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Le dijeron que los vómitos que acabaron con su embarazo eran fingidos. Más de 20 años después, esta genetista ha descubierto su origen

Históricamente, se culpó a las pacientes que sufrían vómitos excesivos durante la gestación. La doctora Marlena Fejzo ha dado con su origen, lo que abre la puerta a crear un medicamento para evitar las náuseas en embarazadas

Marlena Fejzo
La genetista Marlena Fejzo.
Enrique Alpañés

Vomitar es lo normal. Hasta que deja de serlo. El 80% de las embarazadas sufre náuseas durante los primeros meses de gestación. Pero entre un 1% y un 2% de ellas vomitan hasta 50 veces al día, pierden peso, se deshidratan y en los casos más graves, acaban hospitalizadas. Es una enfermedad incapacitante llamada hiperémesis gravídica (HG). Hasta hace unos meses, se desconocía qué mecanismo hacía que las mujeres vomitaran durante el embarazo. Y esta laguna científica se llenó con prejuicios. Cuando vomitaban poco, no se le daba importancia. Cuando vomitaban demasiado, se decía que querían abortar. Que estaban histéricas. Que lo hacían para llamar la atención. Esto último fue lo que le dijeron a Marlena Fejzo. Cuando esta genetista estadounidense se quedó embarazada de su primer hijo, en 1996, no le dio mucha importancia a los vómitos, aunque fueron tan persistentes y violentos que la tuvieron postrada en la cama durante semanas. “Es lo normal”, le decían. “¿No estarás exagerando?”, le preguntaban. Así que siguió vomitando en silencio.

Cuando la situación empeoró con el segundo embarazo, en 1999, empezó a preocuparse. “No podía moverme sin vomitar. No podía comer ni beber nada”, explica en una videollamada. “Me dieron siete medicamentos diferentes a la vez. Pero hacia el final ya nada funcionaba”. El médico le dijo que era un mecanismo para llamar la atención de su marido y sus padres. Ella apenas tenía fuerza para rebatirle nada. La mayoría de mujeres engordan unos cinco kilos en las primeras 15 semanas de gestación. Ella adelgazó siete, hasta bajar de los 41. Quizá fuera menos, reconoce, pero llegó un punto en el que estaba demasiado débil para estar de pie sobre una báscula. “Fue una tortura”, recuerda ahora. Al tercer mes acabó en silla de ruedas y finalmente empezaron a alimentarla a través de una sonda intravenosa. “Pero ya era demasiado tarde, mi bebé murió”.

Recuperarse emocional y físicamente llevó su tiempo, pero cuando Fejzo volvió a su trabajo, decidió dedicar su carrera a descubrir la verdadera causa de su enfermedad. Este miércoles 13 de diciembre se publica en la revista Nature el último estudio en el que ha participado. Un estudio que la acerca un poco más a comprender qué le pasó hace más de 20 años. Qué les sigue pasando a miles de mujeres.

La respuesta tiene tres letras y dos dígitos. El GDF15 es una hormona que actúa sobre el tronco del encéfalo. La segrega el embrión en sus primeras etapas de crecimiento. Y es la responsable de las náuseas y los vómitos propios del embarazo, también de su forma más grave, la HG. “Nuestros hallazgos respaldan un papel causal del GDF15 de origen fetal en las náuseas y los vómitos del embarazo humano”, resume el estudio, en el que también han participado expertos de la Universidad de Cambridge. En un principio, se pensaba que las mujeres que tenían unos niveles altos de esta hormona antes del embarazo no podían soportar el aumento extra que este conllevaba, y por eso desarrollaban unos vómitos excesivos. Pero este reciente análisis sugiere justo lo contrario.

“Fue muy sorprendente”, reconoce la doctora Fejzo. “Lo que descubrimos es que hay mujeres que generan muy poca hormona o menos de lo normal. Y durante el embarazo, esta sube mucho. Al no estar acostumbradas, estas mujeres son hipersensibles al aumento”. Esta idea abre la puerta a crear un medicamento para evitar las náuseas, tanto en su versión inocua como en la más agresiva. “Hicimos la prueba con ratones”, señala la doctora. “Les dimos esta hormona en una dosis baja antes de exponerles a una dosis más alta, similar a la del embarazo”. Resultó que una exposición previa les hace más tolerantes. Esto no solo puede ayudar a resolver el problema, sino a concienciar sobre su existencia. “Llevo dos décadas peleando duro para conseguirlo”, resume Fejzo.

Aislamiento para evitar el aborto oral

En España, el HG se ha combatido históricamente con un tratamiento de rehidratación y medicación contra el vómito (antiemética). Y recluyendo a la paciente, que no podía tener contacto con familiares y amigos. “La práctica del aislamiento, instituida más o menos hacia 1914, está en consonancia con la creencia según la cual estas mujeres eran simuladoras que esperaban el derecho a un aborto gracias a este síntoma”, explica un estudio realizado por expertos del Hospital 12 de Octubre, el Universitario de Salamanca y el General Yagüe de Burgos. “Al aislarlas de su entorno conyugal y familiar, los equipos médicos indagaban sobre la revelación de su deseo abortivo”, añade. La idea de aislar a la paciente para analizarla psicológicamente puede parecer extrema, pero no es única, ni de España ni de los primeros años del siglo XX. En la década de 1930, a las embarazadas con “vómitos perniciosos” se les negaba el acceso a una taza de váter o una palangana y se las obligaba a recostarse sobre su vómito.

Como no había una causa médica, se buscaba una psicológica. Durante el último siglo, los médicos han afirmado que la hiperémesis es un intento subconsciente de “aborto oral”, un rechazo de la feminidad, un producto de la frigidez sexual, una estrategia para “tomarse un respiro” o una forma de llamar la atención, como le dijeron a la doctora Fejzo.

Incluso en la actualidad existe un debate, aunque cada vez más minoritario, en torno a los orígenes psicosomáticos del vómito excesivo. El mencionado estudio del 12 de Octubre fue realizado en 2005. Intentaba entonces indagar si, con el aborto libre, la tesis histórica de la simulación tenía sentido. Y concluía que estas mujeres probablemente no eran simuladoras, que su aislamiento era algo arcaico. “Pero nos encontramos con mujeres frente a una auténtica ambivalencia en torno a su gestación”, matizaba el estudio, antes de aconsejar que empezaran un tratamiento de psicoterapia, pues “los vómitos incoercibles gravídicos son un síntoma alimentado por un conflicto somático persistente”.

“Es verdad que la medicina hace unos años no prestaba atención a la mujer”, concede la ginecóloga Sara López, “pero yo todas estas teorías de rechazo al embarazo no las he vivido, no las he escuchado”. López recuerda que esta enfermedad tiene una prevalencia muy baja, pero es grave. “Yo recuerdo una paciente, y te hablo de reproducción asistida, que nos cuesta mucho conseguir el embarazo, que tuvo que abortar por la hiperémesis gravídica porque no podía, no podía. Y a mí eso me impactó”. No todos los casos llegan a este extremo. En la actualidad, cuando una mujer presenta síntomas de hiperémesis, lo que se suele hacer es un ingreso hospitalario, dar antieméticos y asegurarse de que esté hidratada y atendida, explica López. No es un tratamiento como tal. Por eso, los avances del equipo de la doctora Fejzo son una esperanza. “Todo lo que sea investigación y buscar el motivo es algo positivo”, apunta la ginecóloga, “pero claro, de aquí a que acabe llegando a la práctica clínica hay un paso. Y darlo depende también del interés”.

Fejzo es consciente de que este interés es limitado. Siempre lo ha sido, lamenta. Cuando empezó a investigar el tema le resultó difícil encontrar financiación. En 2005, vio que las mujeres que sufrían HG solían tener madres o hermanas con la misma afección, empezó a sospechar que podía haber un componente genético. Se asoció con la Fundación de Educación e Investigación sobre Hiperémesis (HER, por sus siglas en inglés) y con obstetras y ginecólogos en la Universidad del Sur de California. Juntos, realizaron una encuesta online con pacientes que habían sufrido HG. En 2011, publicaron los resultados: las mujeres que tenían hermanas con hiperémesis presentaban un riesgo 17 veces mayor de desarrollar la enfermedad que las que no la tenían. Fue una de las primeras pruebas claras de que la enfermedad tenía un componente hereditario.

La doctora también pidió muestras biológicas de enfermas para poder analizarlas y ver qué tenían en común. Buscaba alguna mutación genética que explicara el origen de la enfermedad. Tenía las muestras, pero no el dinero para analizarlas. Pero un extraño regalo de cumpleaños le dio la solución. Era un kit de 23andMe, la empresa que hace perfiles genéticos para particulares, analizando 600.000 regiones del genoma para decirle al cliente qué tanto por ciento tiene de vikingo, si tiene primos lejanos en Australia o qué enfermedades podría desarrollar. Esta empresa tiene un banco con más de 12 millones de perfiles genéticos. “Me pareció brillante”, señala la doctora. “Así que decidí escribirles”.

Fejzo se asoció con la empresa, que empezó a incluir en sus test algunas preguntas sobre náusea y vómito durante el embarazo. Unos años después, se escanearon los datos genéticos de decenas de miles de clientes (que dieron previamente su consentimiento) buscando variaciones genéticas en aquellas personas que sufrían de náuseas durante el embarazo. Los resultados se publicaron en Nature en 2018. Se señalaron tres letras y dos números: GDF15.

Fue entonces cuando el enfoque psicosomático empezó a perder fuerza frente al genético. Los posteriores estudios, que culminan con el de esta misma semana, fueron corroborando y ampliando esta idea. Las personas con una mutación en el gen GDF15 producían menos de la proteína homónima. Esto podía explicar su baja tolerancia a la misma durante el embarazo. “El gen es como la receta”, explica la experta, “y la hormona, el plato final. Así que, digamos que si tienes mal escrita la receta, las galletas no te van a salir bien”.

Puede que el paso siguiente sea modificar la receta con la edición genética. O añadir algún ingrediente extra al resultado final para evitar los vómitos durante el embarazo. Las opciones son muchas y las dudas también. “Siempre hay más preguntas que hacer en ciencia”, resume Fejzo. “Pero yo diría que este es un momento muy emocionante. Ha sido un largo camino hasta llegar aquí, pero creo que ahora tenemos una gran comprensión del mecanismo principal”. La siguiente fase pasa por encontrar el modo de tratar y prevenir esta enfermedad. Pero de momento, Fejzo se da por satisfecha con haber demostrado que es real.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar

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