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Un mar de bits: un medio ideal para la evolución de la vida inteligente

Nos preguntamos qué sucederá con el producto más propio de la vida inteligente, las ideas, cuando aumente su vertido al mar digital y adquieran esa capacidad de encontrarse, de chocar, de mezclarse y recombinarse

Getty Images

La ciencia busca en el Universo rastros de la existencia de agua, porque sabe que el agua es un excelente medio para albergar la vida. La evolución de la vida en la Tierra la han posibilitado estas inmensas cantidades de agua, cubriendo las tres cuartas partes de la superficie del planeta. Agua en sus tres estados, en proporción adecuada. Es un medio extraordinariamente favorecedor no solo para sostener la vida y potenciar su evolución, sino, y esto es muy importante, para crear las condiciones de encuentro que necesita su fascinante alquimia.

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El agua es un buen disolvente —además de su poder de disgregación mecánica—, y en ella, por su densidad, los elementos se mantienen en suspensión un tiempo muy oportuno para que se desplacen, se agiten y se encuentren. Encuentros que pueden ser muy provechosos para que se produzcan asociaciones y reacciones, y que en otras condiciones no habría podido trabajar el azar.

Y cuando ya la vida se encendió posiblemente en la oscuridad de los fondos marinos, al calor de las fumarolas, se presenta como microscópicas burbujas replicantes, o más bien gotas de agua —retenida por una membrana porosa— conteniendo una casi mágica disolución. La vida bulle en el mar, y las burbujas se desplazan, se encuentran con otras distintas, chocan y se engullen, o se producen endosimbiosis (una burbuja dentro de otra) de extraordinarias consecuencias para la evolución de la vida.

Hoy la vida, que ya ha alcanzado el nivel de evolución que denominamos vida inteligente, está también inmersa en otro medio, ya no constituido por moléculas de agua, sino por bits; no por átomos de hidrógeno y oxígeno, sino por ceros y unos. Y este medio digital, no acuoso, está contenido en una fenomenal cuenca que es la Red.

Tiene igualmente una poderosa capacidad de disolución y de arrastre (digitalización) del continente, de la tierra firme, que llamamos realidad, para verterse en un medio virtual. Y ahí, en suspensión, adquiere unas posibilidades de movimiento, de encuentros y de recombinaciones que son inalcanzables en tierra firme. E igual que del mar emergen sus sedimentos y se hacen terrestres así se concretan los bits en objetos, cada vez más numerosos, que toman lugar en la realidad de nuestro entorno.

Simona Dimitri

Quizá la inmensidad de este mar digital impide que nos demos cuenta de que el potencial radica en lo pequeño que contiene. Que su fuerza generadora está ahí: en lo pequeño, en lo muy pequeño, pero, eso sí, inmensamente numeroso que se mantiene en suspensión formando grumos mínimos resultado de encuentros e interrelaciones que habría sido imposible que se «materializaran» en la superficie.

Nos preguntamos qué sucederá con el producto más propio de la vida inteligente, las ideas, cuando aumente su vertido al mar digital y adquieran esa capacidad de encontrarse, de chocar, de mezclarse y recombinarse… en un número de ensayos imposibles con la rigidez, las estructuras, la inercia de los lugares que hasta ahora necesitan para pronunciarse y los soportes para sostenerse y transportarse.

La evolución nos dice que habrá infinidad de ensayos infructuosos, grumos que se desharán, burbujas que estallarán sin más —la inmensa mayoría— o encuentros, aunque pudieran ser prometedores, que abortarán por causa del mismo azar que los produjo. Pero la evolución nos ha hecho ya ver que, en el mar o en todo el universo, necesita lo pequeño para ensayar todas las formas posibles y lo inmensamente grande para insistir.

A la orilla de este mar de bits —hoy tan solo estamos a la orilla—, presentimos que vuelve a ser un mar primordial para la evolución, en la que nosotros hacemos de gozne. Pero quizá lo que más impresiona es que si es así, y como sucedió en el mar de agua, estamos presenciando solo el principio de un proceso evolutivo inimaginable.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

 

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