La extraña relación entre Rusia y el independentismo
Los dirigentes del secesionismo catalán se han aproximado hacia posiciones políticas de Rusia, con las que coinciden en sus críticas a la Unión Europea
La postura de los dirigentes secesionistas catalanes con respecto a Rusia ha evolucionado de un distanciamiento —anclado en posiciones proeuropeas del nacionalismo catalán— a coincidencias en la crítica a Europa. En la raíz de esta evolución se intuye el desencanto por la falta de apoyo de la UE al procés. El desapego de Bruselas —y de los países del Norte— tras el 1-O fue un revés para quienes cultivaron analogías entre una eventual aceptación de la “república catalana” y el reconocimiento internacional de la independencia de los tres países del Báltico y otras 12 repúblicas federadas de la URSS en 1991. En el juego simplificador de las analogías, Cataluña se ha convertido en una referencia para el espacio postsoviético, pero no para las 15 repúblicas ya reconocidas como Estados por la ONU, sino para esos espacios que quedaron desubicados cuando la URSS se fragmentó.
De los territorios desubicados hoy, cuatro entraron en conflicto durante la agonía soviética: el Alto Karabaj (en Azerbaiyán); Osetia del Sur y Abjasia (en Georgia), y el Transdniéster (en Moldavia). Otros tres, Crimea y dos fragmentos del Donbás, se “desubicaron” en 2014, tras la intervención militar de Rusia, pese a que su ubicación en Ucrania estaba reconocida y garantizada por Moscú y la comunidad internacional. En su legislación, ni Rusia ni Ucrania contemplan el referéndum de autodeterminación como vía para cambiar las fronteras del Estado.
Cada conflicto tiene su historia propia diferenciada, pero, la existencia y seguridad de esos “desubicados” depende en última instancia del Kremlin. Con el tiempo, todos, en mayor o menor medida, se han convertido en rehenes de una nueva guerra fría entre Rusia y Occidente.
Desde Bruselas o Washington, los desubicados suelen ser contemplados a bulto. Sin matices. Aunque una parte hubiera podido elegir su destino si la URSS hubiera llegado a aplicar una ley de abril de 1990, en la que se establecía el referéndum para decidir sobre el futuro de las autonomías pertenecientes a repúblicas federadas de la URSS, en caso de que estas ejercieran su derecho, recogido por la constitución, a abandonar el Estado.
Antes del 1 de octubre de 2017, los independentistas catalanes establecidos solían distanciarse de los territorios postsoviéticos en la órbita de Moscú y confiaban en ocupar un lugar en la Europa comunitaria. Este año, las posiciones de los líderes de la Generalitat han sido difundidas en Rusia por Komsomolskaya Pravda, un periódico de gran tirada, activo defensor de la línea del Kremlin. Ese diario publicó una entrevista a Carles Puigdemont en enero y otra a Quim Torra en abril. Además, en octubre, en una tribuna, Puigdemont acusó a la UE de “mirar hacia otro lado” ante la “crisis de Cataluña” y de “permitir a la policía de uno de sus Estados miembros utilizar la violencia contra sus ciudadanos”. “Es doloroso reconocer que las instituciones políticas europeas ven todo esto y callan”, afirmaba.
Por su parte, Torra se mostró partidario de “eliminar los severos obstáculos impuestos por España” para la concesión de visados a rusos. “Cuando seamos un país independiente aplicaremos nuestra propia política de visados”, dijo el president.
Edvard Chesnokov, vicejefe de Internacional de Komsomolskaya Pravda, es autor de las dos entrevistas y también de un artículo publicado en ese diario, y reproducido, en catalán y en inglés, en El Nacional el 10 de febrero pasado. Con algunas diferencias entre la versión rusa y las versiones en inglés y en catalán, Chesnokov propuso la mediación de Rusia en el conflicto.
“Rusia tiene todo el derecho a exportar estabilidad no solo al Próximo Oriente sino también a la madrecita Europa”, dijo. El modelo ruso se diferencia ventajosamente del modelo occidental, que en los conflictos internacionales solo tiene éxito en el suministro de armas a todos los combatientes posibles que aparentan ser una “oposición democrática como en Siria”, proseguía el texto. “Cataluña es posiblemente casi el más importante balneario ruso, que para muchos de nuestros veraneantes sustituía a Crimea antes de que esta volviera a su patria”, continuaba Chesnokov. “Entre los actores mundiales, solo hay un país que proporciona estabilidad y no esclavitud política o económica. Es mi madre patria, Rusia”, afirmaba la versión catalana. “Por lo tanto, en caso de que los habitantes de la península Ibérica lo pidan, Moscú está dispuesta a proporcionar de nuevo su ayuda, lo que permitiría mantener la estabilidad en nuestra casa común europea”, sentenciaba Chesnokov, que en Twitter calificó a Puigdemont como “gurú de los medios sociales”.
Durante la anexión de Crimea y la explosión secesionista en Ucrania, en 2014, esta periodista constató el escaso deseo de ser asociados con la política rusa por parte de sectores independentistas catalanes. Los responsables de las relaciones internacionales de la denominada República Popular de Donetsk lamentaban entonces que sus invitaciones para asistir a un congreso de secesionistas quedaran sin responder en Cataluña y en Euskadi.
Los gestores de proyectos estatales inconclusos en la ex URSS se asocian para reforzarse y es lógico que quieran establecer vínculos con el independentismo catalán para compartir experiencias o defender su causa. La pregunta que cabe formular ahora es si esa posición también es válida para Cataluña. En cuanto a Rusia, este Estado de tradiciones imperiales en fase de reafirmación utiliza la cuestión catalana como un elemento más en su propia política, que consiste en crear una opinión pública favorable al Kremlin como árbitro internacional, en ahondar en las grietas reales de la UE y en poner fin a las sanciones que le fueron impuestas por su intervención en Ucrania.
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