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¿Qué reconocimiento daremos a los robots?

Los robots no se han presentado aún ante nosotros, solo son vagas noticias, aunque sus relatos no dejan de impresionarnos. ¿Con qué nos encontraremos en unos años? ¿Y qué reconocimiento recibirán?

Klaus Vedfelt (Getty Images)

Aún es pronto para completar el escenario, pero sabemos que ya están ahí unas creaciones que van tomando forma —aunque imprecisa— fruto de dejar fuera de sus artífices, nosotros, capacidades consideradas íntimas y, por tanto, muy humanas. Las englobamos bajo la denominación de inteligencia, una maravilla de la evolución, que ahora pretendemos reproducirla artificialmente, es decir, fuera de nosotros. Es nuestra naturaleza: la incesante extraversión de nuestras capacidades en artefactos… para que se amplifiquen sus acciones.

Pero por el momento no sabemos cómo se nos aparecerán estas creaciones. Al principio las estamos viendo como máquinas, como autómatas eficientes, y con nuevas habilidades. Sin embargo sospechamos que es solo la transición suave, pero insuficiente, a la que nos obligan nuestras mentes para enfrentarnos a lo nuevo, a lo radicalmente nuevo, para lo que no valen referencias anteriores. Así que seguimos llamando a estas criaturas máquinas… con un soplo de inteligencia.

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Desconocemos, evidentemente, el recorrido evolutivo que tendrán y sus efectos en nosotros, pero sí podemos adelantar que nos harán caminar un tramo más por la senda que venimos haciendo desde los orígenes en busca de nuestra identidad como humanos. Esa identidad que llamamos humanidad.

La diáspora de la evolución diseminó el género humano por el planeta en pequeños grupos, cada uno de ellos un ensayo de evolución cultural para conseguir la mayor diversidad posible. Pero ya desde ese largo principio el ser humano se ha ido encontrando con otros humanos: unos vecinos, otros hallados después de atravesar inconcebibles distancias. Así que saltaba la sorpresa del encuentro y el esfuerzo del reconocimiento. Identificar al hasta ahora desconocido como otro ser como tú, pese a su apariencia y comportamiento. Es emocionante la historia universal de este constante descubrimiento y reconocimiento del otro, aunque llena también de conflicto y violencia, de incomprensión (salvajes, sin alma, animales…).

Este largo camino (toda la vida del ser humano) encontrándonos con otros y reconociéndolos como seres iguales que nosotros, a pesar de las marcadas diferencias, ha ido tejiendo el sentido de humanidad (unidad en la diversidad; igualdad en la diferencia). Pero la humanidad, que es una construcción inacabada y frágil, con continuos desgarros que la siguen poniendo a prueba, se va a encontrar quizá pronto con el desafío de otro encuentro.

Los robots no se han presentado aún ante nosotros, solo son vagas noticias, aunque sus relatos no dejan de impresionarnos. ¿Con qué nos encontraremos en unos años? ¿Y qué reconocimiento recibirán? Quizá solo veamos en ellos máquinas, fuerza de trabajo, y los dominemos como uncimos, atamos y encerramos a los animales y a los esclavos sin alma (y si se rebelan, los desconectamos).

Es nuestra naturaleza: la incesante extraversión de nuestras capacidades en artefactos… para que se amplifiquen sus acciones".

Por eso seguiremos llamándolos robots. O nos riamos de su torpeza y limitaciones como hemos hecho con los simios y otros primates, en la falsa creencia de que tan solo nos imitan y, sobre todo, por estar nosotros dolidos, y hasta escandalizados, ante lo que nos descubría Darwin sobre el parentesco que nos une (y, sin embargo, los ancestros y el origen común —real o fabulado— han sido la amalgama para levantar la humanidad).

O tal vez los sentiremos próximos y confiemos en su asistencia hasta no poder prescindir de su cuidado, y se trencen relaciones de afecto y dependencia. Pero hay también la posibilidad de que persista el recelo que ya se muestra hoy de que si somos nosotros los creadores y todo artefacto, desde la primera piedra tallada, amplifica la capacidad natural que dejamos en él, estas criaturas también amplificarán las tan preciadas que les transferimos (¡inteligencia artificial!). De ser este el caso, se despertaría en nosotros el miedo ancestral al invasor, el más temido de los encuentros.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

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La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

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