Los libros y los barcos de Álvaro Mutis
La biblioteca personal del poeta y novelista colombiano, premio Cervantes 2001, es el rincón de un sibarita literario y un apasionado de los viajes por mar
Uno de los versos más famosos de Álvaro Mutis es un guiño melancólico a un pasado mejor: “Ahora que sé que nunca conoceré Estambul”. La frase incluso fue literalmente cierta durante muchos años. Hasta que un amigo se empeñó en convertirla en ficción. A mediados de los 70, su compadre Gabriel García Márquez le convenció para salir en crucero por el Mediterráneo hasta llegar a la capital de Turquía, para que el hombre que solía decir que la caída de Bizancio en 1453 era el acontecimiento histórico que más le había conmovido, saciara por fin su nostalgia. Tres décadas más tarde, Mutis se montó en otro barco con su familia. Iba a ser un trayecto largo en carguero por el Golfo de México, que debía haber servido de escenario para un documental monográfico sobre el escritor. Pero esta vez los planes no salieron como estaban previstos y aquel viaje, nunca mejor dicho, no llegó a buen puerto.
El mar ha sido el elemento central de gran parte de la obra de Mutis (Bogotá, 1923 - Ciudad de México, 2013), sobre todo de la saga novelesca de Maqroll el Gaviero. El mar simboliza el viaje físico y moral de su héroe y alter ego, un marinero envejecido y solitario que trepado al palo mayor del barco va adelantando a la tripulación su destino, siempre entre lo sublime y la derrota. “Aquel viaje en el carguero sí que fue verdaderamente un desastre”, recuerda sobre la aventura fallida del documental su viuda, Carmen Miracle. “Estaba fascinado por los barcos, cuando visitábamos algún país siempre buscaba hacer una parada en algún puerto y pasaba un buen rato mirándolos en silencio”, añade apoyada en un sillón orejero de la biblioteca de la casa mexicana, que guarda más de 7.000 libros y donde la pareja vivió desde 1980.
Detrás del sofá, hay un póster pegado a una puerta de madera. Es una ilustración de un barco de pasajeros de mitad de siglo de la compañía Hamburg-America Line con el que Mutis cruzó muchas veces el Atlántico por sus trabajos en varias multinacionales. En la estantería de encima están algunos de sus libros fetiche, las novelas de aventuras marinas. Un Lord Jim de Joseph Conrad en una edición de 1924 de Doubleday, Page and Co. Un La resaca de Stevensson en una edición francesa de 1901. Hay muchos libros en francés, su segundo idioma natural con el que creció de niño. Mutis estudió en colegios de París y Bruselas siguiendo a su padre diplomático. En el cuarto hay más detalles marinos. Una brújula, una reproducción en miniatura de un barco de vapor y otro póster de un pirata con un poema del poeta cubano Eliseo Diego.
Su idilio con el mar fue más un instrumento poético que una marca de su vida personal. Mutis nunca vivió en una ciudad con mar. Nació en Bogotá, pasó su infancia en el interior de Europa, volvió a Colombia a los nueve años tras la muerte de su padre y terminó asentándose en México. Él mismo repitió, sin embargo, que su literatura celebraba una geografía concreta: Coello, en el trópico cafetalero colombiano, donde su familia tenía una hacienda, origen de la naturaleza caliente y alegórica que aparece en gran parte de su poesía.
Su salida definitiva de Colombia tuvo que ver con una demanda por malversación de fondos de la petrolera Esso, donde trabajaba de director de relaciones públicas. Para poner tierra de por medio, llegó a México con 33 años y una carta de recomendación dirigida a Luis Buñuel, pero al poco tiempo acabó en la cárcel. Fueron 15 meses en Lecumberri, una prisión con solera literaria por la que también pasaron José Agustín o William Burroughs. Allí leyó mucho a Proust, por su puesto, en las ediciones de Gallimard. Decenas de tomos de la legendaria colección francesa siguen hoy en las estanterías del pasillo de la entrada al estudio. Pegada a la pared hay una copia de la foto que Man Ray tomó de Proust en su cama recién muerto de pulmonía. Y otra ilustración del autor del En busca del tiempo perdido está pegada en la puerta del baño. En las estanterías, más de una decena de biografías de Proust.
La historia fue otra de las debilidades de Mutis. Más de la mitad de su colección de ensayos históricos están dedicados a la Revolución francesa y al imperio de Napoleón. En la pared hay otra foto de la infanta Catalina Micaela de Austria, hija de Felipe II. Y en la mesa una antología de su poesía con la foto en portada del emperador español. Su viuda recuerda uno de sus versos favoritos de Manuel Machado: “Nadie más cortesano ni pulido que nuestro rey Felipe, que Dios guarde”. Mutis, entre la provocación y la prudencia ante el fervor izquierdista frecuente entre sus amigos escritores, siempre se consideró conservador y monárquico. “Leía mucha historia y dudaba de las utopías”, aclara Miracle, que lo acompañó durante las últimas cinco décadas de su vida.
Hasta después de los 60 años Mutis estuvo dedicado a “oficios tiránicos”, como los llamó su amigo García Márquez. Locutor de radio, gerente, relaciones públicas, comercial. “Él nunca se quejó. Tenía que hacer lo que tenía que hacer”, recuerda Miracle. “Además, sus trabajos eran siempre de trato con las personas, que se le daba muy bien, y le permitían viajar y ver a sus amigos. Tenía una fogoncito en cada lugar”. Mutis encontró la manera de compaginar los dos oficios, sacando tiempo para escribir la mayor parte de su poesía en hoteles y aeropuertos. Las novelas sin embargo agradecieron su jubilación. Casi toda la saga del Gaviero fue su trabajo a tiempo completo durante las últimas tres décadas de su vida, sentado frente a su vieja Smith Corona en este estudio con vigas de madera.
Muchos de los libros de su biblioteca son también una caja fuerte. O “un huevo de pascua”, como los llama su nieto Nicolás Guerrero, que ha pasado los meses de cuarentena en la casa de sus abuelos y ha aprovechado para sumergirse a fondo en la biblioteca. Dentro de los Diarios de la Peste de Defoe hay una receta médica. Dentro de una antología de Ida Vitale hay una carta de los editores de Tusquets agradeciendo a Mutis que les recomendara a la poeta uruguaya. Dentro de la biografía de Gabo hay una foto de Gabo. Dentro del Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn hay un recorte de periódico con una entrevista al poeta Joseph Brodsky. Dentro de unos ensayos de Gide hay otra receta, esta vez para hacer enchiladas.
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