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Tribuna
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Ciudadanos en el escáner

Un cambio de liderazgo puede mejorar la situación del partido a corto plazo, pero es poco previsible que resuelva sus problemas de fondo: una formación en exceso presidencialismo

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, y la cabeza de lista por Barcelona, Inés Arrimadas, durante la valoración electoral del partido el 10-N.
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, y la cabeza de lista por Barcelona, Inés Arrimadas, durante la valoración electoral del partido el 10-N.Mariscal (EFE)

En la política, como en la medicina, es importante distinguir los síntomas de las enfermedades. La fiebre, el dolor de cabeza y el vómito son síntomas que se pueden tratar de forma aislada pero, si no se diagnostica que lo que en realidad subyace es una meningitis y no se pone el tratamiento adecuado, evitarán que el paciente fallezca de una sepsis aunque, inicialmente, mejore. Ciudadanos cosechó un dramático resultado electoral el pasado 10 de noviembre y entró en la UCI. No habíamos cambiado las listas, no habíamos cambiado el programa... ¿qué había sucedido? Muchos dijeron que habíamos cometido un error en la política de pactos autonómicos —yo entre ellos—; otros, que habíamos errado en la comunicación, que habíamos perdido personas importantes; otros dijeron que nos habíamos derechizado... Síntomas, sólo síntomas. Síntomas que ahora tratamos de aliviar mejorando nuestra comunicación, centrando el mensaje y cambiando de líder y de equipo —al menos parcialmente—. Es muy probable que esto mejore la situación del paciente a corto plazo, pero es poco previsible que resuelva sus problemas de fondo si no es capaz de diagnosticar su enfermedad: la enfermedad del hiperliderazgo.

Cs es un partido cuya estructura está diseñada para que todo el poder recaiga sobre el presidente. Es este quien elige a toda su ejecutiva y quien la despide a su antojo. El consejo general, que consigue estos días mayorías a la búlgara de forma reiterada, es un órgano elegido por un sistema mayoritario de dos vueltas. Primero, la elección de los compromisarios y, después, la de los consejeros elegidos de entre los propios compromisarios. El sistema deja prácticamente sin lugar a las minorías. Se trata de un sistema de listas abiertas, como el Senado español, pero que ni siquiera guarda ese hueco del cuarto senador para las minorías. El ganador se lo lleva todo. El comité disciplinario también sale directamente de la ejecutiva. Lo mismo ocurre con todos los coordinadores y secretarios autonómicos y provinciales. No hay un solo contrapeso. Es, por tanto, un sistema diseñado para el fracaso.

Es como si hubiéramos diseñado un avión de pasajeros y le hubiésemos quitado todas las alarmas que pueden avisarnos de que algo va mal. Toda la organización le debe su puesto al superior jerárquico. Llevarle la contraria, avisarle de que se equivoca o denunciarle si incumple las normas elementales de la prudencia política puede acabar con tu carrera. No hay un sistema de avisos o testigos. No hay contrapeso. De las siete personas que en su día avisaron del error en la estrategia en aquella famosa ejecutiva, solo queda una hoy en la gestora. Es como si hubiésemos despedido del Titanic a quienes avistaron el iceberg.

El poder territorial y de organización no solo dirige la vida ordinaria del partido, sino que es el principal responsable en la elaboración de listas. Los comités de elaboración cuentan habitualmente con el secretario de organización y el secretario institucional, que son quienes designan a los candidatos en las circunscripciones que cuentan con menos de 350 afiliados, es decir, en más del 95% de los casos. Estos responsables no rinden cuentas de sus resultados ante la afiliación, lo hacen ante sus superiores, con lo que el incentivo principal no está en la obtención de buenos resultados en sus distritos, sino en la lealtad y la obediencia ante quienes los eligen. Así pues, los incentivos no están alineados con el crecimiento, lo están con la gratitud.

El régimen disciplinario, de otro lado, se aplica por parte de un comité elegido por la propia ejecutiva, obviando la separación de poderes que solicitamos en nuestra propuesta. El código incluye apartados que consideran faltas muy graves el verter opiniones en público que pudieran resultar lesivas para el partido. Esta suerte de “delito de opinión” interpretado por alguien nombrado directamente por la ejecutiva contribuye poco a crear un ambiente favorable a la crítica. Por tanto, todo el sistema está diseñado para el fracaso. Un fracaso unánime, eso sí. Un partido que rodea a su líder de todo el poder. Un partido que desalienta la existencia de la crítica y elimina cualquier representación de las minorías, ya sea a nivel nacional o territorial. Hemos diseñado un coche rápido y vistoso para nuestro líder. Tiene toda la potencia, pero no tiene frenos, ni testigos de aceite o de calentamiento del motor. Cuando vengan curvas es muy probable que volvamos a salirnos de la carretera. El sistema no solo es poco participativo sino que, además, es escasamente compatible con el espíritu liberal.

Ciudadanos tiene en Inés Arrimadas una excelente líder, como excelente era Albert Rivera, pero necesita unos estatutos que le doten de un equipo que rinda cuentas de sus resultados. Un equipo que entienda que un partido se debe a sus votantes primero, a sus militantes después y, por último, a sus dirigentes. Un partido que permita y promueva el debate para evitar que las decisiones difíciles dependan sólo de la voluntad de un líder. Ciudadanos tiene una excelente militancia. Una militancia comprometida y que vino a la política a servir y a cambiar las cosas. Debemos confiar más en ellos. La inteligencia colectiva es el alma de los partidos liberales. La esencia del liberalismo debe ser el debate, no la disciplina. No perdamos esta oportunidad. Si nos quedamos en los síntomas, volveremos a equivocarnos.

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