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“La tecnología lleva eliminando trabajos desde hace siglos, es una realidad que hay que asumir”

La investigadora española Concha Monje habla con EL PAÍS RETINA sobre robótica, inteligencia artificial y la situación de las mujeres en el sector

Sergio C. Fanjul

TEO ahora está descansando, y desnudo: se le ven los cables, los chips, las articulaciones de metal, los motores. Los investigadores, alrededor, escudriñan sus entretelas. Pero cuando TEO se pone en acción es capaz de muchas cosas, y cada vez aprende más: puede realizar tareas demasiado humanas como servir copas, planchar y doblar ropa o, sobre todo, caminar. TEO, robot asistencial, mide y pesa lo que una persona, tiene una cabeza, dos brazos y dos piernas, por eso le podemos llamar humanoide. Es lo que cualquiera se imagina cuando se imagina un robot, algo que se asemeja en su estructura a un ser humano. Su nombre proviene del acrónimo de Task Enviroment Operator y vive en el Robotics Lab de la Universidad Carlos III de Madrid, donde visitamos a una de sus artífices, la muy premiada ingeniera Concha Monje (Badajoz, 1977).

El robot TEO en el Robotics Lab de la Universidad Carlos III de Madrid
El robot TEO en el Robotics Lab de la Universidad Carlos III de Madrid

Aunque las tareas que TEO lleva a cabo pueden parecer asunto baladí (al menos no son muy complejas para un humano), que un robot las haga tiene su complicación. “No nos debemos quedar en lo superficial”, dice Monje, “TEO es capaz caminar, manipular, reconocer rostros, seguirte, jugar contigo al escondite, etc”. El mero hecho de caminar, tan cotidiano para las personas, ya es toda una proeza tecnológica, que “implica muchas habilidades: usar sensores, cámaras, corregir desequilibrios…”, apunta la ingeniera, “no es un mero autómata que repite una tarea, sino que recoge información del medio y da respuestas a cada situación en tiempo real”.

TEO es una versión más evolucionada de su predecesor, el Robot Humanoide 1 (Rh-1), que se expone todavía en el vestíbulo de este departamento universitario a modo de homenaje por los servicios prestados. Delante de este viejo modelo que disfruta de su jubilación con honores, Monje nos cuenta que acabó haciendo robots casi por casualidad. “A mí lo que me gustaba era la música, tocar el piano y un poco la parte técnica de la imagen y el sonido”. Pero se metió a Ingeniería Electrónica en su Badajoz natal, se doctoró en Ingeniería Industrial y, siendo experta en sistemas de control, acabó consiguiendo una plaza en este laboratorio robótico.

La investigadora está en racha: ha ganado el Premio a la Mejor Científica Contemporánea 2017 de la revista QUO en colaboración con el CSIC, el Premio de Excelencia Investigadora de su universidad y el III Premio Mujer y Tecnología de la Fundación Orange por su labor en favor de la visibilidad de la mujer en la ciencia y en la tecnología. Y por su trabajo con TEO, claro. “Contra lo que se cree, yo pienso que a las mujeres nos pueden interesar las mismas cosas que a los hombres, también las cuestiones técnicas”, dice Monje, “lo que creo que hay es una falta de referentes. Conozco a muchas alumnas y madres de alumnas y están de acuerdo en que hay cierta presión social para que determinadas carreras sean para chicas y otros para chicos. Y eso cala en los jóvenes”. Cuando estudió ingeniería, Monje fue la única mujer de su promoción, “pero eso ya no pasa”: asegura que cada vez hay más mujeres en la disciplina. “Quiero visibilizar que también la ingeniería puede ser para mujeres y que el resto de tus compañeros ni se plantean estas cosas”.

P.  ¿Qué imagen tiene la ciudadanía de los robots?
R. Yo creo que es aún muy futurista. Cuando uno piensa en los robots los dota de una serie de habilidades e inteligencia de la que carecen: ni tienen todavía esa inteligencia ni esa motricidad. Un humanoide no puede ser como un humano, aunque es verdad que nos acercamos cada vez más y vamos dando pasitos, todavía estamos muy lejos. Por ejemplo, la batería de TEO solo dura media hora.
P.  Tampoco parece que esté muy clara la diferencia entre términos como inteligencia artificial (IA) y robótica, que a veces parecen utilizarse un poco al azar en el discurso público.
R. La robótica atiende un poco más al cuerpo, un cuerpo mecatrónico, articulado, que resuelve una tarea. Hay movimiento mecánico, articulado. Esa es la definición más clásica. Hay quien habla de robots sin referirse un cuerpo físico, como en el caso del programa informático del que se enamora Joaquin Phoenix en la película Her, de Spike Jonze, pero no estoy de acuerdo: eso se llama inteligencia artificial. La robótica, claro, integra la IA para que los cuerpos robóticos se muevan con inteligencia, más allá de una tarea acotada. La robótica es un campo muy interdisciplinar que se nutre constantemente de avances de diferentes fuentes.
Imagen de la película 'Autómata'.
Imagen de la película 'Autómata'.

Precisamente Concha Monje ha colaborado a hacer más fiel la imagen que del robot hay en el imaginario colectivo mediante su participación en la película Autómata, dirigida por Gabe Ibáñez y protagonizada por Antonio Banderas. De hecho, en las paredes de su despacho lucen algunos pósteres de cine tirando a almodovarianos. “Trabajé a nivel de guion, asesorando para que lo que apareciese en la película sobre robótica tuviera cierta correspondencia con la robótica real”, cuenta, “luego hace mucha ilusión cuando ves la película y reconoces tus aportaciones sobre la gran pantalla”.

TEO no es el único robot que desarrollan en Robotics Lab. Tiene compañeros como Maggie, un robot social (estos no tienen porque se humanoides y pueden tener ruedas en vez de piernas), destinado a la interacción con las personas, u otros proyectos de robots emocionales que puedan resultar terapéuticos para personas con Alzheimer o trastornos de autismo. También investigan en materiales blandos que hagan que TEO, por ejemplo, no sea tan metálico. “Probamos con diferentes densidades y formas que ofrecen diferentes ventajas, que dan mayor flexibilidad o permiten absorber mejor los golpes, que permitirían entrar en lugares angostos en situaciones de rescate”, dice la investigadora. Otro de los campos explorados en el Robotics Lab es del de los exoesqueletos diseñados para otorgar movilidad a personas que hayan tenido accidentes cerebrovasculares, como el ictus.

Aunque TEO sea un robot humanoide, Monje reconoce que lo más probable es que los robots que nos ayuden en las tareas domésticas no sean humanoides, no parezcan mayordomos, sino que haya una máquina que nos planche la ropa y otra que nos prepare el sándwich. Pero la investigación en TEO produce otros tipos de conocimiento y, de hecho, es común que de Robotics Lab se haga transferencia de conocimiento a las empresas.

P. La pregunta del millón: ¿nos quitarán el trabajo los robots y nos iremos todos al paro?
R. La tecnología lleva eliminando trabajos desde hace siglos. Es una realidad en el pasado, en el presente y en el futuro será cada vez mayor. Hay trabajos rutinarios, tediosos, repetitivos que los puede hacer mejor una máquina y que ya están desapareciendo. Es una realidad que hay que asumir.
P. ¿Qué haremos entonces los humanos?
R. Hay que valorar que hay otros muchos trabajos que se van a crear y que ya se han creado: el webmaster, el diseñador de robots, el diseñador de apps para smartphones... Puestos de trabajo que son más enriquecedores para el humano. A las personas que pierdan su trabajo habrá que protegerlas y darles formación; para eso las empresas tienen que apostar. Además, imagínate que gracias a los robots se produce más de un producto: también habrá más trabajo en almacenaje, distribución, departamento comercial…
P. ¿Tiene límites la robótica?
R. Yo creo que es una vía infinita. La prueba está en que este proyecto tiene casi 20 años y ahora es cuando empezamos a pensar que tiene mucho porvenir.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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