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Sant Llorenç, un año después de la tragedia: “Si llueve, volverá a pasar lo mismo”

El Gobierno central no ha pagado todavía las ayudas prometidas para la reconstrucción del pueblo

Lucía Bohórquez
Sant Llorenç des Cardassar -
Una calle de Sant Llorenç (Mallorca).
Una calle de Sant Llorenç (Mallorca).Francisco Ubilla

Felip Forteza no olvidará nunca la tarde del 9 de octubre de 2018. Llevaba todo el día lloviendo y mientras oscurecía, sobre las siete de la tarde, decidió salir de su casa para mover el coche a una zona más alta del pueblo. Subió, intentó dar marcha atrás, pero en apenas unos segundos la fuerza del agua del torrente desbordado que entró en el pueblo como una gran ola arrastró su furgoneta y todo lo que encontró en su camino. Atravesó la localidad flotando dentro del automóvil y cayó al torrente con todo lo que la corriente arrastraba. La fortuna hizo que la ventanilla quedara bajada antes de bloquearse y Felip pudiera salir y dejarse llevar por la corriente. Sumergido a ratos, luchando por respirar como podía, tras varios intentos logró agarrarse al tronco de un algarrobo. Allí permaneció esperando tres horas, sin la ropa de la que el torrente le había despojado, hasta que un policía local que creyó escuchar los gritos desesperados de un animal dio la voz de alarma y fue rescatado.

“Los recuerdos parece que están cerca, se han grabado de manera potente. Lo recuerdo todo perfectamente”, afirma Felip un año después. Necesitó nueve días de hospitalización y los médicos le dijeron que si hubiera pasado media hora más sin ayuda habría muerto de hipotermia. Felip es uno de los supervivientes de la torrentada de Sant Llorenç des Cardassar que acabó con la vida de 13 personas tras ser arrastradas por el agua. En poco más de una hora cayeron más de 200 litros por metro cuadrado en la zona. La orografía del terreno y una deficiente planificación urbanística alrededor del torrente provocaron que la gran cantidad de lluvia acumulada elevara el caudal, que al atravesar el pueblo buscó su cauce natural y arrasó con buena parte del municipio y otros cercanos como Artá, Capdepera, Manacor y Son Servera. En algunas viviendas la marca de agua sobrepasó los dos metros de altura.

“El pueblo se ha recuperado pero nadie olvida lo que ha pasado. Hay un poco de psicosis cuando llueve” comenta Felip. La sensación para algunos es que, en cuanto a prevención, las cosas no han cambiado demasiado con respecto a hace doce meses. El torrente está limpio y saneado pero algunos consideran que el problema real es urbanístico, porque hay determinadas edificaciones que están construidas prácticamente en el lecho del torrente y otras bloqueando algunas de las calles por las que el agua no pudo salir hace un año, lo que provocó una especie de tapón. “La situación está prácticamente igual que antes de la riada, porque creemos que se ha hecho muy poco. Sufrimos mucho porque, si vuelve a llover, pasará lo mismo y volveremos a tener los mismos niveles de agua”, dice Jaume Salas. Su vivienda se encuentra en una de las calles más afectadas, donde el agua entró sin control y superó los dos metros de altura, llegando casi al segundo piso, donde se refugiaron su madre y su sobrina.

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Los vecinos de Sant Llorenç viven desde entonces con un ojo puesto en las previsiones meteorológicas, a pesar de que el año pasado no previeron un fenómeno de tal magnitud. La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) activó el aviso naranja por fuertes lluvias poco antes de las siete de la tarde y lo elevó a aviso rojo prácticamente dos horas después de que el lugar fuera arrasado por el agua. Un año después, AEMET tiene paralizadas las inversiones que podrían pronosticar sucesos de este tipo por la falta de Presupuestos. “Las mejoras están postergadas”, afirma la delegada de la agencia en Baleares, María José Guerrero, que lamenta que la parálisis presupuestaria haya frenado los planes para instalar nuevos radares, mejorar los sistemas informáticos que crean los modelos de predicción y desplegar nuevas estaciones meteorológicas para optimizar la recogida de datos. Por lo pronto, la Policía Local se cura en salud, y cuando hay avisos activos por lluvias fuertes obliga a retirar los coches del cauce del torrente y advierte a los vecinos para que eviten circular por la zona baja del pueblo.

El Gobierno no paga

Sant Llorenç ha recuperado poco a poco el paso, aunque los vecinos más afectados han asumido que no volverán a la situación en la que se encontraban antes de la torrentada. Las quejas sobre las ayudas recibidas y el reparto del dinero son frecuentes, porque algunos consideran que cubren un porcentaje muy bajo de lo que perdieron. “Las ayudas económicas nos han cubierto muy poco. La mayoría del mobiliario que tenemos es por donaciones y muchos de los arreglos son gracias a empresas que han decidido colaborar sin pedir nada a cambio”, sostiene Salas.

A todo ello se añade que el Gobierno central todavía no ha pagado el dinero comprometido para la reconstrucción del pueblo. El mediodía del aquel 10 de octubre, apenas unas horas después de la tromba de agua, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aterrizó en Palma y se desplazó al epicentro del desastre. Se paseó por el pueblo acompañado de la presidenta de Baleares, Francina Armengol, visitó algunas de las casas, habló con los vecinos más afectados y prometió ayudas de emergencia inmediatas para la reconstrucción del pueblo. Doce meses después no se ha pagado lo prometido. Las administraciones locales e insulares cifraron los daños y los costes de reparación por el desastre ante Madrid en cerca de 40 millones de euros, de los que el Gobierno de Sánchez se comprometió a pagar la mitad, alrededor de 20 millones. De esa suma adelantada por varias administraciones de las islas, los municipios afectados han recibido apenas 1,6 millones de vuelta. Y mientras, los vecinos esperan mirando al cielo que la tragedia no se repita.

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Sobre la firma

Lucía Bohórquez
Colaboradora de EL PAÍS en las Islas Baleares. Periodista de la Cadena SER en Mallorca desde el año 2008, donde se ha especializado en temas de tribunales. Estudió Periodismo en la Universidad del País Vasco.

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