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Tu osito de peluche necesita un cambio de ‘look’

Una investigación explica cómo este juguete condiciona nuestra relación con la naturaleza y aboga por hacerlos más realistas

Osos de peluche
Enrique Alpañés

Durante más de 100 años, los osos de peluche han ocupado un lugar privilegiado en las cunas y el corazón de los niños. Pero no en los laboratorios científicos ni en la mente de los ecólogos. Hasta ahora. Un artículo publicado en la revista científica Bioscience asegura que este objeto podría ser mucho más que un juguete. Los peluches desempeñan un papel fundamental en nuestra concepción temprana de la naturaleza, moldeando potencialmente la forma en que interactuamos con ella a lo largo de nuestras vidas. Por ello, el estudio sugiere que realizar un cambio de look al popular juguete podría mejorar este efecto. Los ositos de peluche, dicen, son demasiado monos para representar un animal salvaje.

Para explorar esta cuestión, los autores utilizaron análisis morfométricos y colorimétricos para comparar 436 osos de peluche con sus homólogos del mundo real. Hicieron un experimento participativo con más de 400 personas y una encuesta online con más de 11.000. Y llegaron a varias conclusiones. “Características como texturas suaves, proporciones y ciertos colores predicen con fuerza si un oso de peluche es atractivo para las personas”, afirma uno de los autores, Nicolas Mouquet, ecólogo del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia en un intercambio de mensajes. “Pero al comparar estas características con las de los osos reales, existe una clara discrepancia. Los osos salvajes son diversos, robustos y, a veces, un poco intimidantes”.

Esto supondría un problema, pues nuestro apego emocional a la vida silvestre a menudo se ve influenciado más por nuestras creaciones culturales que por los propios animales. Cuando vemos un león, pensamos en Simba, cuando vemos un ciervo, nos viene a la mente Bambi. “Por eso, rediseñar los juguetes y diversificarlos podría ayudar a cerrar esta brecha”, señala el autor.

De entre todas las especies de osos analizadas, la que más se asemeja al estereotipo de peluche es el oso panda. No es algo que sorprenda. La popularidad mundial del panda no se debe solo a las campañas de conservación inteligentes, sino también a su estética adorable. “Los pandas tienen rasgos naturales que asociamos con la ternura: caras redondas, manchas oscuras distintivas alrededor de los ojos y una apariencia suave, similar a la de un peluche”, explica Mouquet.

En varios artículos que analizan por qué ciertas especies despiertan más simpatía y apoyo público (y financiación para su conservación), los pandas siempre se encuentran en lo alto de la lista. El estudio What makes the giant panda a celebrity? analizó los motivos de su éxito, señalando que su morfología despierta ternura, pero también concluyendo que “el capitalismo rige la construcción de la celebridad animal en la sociedad contemporánea”.

Un caso reciente que ejemplifica esto muy bien es el de la capibara, un roedor de enorme tamaño que ha ganado popularidad recientemente gracias a las redes sociales. Su fama se ha traducido en ingresos millonarios para empresas que comercializan merchandising de este animal. Y a la vez ha servido para que la población se ponga de parte de las capibaras cuando han surgido roces y problemas de convivencia con los humanos.

Estos antecedentes dejan muy claro el camino a seguir. Pero cuanto más se aleja el oso de peluche de su contraparte biológica, mayor es el riesgo de que los niños crezcan con representaciones mentales distorsionadas o incompletas de los animales y los ecosistemas, advierten los investigadores. “Los osos de peluche son como embajadores emocionales”, resume Mouquet. “Brindan consuelo y seguridad, justo la mentalidad que necesitamos para animar a los niños a conectar con la naturaleza. Ahora, imaginen llevarlo aún más lejos: peluches diseñados para parecerse a especies reales, acompañados de historias sobre sus hábitats y desafíos. Sería una forma divertida, económica y lúdica de concienciar sobre la biodiversidad”.

La importancia de los objetos de apego

En su libro, El oso: Historia de un rey destronado, el historiador Michel Pastoureau, explica que el oso ocupa un lugar cultural único en la cultura europea, “por la facilidad con la que puede ser antropomorfizado, debido a las características que comparte con nosotros: se mantiene erguido, es mamífero y omnívoro”. Esto podría ser un arma de doble filo. Por un lado, al darle una forma humana, podríamos facilitar la empatía. Por otro, estamos desnaturalizando su aspecto real, creando una brecha entre la naturaleza y su representación.

Bruce Hood, profesor de psicología en la Universidad de Bristol, cree que todo esto es una chorrada, aunque manifiesta su discrepancia con datos y educación. “El oso de peluche es popular por una cuestión de marketing”, explica en un intercambio de mensajes. “Simplemente son más comunes. A principios del siglo XX, empresas como Steiff en Alemania o Ideal Toy Company en Estados Unidos, producían osos de peluche en masa, haciéndolos accesibles y asequibles. No creo que reflejen ningún vínculo intrínseco con la naturaleza, por lo que me parece extraño que se haga un análisis basado en su apariencia”, opina.

Hood lleva años estudiando la importancia de los objetos de apego. Son muletas emocionales, juguetes que nos hacen sentirnos seguros cuando somos niños. Y entre ellos, reconoce, el más popular es el osito de peluche. Este psicólogo cree que el apego emocional que los bebés desarrollan a los objetos (generalmente mantas o peluches) probablemente se deba a que se usan como compañeros de cama cuando se les deja dormir solos. “Si bien no todos los niños desarrollan estos apegos emocionales, sí reflejan una característica de la personalidad”. Tanto que en un estudio que realizó hace unos años, descubrió que entre el 25 y el 30% de la población adulta aún conserva su objeto de apego de la infancia.

Puede que no crea que la forma de nuestros ositos de peluche vaya a cambiar el modo en que nos relacionamos con la naturaleza, pero Hood también piensa que estos son más que simples objetos. Los peluches infantiles se convierten en tótems. Son objetos que nos acompañan en la infancia y que recordamos toda la vida. Y en muchos casos, el primer contacto que tenemos con otras especies animales. Así que ,aunque sea difícil comprobar si sus formas pueden modificar nuestra relación con la naturaleza, al menos merece la pena preguntárselo.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
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