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El enigma del grizzly

Los osos canadienses siguen la misma distribución geográfica que los lenguajes humanos

Sampedro
TWEE MUIZEN
Javier Sampedro

Sabemos que una mera correlación no implica una relación causal. Por ejemplo, que los barrios donde viven más minorías étnicas registren más casos de infarto no implica que la etnia sea la causa del infarto. Lo que sí demanda una correlación es una explicación que se pueda poner a prueba después. En nuestro ejemplo, una posible explicación es que no sea la etnia, sino la pobreza, la que empeora la salud cardiovascular, y esta es una hipótesis que puede examinarse con datos más amplios y una estadística más refinada. Ahora veamos el enigma del grizzly: el análisis genómico de estos enormes osos marrones ha revelado que, en la Columbia Británica, junto a la costa pacífica de Canadá, los grizzlys se dividen en tres grandes poblaciones genéticas separadas geográficamente. Hasta ahí nada raro.

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Lo extraño es que esas tres poblaciones coinciden claramente con los tres lenguajes de los nativos de la zona. De nuevo una correlación, pero ¿cómo explicarla? ¿Cuál demonios podría ser aquí la relación causal? Como informa Rachel Fritts para Science, la investigación no pretendía encontrar nada semejante. Su objetivo era por completo distinto. En los últimos años, los grizzlys han empezado a colonizar las islas cercanas a la costa de la Columbia Británica, un desplazamiento que no se había observado nunca. Lo que los científicos querían saber era de qué zona continental exacta provenían los osos colonizadores, pues algo debía ir mal allí para que se hubieran largado a otro lado. Los genetistas abordan este tipo de cuestiones comparando el genoma de los osos colonizadores con los de una parte u otra del continente.

Pedirle permiso a un grizzly para extraerle una muestra de sangre es la peor idea de la historia de las malas ideas, así que la científica de la conservación Lauren Henson ha preferido usar pelos de los osos que otros investigadores llevaban 10 años recogiendo por toda la Columbia Británica, incluidas las zonas más remotas e inaccesibles. ¿Y cómo se le arranca un mechón de pelo a esa bestia parda? He aquí la receta. Se pone un montón de hojas y ramitas pringadas en aceite de cazón y estiércol de pescado. Eso es el caviar de un grizzly y huele que apesta a 200 metros, así que el oso se acerca a husmear y, cuando decide irse ante la completa falta de interés del montón de la hojarasca pringosa, se deja un mechoncillo de pelo en un alambre de espino dispuesto a tal efecto. Nada cruento. Allí no hay concertinas. Henson dispuso así de muestras de ADN de 150 osos de toda la región. Presentan los resultados en Ecology and Society, y no hace falta que los repita aquí, pues ya los destripé en el primer párrafo.

Vale, y lo de las correlaciones estadísticas (entre la genética de los osos y los lenguajes de las personas) ¿qué era? ¿Un McGuffin? No exactamente, yo lo llamaría más bien un anzuelo. La científica de la nación Wuikinuxv Jenn Walkus, coautora del estudio, ofrece una solución brillante: que las necesidades de espacio, comida y recursos son muy parecidas en osos y personas. A los dos les gusta el salmón, por ejemplo, e irán allí donde lo haya en abundancia. De modo que los mismos recursos movieron a las dos especies durante milenios. Bien por Walkus.

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