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‘Knowmads’: nómadas para un mundo en red

Los habitantes de este mundo en red han de contar con una mentalidad abierta y, consecuentemente, nómada, de formación transdisciplinar.

Getty Images

El término abierto tiene un uso frecuente en el mundo en red. En la mayoría de los casos se interpreta como «acceso libre». Pero su más prometedora acepción es la de «inabarcable». Cierto que la Red nos ha posibilitado alcanzar aquello que sin ella, en nuestro espacio físico, con distancias, lugares y puertas, había permanecido vedado, ajeno o de consecución muy costosa. Pero lo que va a cambiar más nuestra mentalidad es que la Red nos abre un mundo inabarcable.

La trascendencia está en que lo inabarcable no se puede trocear, parcelar, solo recorrer. El territorio inabarcable nos hace nómadas. Pretender trocearlo es frustración de Aprendiz de Brujo. Hay, por el contrario, que recorrerlo sin fin, porque lo inabarcable es también inagotable; cada travesía supone una forma distinta de revelar aquello que no se puede contornear.

La trascendencia está en que lo inabarcable no se puede trocear, parcelar, solo recorrer. El territorio inabarcable nos hace nómadas.

Esta disposición viajera, inquieta, tendrá consecuencias en cadena para nuestra vida y, desde luego, para la sociedad. Ambas, vida y sociedad, se van a levantar sobre una visión no sedentaria del mundo.

Sin embargo, estamos preparando aún a la nueva generación de nómadas (o knowmads, en expresiva construcción de John Moravec y conceptualización con Cristóbal Cobo) desde los valores sedentarios de sus maestros.

Seguimos dando, en general, una educación troceada y empaquetada, en títulos, cursos, asignaturas, horarios y aulas, y repartida en parcelas contiguas, pero bien delimitadas, y acogiéndose a unos estándares de extensión. Es significativo que se hable de contenidos, pues supone que ese conocimiento está encerrado y que hay que dosificarlo. Junto a esta inercia —comprensible, pero no aceptable, por la magnitud de la operación que supone esta inversión absoluta en la educación— hay ya unas manifestaciones sintomáticas de la alteración que un mundo en red está originando en el aprendizaje y en la manera de formarse para la vida (y no solo para el trabajo). Nunca hasta ahora ha tenido tanta sustancia y posibilidad el sueño reiterativo del «aula sin muros».

Aunque el sistema económico se muestra implacable en la demanda de operarios preparados para lo que la producción necesita en cada momento. Eso significa apostar por la especialización, y sublimarla, como garantía de eficiencia. Nada más sedentario y limitador — y vulnerable ante los embates del cambio— que la instalación en las parcelas de la especialización. Así que la mentalidad nómada, a medida que vaya empapando la sociedad, reclamará que la vida no empieza ni termina en el trabajo, sino que es una experiencia abierta, y mucho más duradera, que hay que recorrer.

Los alefitas —forma de nombrar a los habitantes de un mundo en red ya con una cultura digital, es decir, con valores y prácticas adecuados al nuevo entorno— tendrán esta mentalidad abierta y, consecuentemente, nómada.

No confundirán la complejidad con la complicación. Así que los problemas complejos no los tratarán como complicados y no intentarán trocearlos; pues la complicación puede reducirse si se trocea el objeto, pero la complejidad, al ser abierta, se mantiene inalterable por pequeño que sea el fragmento.

En consecuencia, su formación será transdisciplinar. En el trabajo interdisciplinar no se sale de la parcela de cada disciplina, solo se aproximan unas a otras en torno al objeto que hay que tratar. En cambio la transdisciplinariedad supone difuminar las fronteras y transitar a través de ellas (para recelo de los asentados en las parcelas, que siempre han visto con desconsideración —¡vagabundo!— al caminante que pasa).

No aceptarán quedar encerrados en el trabajo —por sublimado que se les presente— ni admitirán el entretenimiento como compensación del tiempo alienado. Aspirarán al ocio, como el tiempo personal sin constricciones.

Habrán abandonado el refugio de las certezas por la intemperie de lo incierto, a la que solo se puede hacer frente caminando.

Valorarán mucho a los narradores que les ayuden a transitar, sin perderse, y sin complejos, por los terrenos ignotos e inabarcables de la ciencia y de la técnica, y descubrir los asombrosos paisajes, que no son privativos de expertos y sí de todos los seres que viven en este mundo conformado por la ciencia y la tecnología.

Gustarán de la conversación y de las exposiciones dialógicas. En las que las ideas y los argumentos no se presentan cerrados. Pues conversar es la máxima expresión de la palabra como forma de caminar junto a otro, hacer un recorrido en compañía y siempre inacabado.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

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