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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Me retiro

La pandemia no solo no ha acabado con los retiros de bienestar, sino que los ha legitimado: el aislamiento y las normas pueden ser adictivas. Además, todos estamos heridos y estos viajes son como betadines.

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Escribo estas líneas con un pijama de fibra de bambú que me han visto pocas personas. Es espantoso, pero no me lo quiero quitar nunca. Me lo regalaron cuando estuve en el valle del Duero siguiendo el programa Sleep with Six Senses aprendiendo a dormir bien. En ese hotel existe la figura del ‘Embajador del sueño’, que orienta en el proceso de mejora del mismo. De ese viaje a Portugal regresé con dos hábitos: usar antifaz y dormir con este pijama que es como una tila doble.

Escribo envuelta en bambú sobre retiros de bienestar. Llevo un año retirada de casi todo y, sin embargo, me iría mañana mismo a uno de ellos. Son los ejercicios espirituales laicos del siglo XXI. Me invitaron hace unos años a participar en Suiza en uno que se autodenominaba ‘Retiro de salud’; estaba en Villars, frente al internado de Beau Soleil. Pasé cinco días levantándome al alba, mirando el móvil de manera clandestina, subiendo montañas como un gamo, comiendo comida de colores y acostándome agotada en mi cabaña de madera a las siete de la tarde. Volví con energía para presentarme, como mínimo, a presidenta del Gobierno. Me hubiera quedado un mes en los Alpes, pero no hubiera sabido qué hacer con tanta fuerza. Durante el tiempo que estuve en este lugar (cerró al poco tiempo, su factótum era un personaje extraño) observé a mis compañeros de retiro y confirmé que había una capa de personas en Occidente que pagaba miles de euros por seguir reglas, por hacer sacrificios suaves.

La pandemia no solo no ha acabado con los retiros, sino que los ha legitimado: el aislamiento y las normas pueden ser adictivas. Además, todos estamos heridos y estos viajes son como betadines. Los retiros más populares son los de yoga, meditación, desconexión digital, silencio y encuentro con la naturaleza, pero yo no fantaseo con irme a una casa de campo sin móvil a hacer el guerrero número III. No. Colecciono información sobre retiros. Los tengo guardados en una carpeta de Evernote. Cuando regresen los viajes, se activará este tipo de (un momento, voy a escribir una palabra horrible) experiencias.

Mis tramas siempre son ambiciosas y muchas tienen lugar en África. Solo les falta John Barry de fondo. Una vez, en Sudáfrica, conocí al dueño de un hotel que proponía un retiro en un resort en el que todo estaba incluido en el precio. Tuve que decirle que lo repitiera: «Pero ¿todo todo está incluido? ¿Puedo darme 10 masajes?». «Yes, you can«. Y ese buen hombre me sonó mejor que Obama. En ese Shangri-La podrías levantarte una mañana y disfrutar de una manicura y un facial, al día siguiente, un tratamiento de maderoterapia, hatha yoga y más masajes y así cada día, hasta que salieras de allí inmortal. No recuerdo el nombre del lugar, aunque lo he buscado en todos mis cuadernos. Juro que no lo soñé.

En mi carpeta de retiros tengo subrayada la palabra Aman. Este sello de hoteles ha lanzado este año un programa de bienestar, como si dormir en ellos no fuera ya benéfico para el cuerpo y el alma. En esta propuesta hay un grupo de retiros llamado Journey to Peace, liderado por un monje budista muy reputado, Geshe La. Entre ellos hay uno llamado As it is, cuyo objetivo es aprender a dejar ir, a despedir sin juzgar. Tendrá lugar en otoño durante seis noches en Amanpuri (Tailandia) o en Amansara (Camboya). Cómo se cultiva el desapego en dos de los hoteles más hermosos del mundo, me pregunto. La marca de cosmética Susanne Kaufmann cuenta con un retiro de tres días en el Hotel Post Bezau, en Alemania. Ofrece un menú que incluye belleza, pilates y tenis. Hay, en un doble tirabuzón, hasta una opción familiar, en la que padres e hijos pueden retirarse juntos. Allá cada cual. Mi favorito es uno de Body Shaping que dura siete días e incluye unos 20 masajes. No sé si el dinero da la felicidad, pero sí sé que paga los masajes por decenas. Hoy se paga mucho por lo que siempre ha sido gratis. No sé si estamos preocupándonos demasiado por el alma y demasiado poco por el cuerpo. Lo pienso con frecuencia y recuerdo el poema de Gloria Fuertes llamado Chequeo que termina así: «Como no tengo seguro, recetó un lugar en calma, que me preocupe de una puñetera vez por el cuerpo y me deje de tanta alma».

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