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Arte impulsado por la tecnología para entender el nuevo mundo

La revolución digital abre posibilidades infinitas de expresión y exhibición, y los artistas han cambiado su forma de crear, a la vez que buscan respuestas a las incógnitas que nos plantea una realidad hipertecnológica y acelerada

El Sanford Museum de Cherokee, una población de Iowa (EE UU) de poco más de 5.000 habitantes, no es ni mucho menos uno de los grandes centros del arte mundial. Sin embargo, ostenta el honor de haber exhibido por primera vez una obra generada con un ordenador. El matemático y artista local Ben F. Laposky utilizó un osciloscopio para crear una representación visual de señales eléctricas, dando como resultado unas espectrales ondas en blanco y negro. Era 1953 y Laposky y ese pequeño centro se habían adelantado a los tiempos. Antes de los primeros pasos de internet, de la proliferación de los ordenadores personales y de la creación del smartphone, el arte digital ya había entrado en un museo.

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Más de 65 años después, el mundo apenas es el mismo. La explosión tecnológica ha cambiado nuestra forma de comunicarnos, de informarnos, de relacionarnos y, posiblemente, nuestra propia concepción de la vida. El arte, por supuesto, también se ha visto sacudido por esta metamorfosis. “La revolución digital ha sido, sin duda, la transformación más importante por la que ha pasado el mundo de la cultura en las últimas décadas”, afirma Judit Carrera, directora general del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). “Ha cambiado la forma de crear, de acceder y distribuir el conocimiento, pero también la manera de imaginar de los artistas”.

Señales eléctricas del artista pionero, Ben F. Laposky.
Señales eléctricas del artista pionero, Ben F. Laposky.

Si a lo largo del siglo XX la fotografía o el videoarte fueron conviviendo poco a poco con la pintura o la escultura en las salas de los museos, ahora los formatos en los que se presenta la creación artística se multiplican y se vuelven más difusos. También más accesibles. “La tecnología siempre ha estado vinculada al arte porque ha sido su soporte. La democratización tecnológica también ha permitido que más gente tenga acceso a soportes que antes eran más elitistas”, explica Lucía Casani, directora del centro cultural madrileño La Casa Encendida. Estamos viviendo en una época en la que las posibilidades del arte se disparan en múltiples direcciones. Algunas, incluso, completamente inesperadas.

El pasado mes de marzo, la casa de subastas Sotheby’s presentaba por primera vez una obra creada por una inteligencia artificial. Memories of Passersby I es una instalación que muestra, a través de dos pantallas, una sucesión sin fin de retratos de hombres y mujeres generados por una máquina, ideada por el artista y programador alemán Mario Klingemann. El propio concepto de autoría se diluía entre la tecnología y la mente humana que la ha creado. La obra se vendió por 46.500 euros.

El de Klingemann es un caso extremo, pero muestra cómo la forma en la que se nos presenta el arte actual se encuentra en una constante metamorfosis. Técnicas como la impresión 3D, el video mapping o las instalaciones interactivas se abren camino entre las disciplinas clásicas como la pintura o la escultura. Daniel Canogar, uno de los artistas españoles clave de las últimas décadas, ha explorado a través de su trabajo la relación entre hombre y tecnología. Él confirma este impacto de la tecnología en la mente del artista. “Lo digital está cambiando radicalmente al creador contemporáneo. La enorme aceleración de la revolución electrónica ha tenido un impacto brutal, y eso tiene un efecto importantísimo en la mirada del artista, en cómo elige crear”, cuenta. En su caso, él ha querido representar lo intangible del mundo digital a través de instalaciones que procesan la información para darle una forma visual. “Para mí, la clave ahora mismo está en en el mundo algorítmico del big data”, explica. “Lo sentimos, sabemos que está detrás de nuestros teléfonos y tabletas, pero no lo vemos, no lo entendemos. Como artista me interesa hacerlo más visible, que podamos darle una cara para que nos ayude a procesarlo, a entenderlo y a posicionarnos ante esa nueva realidad”.

“Esta sobredosis de imágenes y de datos está provocando la reacción contraria, que se busque crear experiencias físicas y únicas”.

Lucía Casani

Tan importante como el medio con el que los artistas actuales eligen mostrar su trabajo es la influencia que ejerce la tecnología en sus tesis, en aquello que deciden expresar. “La reflexión es fundamental”, apunta Judit Carrera. “El impacto de las nuevas tecnologías en nuestras vida conlleva implicaciones políticas, sociales y culturales. En el CCCB pusimos en marcha un lab de reflexión sobre la innovación digital. Hay que pensar en a qué estamos conectados y a qué dejamos de estarlo, por ejemplo, esa idea del monopolio de la atención como distracción permanente que nos está privando de ver otras cosas”.

En este sentido, el arte sigue teniendo una función tan antigua como el mundo mismo: explicar nuestra realidad, lanzar preguntas sobre lo que nos rodea, especialmente en un momento en el que nos vemos abrumados por la cantidad de estímulos que recibimos cada día. “Lo que me parece más interesante de las corrientes artísticas actuales es intentar ordenar esa cantidad de información que recibimos”, apunta Lucía Casani. “Los artistas actuales tienen una capacidad de investigación que probablemente no ha existido en ninguna otra época. Más que utilizar tecnologías avanzadas para mostrar su arte, la clave es reflexionar sobre el impacto que esas tecnologías tienen en nosotros”.

Lesbo, escultura escaneada de Irene Gaumé.
Lesbo, escultura escaneada de Irene Gaumé.

Ese exceso de información también produce otro efecto en la expresión artística. Canogar lo resume con una definición muy gráfica: “Como creador genera una cierta impotencia: estás añadiendo una gota de agua a un mar que ya está muy lleno”. Quizá por eso mismo, muchos artistas actuales, entre ellos él mismo, trabajan con materiales reutilizados hardware obsoleto cuyo destino parecía estar encaminado a los grandes vertederos que acumulan aquella tecnología que ya nadie quiere. “Una de las cosas que a mí me ha ayudado es girar la orientación de mi postura”, prosigue Canogar. “En lugar de intentar aportar algo más a ese mar, intento retratar ese mar. Retratar ese exceso, representar esa sobredosis de información”, defiende.

Si las herramientas y los formatos de los creadores han cambiado, la lógica invita a pensar que la manera en la que consumimos arte tiene que adaptarse de manera paralela. En una época en la que artistas escogen cada vez más formatos audiovisuales o interactivos para presentar su trabajo, cualquier dispositivo con pantalla es susceptible de convertirse en una galería. “El gran reto que tenemos los museos encima de la mesa es cómo afrontar la transformación de la propia noción de público que supone la revolución digital”, asume Judit Carrera. “Antes, el museo mostraba unas obras y el público las disfrutaba, había un rol de prescriptor y un rol de receptor. Esto ha cambiado radicalmente: ahora el público puede intervenir directamente, exige una relación mucho más horizontal con los prescriptores”.

El propio concepto de exposición, explica Carrera, se ha visto alterado. “Hoy ya no comienza y termina en un mismo espacio físico, sino que la reflexión que genera continúa fuera de las paredes del museo. Hay que conseguir que las exposiciones sean ensayos colectivos, que se enseñe la obra, pero que estén siempre en construcción, que la exposición sea como un ser vivo. No hay que negar el carácter prescriptor, porque siempre tiene que estar presente, pero hay que entender que ya no hay un control absoluto y los procesos son más abiertos”.

El museo del futuro, por lo tanto, se basará en la experiencia o no será. Así también lo percibe Daniel Canogar, que nos indica otros motivos para este cambio de relación entre los grandes centros culturales y su público. “A la hora de ver arte queremos algo diferente. No queremos repetir la forma de consumir que utilizamos en YouTube, por ejemplo, ni reproducir las horas de trabajo que pasamos delante del ordenador. Queremos liberarnos de eso, y ahí el arte tiene ese grado experiencial que nos saca de las formas típicas de consumir una imagen, un cuadro o un vídeo. Tiene mucho que ver con la riqueza de encontrarnos ante una obra de arte en un espacio determinado, donde ese mismo espacio es también parte de la experiencia, donde el público se mueve alrededor de la obra y no es un consumidor pasivo, sino que participa de la obra”.

“ Existe un cierto retorno de Orwell y el miedo al control, ya no por parte de los estados totalitarios, sino por las grandes corporaciones sin rostro”.

Judit Carrera

Lucía Casani, por otro lado, apunta a otros motivos que hacen que el museo y la exposición cobren mayor relevancia en una época dominada por la comunicación digital. “Esta sobredosis de imágenes y de datos está provocando la reacción contraria, que se busque crear experiencias físicas y únicas”, afirma. “Hay una tendencia en el mundo del arte que está haciendo que la presencia sea más importante que nunca. La performance, por ejemplo, está avanzando mucho. La idea del cuerpo, de estar en contacto con el artista, le apetece más al público. Hoy en día, en una época en la que mucha gente consume arte por Instagram, poder tener a la persona delante cobra más relevancia”.

Este concepto de la exposición como experiencia interactiva tiene, sin embargo, algunos peligros. “Espero que ese aspecto más sensorial no se quede simplemente en un juego visual o de placer, sino que esas obras también nos lleven, después de ese impacto perceptivo, a una reflexión”, apunta Canogar. “Que las obras vayan más allá y propongan una reflexión, social y política, sobre lo que realmente queremos hacer con la tecnología, y no quedarnos como meros consumidores. Que pensemos en la tecnología como en algo en lo que intervenimos, que la manipulamos, que de alguna forma la hackeamos para hacerla más nuestra”, concluye. Judit Carrera también percibe esa lectura en algunos artistas recientes. “Hay una serie de creadores que están reflexionando sobre el control político de las redes”, explica. “Existe un cierto retorno de Orwell y el miedo al control, ya no por parte de los estados totalitarios, sino por las grandes corporaciones sin rostro”.

Inmersivo, interactivo, el Mori Building Digital Art Museum de Tokio, inaugurado el año pasado, es el primer centro cultural del mundo dedicado exclusivamente al arte digital.
Inmersivo, interactivo, el Mori Building Digital Art Museum de Tokio, inaugurado el año pasado, es el primer centro cultural del mundo dedicado exclusivamente al arte digital.

El pasado año se inauguraba en Tokio el Mori Building Digital Art Museum, proclamado el primer museo de arte exclusivamente digital del mundo. En él, los visitantes participan en una experiencia inmersiva, interactuando con las obras expuestas de una manera que dista mucho de la idea tradicional que tenemos de visitar un templo de la cultura. Sin embargo, los centros de arte tradicionales se van adaptando de manera mucho más lenta a un nuevo formato de obras que requieren de unas características museísticas especiales.

“Me gustaría que, en general, se viese más presencia de artistas que trabajan con tecnología digital en los espacios museísticos”, reclama Daniel Canogar. “Creo que de momento está incluido de una forma demasiado modesta, no es representativa de lo que se está creando en el mundo del arte digital”. Las razones para esta introducción son diversas: “Es un medio incómodo para coleccionar porque muchas veces es intangible, y en otras ocasiones le afecta la obsolescencia tecnológica”, enumera, aunque hay otra causa más crucial. Es cuestión de tiempo.

Canogar recurre a una analogía: “La fotografía liberó a la pintura de la representación tradicional y le ayudó a explorar otras formas de explorar la realidad mucho más abstractas. Pero la introducción de la fotografía en la historia del arte fue más tardía. De alguna forma, creo que con lo digital está pasando lo mismo. Se está ralentizando mucho la introducción de lo digital como medio propio en el arte. El impacto social es gigantesco, pero quizá tengan que pasar años para que lo digital se vea como una herramienta artística por derecho propio”.

Ese momento en el que un cuadro renacentista conviva en un mismo espacio con una escultura impresa en 3D o una instalación interactiva y a nadie le sorprenda está por llegar. Mientras tanto, los caminos del arte siguen multiplicándose y mutando, casi al mismo ritmo en el que la tecnología nos ofrece nuevas vías de expresión. Lo que permanecerá inmutable, fuera del alcance de los avances y las herramientas revolucionarias, será la finalidad fundamental de la expresión. Como resume Daniel Canogar, “a los artistas lo que nos gusta es representar ese mundo tan intangible, tan inmaterial”.

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