Vuelve Poe
El escondite perfecto no es una aguja en un pajar, sino mucho peor: es una paja en un pajar
Una carta comprometedora, escrita a la reina María Amelia de Borbón-Dos Sicilias por su amante, ha sido robada por un ministro canalla, que ya ha empezado a usarla para chantajear a la monarca. El prefecto de policía de París está seguro de que el ministro canalla tiene la carta en su casa, pero sus chicos no han logrado encontrarla ni debajo de la alfombra ni detrás del papel pintado ni oculta en las mesas, las sillas, los cojines ni por ninguna parte. El prefecto tiene que recurrir al mejor detective de París, Auguste Dupin, que lo deja en ridículo al encontrar la carta de inmediato. ¿Dónde? En la bandeja de las cartas, naturalmente. Esconder algo a la vista de todo el mundo, sin más que rodearlo de objetos parecidos, fue una idea brillante que Edgar Allan Poe publicó en su relato de 1844 La carta robada.
La idea, desde luego, se puede aplicar en contextos distintos, como por ejemplo para esconder una valiosa daga en el cajón de los cuchillos, y seguro que el lector puede inventar más ejemplos. En El secreto de Thomas Crown (versión de 1999), Pierce Brosnan, trajeado y tocado con bombín al estilo del cuadro El hijo del hombre, de René Magritte, elude a la policía rodeándose de docenas de hombres vestidos igual, entre los cuales no hay forma de distinguir al verdadero Brosnan. No es como buscar una aguja en un pajar, sino mucho peor. Es como buscar una paja en un pajar. De nuevo, la estrategia de Poe.
Ocurre a menudo que las ideas brillantes de la narrativa acaban saltando a la estantería de no-ficción, y este ha sido el caso. El problema, en esta situación real, es proteger los documentos valiosos de los cibercacos, que han dado sonadas muestras de su talento para colarse por cualquier fractura en la seguridad de la web, incluidas las páginas gubernamentales y corporativas que manejan información sensible.
El pasado diciembre, mientras el mundo preparaba los fastos navideños que luego conducirían a una grave ola de contagios y muertes por covid, los hackers consiguieron acceder en Estados Unidos a los departamentos (ministerios) del Tesoro, de Comercio y de Seguridad Interior, por citar tres de los más escandalosos. Como de costumbre, los ataques provinieron de los servicios altamente sofisticados de algunas naciones que ya se han convertido en las sospechosas habituales para los especialistas en ciberseguridad occidentales.
En un negociado tan delicado y vertiginoso como éste, los ciberpolicías tienen que evolucionar como mínimo a la misma velocidad que los cibercacos, o más deprisa a ser posible. Venkatramanan Subrahmanian y sus colegas del Darmouth College en New Hampshire han desempolvado la vieja idea de Poe para desarrollar un sistema imaginativo de protección de documentos sensibles. Se llama FORGE (desarrollar esas siglas, bastante forzadas por otro lado, no ayuda en absoluto a entender el concepto) y consiste en un generador automático de documentos falsos extremadamente difíciles de distinguir del auténtico. Ni siquiera Dupin habría encontrado la carta del amante de la reina entre un millón de cartas casi iguales. De nuevo, se trata de una forma de ocultar algo ―el documento auténtico— a plena vista de los hackers.
Y ahora un ejercicio para el desocupado lector. Si usted fuera un cibercaco, ¿cómo se saltaría esta barrera aparentemente infranqueable? Mi solución: sobornar al guardia.
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