Talento empresarial: quien tuvo, retuvo
Para un análisis exitoso de una empresa u organización es preciso examinarla no como un ente aislado, sino como parte de un entorno: un ecosistema competitivo o potencialmente competitivo.
Viene siendo un lugar común apelar al estado cambiante, inseguro e incierto del contexto social, económico y jurídico al que hoy individuos y empresas se ven sometidos. Si bien dichos vaivenes parecen no conocer fronteras sus efectos denotan diferencias cuando nos referimos a las personas que los padecen y a las organizaciones que los soportan. Aun cuando el abuso de estos verbos predispone a mantener una visión negativa acerca de dicha situación, lo cierto es que ello ha permitido ahondar en cuestiones hasta hace poco ignoradas por algunos análisis de carácter marcadamente estratégicos. Esto no evita sin embargo lo que muy acertadamente señaló Gracián al afirmar que la “mayoría de la gente no estima lo que entiende, pero venera lo que no percibe”.
Tanto es así que hablar de contexto sugiere referirnos a sujetos y objetos en permanente interacción, el resultado de la cual hoy pone de relieve su potencial informacional. La inseguridad, la incertidumbre o la fluidez del contexto global se antoja pues información bruta (datos) a la espera de ser transformada en información accionable (inteligencia) cuidadosa y pertinente para la toma de decisiones y el diseño de acciones estratégicas tanto de individuos como de empresas.
Es esta tarea (entre otras) la que la Inteligencia Competitiva tiene entre sus principales cometidos. Sus herramientas nos permiten gestionar las tesituras propias de un entorno hostil pero practicable sin necesidad de dispersar recursos en pseudo-disciplinas que comprometan la cuenta de resultados de las empresas y aprisionen a los individuos en un estético y eterno cuidado de sí mismos como supuesta práctica de libertad y auto-conocimiento. Para ello resulta fundamental entender la importancia del contexto no como un enemigo a batir sino como un aliado al que sorprender. Esta es, sin lugar a dudas, una de las batallas a las que las empresas deben destinar hoy mayormente sus esfuerzos y los sujetos su reflexión. Veamos de qué forma.
Para un análisis exitoso de una empresa u organización es preciso examinarla no como un ente aislado, sino como parte de un entorno: un ecosistema competitivo o potencialmente competitivo. El ecosistema de las organizaciones se caracteriza por la influencia mutua, las acciones que emprenden unas afectan también al resto, las acciones políticas de un determinado territorio o sector también influyen en la empresa, el conocimiento idiosincrático de los distintos territorios (leyes, actores competitivos, entornos culturales, ideológicos…), o de un grupo estratégico de clientes deviene capital para mejorar la competitividad empresarial. En este sentido, las organizaciones deben ser analizadas en términos no solo económicos sino políticos, sociales, culturales y geoestratégicos con el objetivo de obtener una visión lo más exhaustiva y generalista posible con el fin de procurarse un entorno seguro. La realidad es que bajo la influencia de las alianzas políticas o de los acuerdos comerciales, de los intereses públicos o privados, de la presión internacional, de los movimientos de capitales, etc., el amigo puede ser también el enemigo e incluso el competidor devenir socio.
Es esta perspectiva la que nos lleva a plantear la necesidad de tener que encontrar los medios y las herramientas suficientes para ofrecer a las empresas (públicas o privadas) la información imprescindible para ser competitivas. Dichas empresas deberían poder combatir utilizando “armas” parecidas a sus competidores en una “guerra” económica mundial donde cada uno intenta modificar los equilibrios a favor de sus intereses y así obtener un mayor control de los mercados y la competencia y mejor comprensión de las dinámicas del contexto. Pero aún hay más. La Inteligencia Competitiva reúne también un conjunto de capacidades y técnicas no ya solo al servicio propiamente de las empresas y de sus directivos sino también al servicio de sus individuos, del llamado capital humano. Y es que ser competitivo implica también ser innovador, llegar antes que la competencia para aprovechar las ventajas temporales que la exclusividad de las ideas ofrece.
Los procesos de innovación son esenciales no solo para los sujetos de las organizaciones y para ellas mismas sino, en una escala mayor, para el desarrollo de cualquier economía que se precie desarrollada. Una de las principales fuentes de innovación es precisamente el capital humano en la medida en que sus conocimientos, habilidades, competencias y otros atributos afectan directamente a la competitividad de las organizaciones a las que pertenecen. Si con la anticipación ganamos tiempo de reacción, con la innovación potenciamos el capital humano de la organización. Y es que las organizaciones que gozarán de ventajas estratégicas y de acciones exitosas en el futuro serán las que apuesten por el talento y adopten de manera proactiva el nuevo paradigma de capital humano. La innovación surgida de este capital consiste en subirse no solo a la ola de la digitalización y abrazar una completa transformación organizacional sino también superar la idea de fuerza de trabajo para detectar y potenciar el talento humano. La acumulación de talento ha venido para quedarse: quien tuvo retuvo.
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