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El coro escolar que canta a Belén Gopegui

La autora pone letra al nuevo álbum de Milagros, el conjunto femenino que se formó en un colegio público de Madrid y ha acompañado a Rosalía

Integrantes de Milagros, un grupo de pop al que amadrina la escritora Belén Gopegui y que nació de un coro escolar madrileño.
Integrantes de Milagros, un grupo de pop al que amadrina la escritora Belén Gopegui y que nació de un coro escolar madrileño.KIKE PARA
Miguel Ezquiaga

Representan a la última generación que tocó la flauta en clase por obligación. Un curso después de que las chicas de Milagros acabaran Primaria, la asignatura de Música quedó arrinconada en el cuadrante horario de las marías y optativas. La formación surgió en una de esas aulas defenestradas por la ley LOMCE, cuando en las tardes de lluvia seis niñas de 12 años subían a toda prisa las escaleras del Colegio Público Pío XII —ubicado en el barrio de La Ventilla, al norte de la capital— para ensayar junto a su profesora Ana Molina. El selecto repertorio incluía a Kraftwerk, Brian Eno o Cecilia. Pero una hora de clase se quedaba corta. Y juntas la estiraron hasta lograr composiciones propias y grabar tres discos.

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“Yo llevaba la música compuesta a los ensayos y luego la reinterpretábamos entre todas”, relata la maestra. Ahora las chicas tienen entre 19 y 20 años. En sus elepés, el sonido del sintetizador se desliza sobre unos coros espectrales que han captado la atención de dos madrinas. Primero, de Rosalía, a quien acompañan en Pienso en tu mirá, un tema de cajón flamenco y reverberaciones incluido en El mal querer (2018). Después suscitaron el interés de Belén Gopegui (Madrid, 57 años), que pone letra al último álbum de Milagros, bautizado con el nombre de la escritora. Las canciones, grabadas en dos tardes en el salón de Molina y mezcladas durante el confinamiento, están redactadas en primera persona del plural. Constituyen estrofas breves de afirmación colectiva. Relatos sobre la inmigración o el sentimiento de pertenencia que transcurren en algún lugar indeterminado de la conurbación global.

El grupo se ha citado en una punta de la plaza de Castilla donde inmortalizaron su graduación escolar. “La mayoría de nosotras ha tenido problemas en casa. No fue todo de color de rosa. La música era una forma de evadirnos y pasarlo bien”, asegura Bianca Crina, estudiante de Criminología e hija de padres rumanos. Wendy Casa agrega que la herida migratoria permanece abierta pese al paso del tiempo. “Mis tíos y abuelos siguen viviendo en Ecuador. Es muy caro viajar hasta allá, así que no puedo verlos todos los años. Al menos ahora charlamos por videollamada, antes había que utilizar una tarjeta de prepago con el teléfono fijo”, cuenta. A ellas Gopegui les dedicó Abuela, sufrido homenaje al que el piano brinda un cierto asidero pop.

Profesora y escritora se conocieron por medio de Christina Rosenvinge. Los primeros compases de la colaboración sonaron pronto. Una y otra querían que el disco se anclara en las biografías de unas chicas de barrio. “Es como si Belén nos conociera antes incluso de habernos visto”, defiende Crina. La autora ya creó un territorio musical en Deseo de ser punk (Anagrama), una novela generacional en la que Martina, de 16 años, define el mundo adulto con base en las baladas rock de Guns N’ Roses o la beligerancia de The Stooges. Entre sus universos hay similitudes, sugiere la escritora: “Creo que Milagros tienen en común con ella su voluntad de no ser vivida por los demás, por lo que se supone que te han asignado quienes se permiten el lujo de disponer de las vidas ajenas”.

Secundarias de sus sueños

“Martina empieza a darse cuenta de eso y las chicas de Milagros también, saben que quienes te dicen que seas la protagonista de tus sueños en el fondo quieren que sirvas a los suyos”, prosigue Gopegui, quien se encontró con varias de estas jóvenes para dar forma a sus historias. “De los propios sueños, cuando son buenos, no se es protagonista, se es siempre personaje secundario”, sentencia. Su novela evidencia que los referentes musicales ayudan a construir un relato sobre el mundo. Y al mismo tiempo, proponen una postura por obra u omisión: “Más que una identidad, me gusta la idea del código, construirte con la música un código de las cosas que quieres que te importen y las que no, las que quieres que te atraviesen y las que no dejarás que te rocen, aunque duelan”.

Se diría que en Milagros tienen claro lo que les hiere. Nora El Bouhni, hija de padre marroquí y madre gitana, explica que ella es “la primera mujer de la familia que ha podido estudiar”. Acaba de empezar Derecho, que desearía rematar con un máster en Derechos Humanos. “Somos ocho hermanos y en casa me ha tocado hacer pedagogía sobre feminismo. Aún queda mucho para alcanzar la igualdad”, sostiene. Cuando acuden juntas a las manifestaciones del 8 de marzo, atestiguan “un cambio generacional”. “Nuestros predecesores naturalizaban unas situaciones que ahora identificamos y rechazamos”, opina Diana Palacios, nacida en Paraguay.

Quizá la música urbana tenga algo que ver. “Escuchamos mucho a Nathy Peluso o Ms Nina, que tienen un discurso inclusivo”, subraya Lesly Morocho. Sobre estos y otros lances versa Corazones no admitidos, la más austera de las elaboraciones. “Sacas ganas del lamento / sacas ganas de este frío / te me pones en las ganas / te me quitas del hastío”, dice la letra. El coro adquiere aquí todo el protagonismo, posándose en ocasiones sobre una ligera almohadilla electrónica. La instrumental recuerda al mismo Brian Eno que versionaban en clase. Desaparecida la música de muchos centros públicos, quién sabe si en el futuro otro milagro como este será posible.

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Sobre la firma

Miguel Ezquiaga
Es redactor en la mesa web de EL PAÍS. Antes pasó por Cultura, la unidad de edición del diario impreso y ejerció como reportero en Local. Su labor informativa ha sido reconocida con el Premio Injuve de Periodismo, que otorga el Ministerio de Juventud. Cada martes envía el boletín sobre Madrid.

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