Cómo practicar sexo a 40 grados (o al menos intentarlo)
Sí se puede.
Al amor y al sexo siempre se le han atribuido propiedades calóricas. Cuando estamos interesados en conocer a alguien debemos, primero, romper el hielo; luego nos calentamos porque nuestro objeto de deseo nos hace subir la temperatura o nos derrite, para acabar en una hoguera de pasiones. Dicho esto pareciera que las relaciones afectivas requiriesen de un medio, cuanto menos templado, para arraigar y cobrar fuerza; pero cuando los termómetros alcanzan temperaturas demasiado elevadas, la libido ejecuta un movimiento proporcionalmente inverso. Basta con pensar en todo el ajetreo, esfuerzo y sudores que requiere el sexo, para convertirnos en damas del Ejercito de Salvación, miembros de la Liga de la decencia y buenas costumbres.
Para muchos, los deberes conyugales no solo incluyen el sexo sino también el requisito de compartir cama en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad; en invierno, con 0ºC y ganas de arrimarse a cualquiera; y en verano, con 40ºC y la sensación de que te han colocado una plancha ardiendo cuando alguien te pone la mano encima.
Pasarse la noche en vela por motivos sexuales merece la pena, pero hacerlo por cuestiones climatológicas resulta ridículo en pleno siglo XXI. Si usted, lector, dispone de aire acondicionado, de dinero para pagar la factura a fin de mes –lo que implica tener un trabajo remunerado– y de una pareja que no solo comparte su misma sensibilidad al frío-calor, sino idénticas teorías respecto a la conveniencia de dormir con el frio artificial: ¡Enhorabuena! Puede dejar de leer este artículo y pasar a algo más productivo. Si, por el contrario, está dentro del 95% de la población restante, siga leyendo. Es probable que la ola de calor cree entorno a usted una bomba a punto de estallar. Si ese es su caso, continúe leyendo y tal vez haya una pequeña posibilidad de que dormir en verano no cercene, de una vez por todas, su vida afectiva.
Invierta en una buena cama, la más grande que se pueda encontrar
Las claustrofóbicas camas de matrimonio de antaño diseñadas para pigmeos con desórdenes alimentarios, podrían explicar muchos de los traumas, complejos e idiosincrasia de la raza española. Afortunadamente, los lechos han crecido en los últimos tiempos hasta un tamaño mínimamente aceptable, pero si uno cree en el amor para siempre y sueña con envejecer junto a su ser querido, lo mejor es optar por una cama Queen size o, si la habitación lo permite, ir a por todas con una King size. Nada impide que la pareja se comunique por whatsap y quede a una hora determinada en un punto de la cama, y siempre existe la ventaja de que, si no se quiere ver al otro o hace demasiado calor para dormir abrazados, con apagar el móvil y hacerse el sueco quede todo resuelto.
Hace unos años, optar por el tamaño grande implicaba la ardua búsqueda de sábanas de estas dimensiones, pero ahora se encuentran con más facilidad. Invertir en un colchón de matrimonio con muelles independientes es otra gran idea porque si nuestra pareja tiene el baile de San Vito y acostumbra a moverse mucho de noche, sus sacudidas no nos despertarán. Es más, ni siquiera las notaremos. Además de los muelles, no está de mas exigir la declaración de independencia también para las sábanas, los edredones o lo que uno tenga por costumbre echarse encima para dormir en verano, aunque nada impide que se siga compartiendo la sábana bajera. Esta idea, que se practica ya en el resto del mundo, acaba con las discusiones entre frioleros y calurosos, ya que cada uno elige lo que pone en su lado de la cama, además de las batallas campales por hacerse con el poder y conquistar el edredón o la colcha.
El aire caliente tiende a subir, por lo que las camas bajas o sobre el suelo, como los tatamis japoneses, son siempre más frescas que las altas. De la misma forma que, si la vivienda tiene dos pisos, la opción menos caliente es la planta baja.
Preparar la habitación para la noche
Si abrimos una ventana, por ella entrará lo que hay fuera. Si hace frío vendrá el frío y lo mismo ocurre con el calor. Por eso si estamos en proceso de cocción a mediodía, en agosto, la mejor idea no es abrir la ventana. Nuestras madres y abuelas conocían el arte de mantener fresca una casa en verano: ventilar por la mañana y al caer el sol, mantener la vivienda oscura, crear corrientes de aire… Tradición que se ha perdido con el ventilador y el aire acondicionado, y que convendría retomar para ahorrar energía.
Las luces eléctricas dan calor y atraen a los mosquitos, al igual que los aparatos electrónicos encendidos, que contribuyen a caldear el ambiente, por lo que es mejor mantenerlos apagados en el dormitorio. La opción de dormir con la ventana abierta no siempre es segura y, además, implica que habrá más ruido y que la claridad puede hacernos madrugar más de lo deseado. Unos tapones de oídos y un antifaz pueden ser una solución. Otra es crear corrientes en la casa que lleven aire a la habitación o encender el aire acondicionado o el ventilador.
Los poco partidarios de dormir con el aire, para no amanecer con la garganta afectada, pueden probar a darle al on una hora antes de irse a la cama para encontrar la estancia fresca.
La mejor opción para el ventilador es ponerlo en el techo y disfrutar de esa suave brisa que evita que nos desintegremos. Pero si esto no es posible, antes que dirigirlo a la cara, es mejor hacerlo a los pies o a la pared, y así evitaremos tragarnos el polvo, inapreciable a los ojos pero no a nuestras mucosas.
Para no crear un Siroco –viento caliente– en el dormitorio, no está de más poner un recipiente con hielo entre el ventilador y los ventilados y, así, simular una cierta brisa ártica, refrescante, tranquilizadora. Cuando la cosa está que arde, siempre queda el recurso de meter las sábanas en la nevera, dentro de una bolsa de plástico, y ponerlas justo antes de acostarse para que el ecosistema polar esté ya al completo y sea como tumbarse sobre la nieve.
Para ir frío a la cama
Cenar copiosamente y con vino tinto es como echar leña a la chimenea y asegurarse una noche calentita. Así que limitar las calorías y el alcohol equivaldrá a bajar el termostato corporal y apostar por un mejor sueño. La típica ducha fría ayuda a bajar la temperatura y el baño de pies, con unos cubitos –a modo de gin&tonic–, mientras se ve la televisión, puede hacer hasta que añoremos una buena manta. Mi preferencia por los pisos altos, con más luz pero más fríos en invierno y calientes en verano, me han convertido en una experta en la lucha contra los elementos. Otra solución de urgencia es tumbarse en la cama, por supuesto desnudo, sobre una toalla mojada o llevarse placas de hielo –esas que se utilizan en las neveras portátiles– y ponerlas junto a la almohada para percibir el halo de frescor que desprenden.
Y ya metidos en harina…
Curiosamente las tórridas noches son las que nos dejan más fríos, ya que por norma general a los hombres el calor nos pone indolentes e insportables a hombres y mujeres. Aún así, el sexo más allá de los 40 ºC es posible, solo que éste debe adoptar la modalidad más rápida y menos melindrosa, evitar las posturas que requieran un contacto corporal más intenso y perderle el miedo al sudor, tabú infranqueable para muchos.
La ducha es una inestimable opción y, con gran cuidado para no resbalar y rompernos el espinazo, podemos intentar emular las imposibles posturas coitales que salen las películas de Hollywood, como hacerlo con ambos partenaires en posición totalmente horizontal.
En agosto, la nevera es la que puede proporcionarnos los mejores juguetes eróticos: cubitos de hielo y helados. Cada uno debe elegir si prefiere comerlos en cucurucho o en tarrina.
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