces te asalta la duda, ¿hay que toser con la mascarilla? “En este caso tampoco deberías quitártela. Significa que vas a soltar tus gotitas de Flügge, exponiendo al resto de personas que te rodean a contagiarse, en caso de que tengas el virus. No sería una reacción muy sensata”.

¿Y si tengo asma o rinitis?

Sobre el papel resulta fácil pensar en un uso generalizado de la mascarilla. En la práctica, este elemento puede provocar problemas a quienes ya de por sí padecen ansiedad o algún tipo de patología respiratoria. “Las estadísticas reflejan que hasta un 18% de la población general presenta trastornos de ansiedad en distinto grado en algún momento en su vida. Los síntomas de la ansiedad (aumento de frecuencia respiratoria, sensación de falta de aire, tos, dolor u opresión en el pecho) pueden confundirse con los de una enfermedad respiratoria y sentir, efectivamente, que le falta el aire. Si además padece asma o rinitis, los síntomas serán más acusados”, explica la doctora Marina Blanco, neumóloga y coordinadora del Área de Asma de SEPAR (Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica). Esta neumóloga entiende que hay casos en los que puede resultar inevitable retirar la mascarilla, bien porque la ansiedad hace que la persona sienta que se asfixia o porque la secreción nasal bajo la mascarilla le impide respirar. “En ese caso, busca un área abierta, al aire libre, donde se pueda mantener la distancia social. Retira con cuidado la mascarilla y, si es reutilizable, introdúcela en una bolsa de papel”. Aquí es fundamental no saltarse ningún paso. “No te toques la cara para nada, ni para sonarte, antes de lavarte las manos con agua y jabón durante 20 segundos o con una solución hidroalcohólica”. Cuando te sientas lista, ponte una mascarilla de nuevo. “Para evitar situaciones molestas con la mascarilla, es muy importante que los pacientes con rinitis o asma tomen adecuadamente su tratamiento de mantenimiento diario para tener bien controlada la enfermedad”. Otro consejo es elegir el modelo de mascarilla que menos incómodo nos resulte. “Existe mucha variedad y se diferencian, aparte de la capacidad protectora, en los puntos de apoyo en la cara o el sistema de sujeción en la cabeza. De hecho, la de tipo quirúrgico da menos sensación de asfixia que las mascarillas FFP2 o FPP3 y es la que se sugiere para la población general. Las otras están más indicadas solo para ambientes laborales concretos”.

Así se controla un ataque de ansiedad

En otros casos no hay una razón fisiológica detrás de esa dificultad para respirar. El problema se genera en la cabeza. Es el ataque de ansiedad que genera una desagradable experiencia muy vívida de falta de aire. Para la psicóloga Pilar Conde, directora técnica de Clínicas Origen, “lo que nos digamos de manera interna es fundamental. De entrada, piensa que es un elemento diseñado para proteger. Sé consciente de que, aunque sientas que te falta el aire, en ningún caso es real. También ayuda recordar que los profesionales sanitarios se pueden tirar horas con ellas, prueba de que es posible respirar tranquilamente con una mascarilla. Sin olvidar que es una pantalla para protegernos y proteger a los demás”. Si aún así te sobreviene un ataque de ansiedad y te sientes incapaz de respirar, “busca un sitio en el que no haya más personas y libérate un momento hasta que recuperes la calma”.

Quitársela a las bravas, sin respetar la distancia social, genera un nuevo problema emocional: el agobio de pensar que en esa acción descontrolada te has podido contagiar. Una angustia que acaba por incrementar la ansiedad. “Puede que, a lo largo del día, cuando vuelvas a sentir que te falta el aire, lo achaques a que pillaste el virus al quitártela. De nuevo, conviene revisar las sensaciones e intentar calmarnos. Esa falta de aire lo más probable es que no sea otra cosa que un pico de ansiedad. A medida que te calmes, desaparecerá también esa sensación de asfixia, algo que no sucedería si hubieras enfermado con la Covid-19”.

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