Apartados por lo general del foco de la opinión pública, absortos en su utopía futurista de una humanidad mejorada y dispuestos a implantarse cualquier cosa en su propio cuerpo, proliferan como setas los biopiratas. Se inspiran en el biopunk, un subgénero de la ciencia ficción a su vez derivado del ciberpunk, solo que los ciborgs aquí no son mezclas de carne y máquina, sino pura carne modificada por la biología. Se sienten próximos al transhumanismo, la convicción de que la tecnología nos convertirá pronto en seres superiores. Tal vez algunos biopiratas estén como una cabra, o solo interesados en la faceta delincuencial de la causa, como robar secuencias genéticas y patentes biotecnológicas, pero también cuentan con gurús de sombrero blanco como el profesor de cibernética británico Kevin Warwick, que no hace más que meterse cosas por todos los agujeros del cuerpo. Quizá Warwick necesite realmente una mejora transhumanista.
El debate sobre la mejora de las capacidades humanas no es nuevo para la bioética. Lleva en marcha desde finales del siglo pasado, cuando la clonación y las células madre plantearon esa posibilidad teórica, y se ha intensificado en los últimos años con CRISPR y otras tecnologías rompedoras de edición genómica. El punto central de esta polémica es precisamente la frontera entre curar enfermedades y mejorar las cualidades humanas. Solo los fanáticos religiosos, como los Testigos de Jehová, se opondrían a curar una enfermedad de su hija, pero mucha gente, religiosa o no, va a ponerse muy nerviosa con la mejora de los talentos humanos.
No hablamos aquí de un cíborg que eche rayos gamma por los ojos, sino de un niño modificado para mejorar su rendimiento intelectual, por poner un ejemplo tonto. ¿Sus compañeros de clase van a soportar sin inmutarse que el niño saque una matrícula de honor tras otra mientras ellos quedan como unos perfectos cenutrios? ¿Y si el examen es de oposiciones a juez o abogado del Estado, por poner otros dos ejemplos tontos? Lo cierto, sin embargo, es que la frontera entre curar y mejorar no es una línea clara, sino una nube polisémica. Recuerden el caso del genetista chino He Jiankiu, que anunció en 2018 el nacimiento de dos niñas modificadas con CRISPR para hacerlas resistentes al sida. ¿Eso qué es, curar una enfermedad o mejorar una cualidad? En cualquier caso, Jiankiu acabó en la cárcel denostado por todo el mundo, aunque algunos científicos le apoyaron en privado.
Los avances que hemos presenciado en directo con las vacunas de mRNA (ARN mensajero) han sido tan espectaculares que The Economist ha echado a volar la imaginación sobre los biopiratas de los próximos 10 años. Para entonces, especula la autora, la tecnología del mRNA no solo se habrá usado para muchas otras vacunas, sino también en el tratamiento del cáncer, el infarto y las enfermedades neurodegenerativas. Hacia 2024, tras los Juegos Olímpicos de París, se descubre su uso para la mejora de los deportistas. Y entonces llegan los biopiratas. Ahí me quedo, que no quiero destripar el artículo.
La mejora de las cualidades humanas llegará tarde o temprano. La tecnología está casi lista, y si la ciencia institucional no la aplica, lo harán los deportistas y los biopiratas. Si nunca se ha podido poner un policía en cada laboratorio, imaginen poner uno en cada garaje.
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