Lastra: “Meritxell dice que Podemos pide un receso”. El presidente: “No, no”
EL PAÍS reconstruye los contactos, llamadas y reuniones entre dirigentes del PSOE y Podemos que desembocaron en el fracaso de la investidura
— Pablo, estamos aquí, ¿dónde estáis?
Son las 18.10 del sábado 20 de julio. Quedan menos de 48 horas para que empiece la investidura. Carmen Calvo está sentada en una sala discreta de un hotel cerca de San Sebastián de los Reyes. Ha elegido ese lugar porque tiene una cita en La Sexta Noche a las 21.30. En esta ciudad residencial, a 18 kilómetros al norte de Madrid, están los estudios de Atresmedia. Un lugar sin mística vivirá el arranque de la negociación para el primer Gobierno de coalición de la izquierda española desde la Segunda República. La acompañan Adriana Lastra y María Jesús Montero. Pero enfrente no hay nadie. Solo Pablo Echenique, el negociador de Podemos, al otro lado del teléfono. Han quedado a las 18.00. Pero ni él ni su compañera Ione Belarra aparecen.
— Vicepresidenta, estoy en mi casa. Ya te he dicho que si no nos dais garantías de que no habrá vetos y de que Irene Montero tendrá una vicepresidencia, no podemos empezar la negociación.
Ambos llevan toda la mañana discutiendo sobre este tema. Calvo le dice que quiere una negociación abierta, que se sienten a hablar de todo, sin líneas rojas. Él necesita garantías para saber que va en serio.
— De acuerdo, Pablo, no habrá vetos. Irene estará y tendrá una vicepresidencia social.
— Entonces cojo un coche y vamos para allá.
Pero en el caso de Echenique, eso no es tan fácil. Primero tiene que movilizar a un compañero que le lleva en un coche adaptado. Al final llega a las 19.30. Belarra está allí antes.
Arranca todo muy mal. Y Calvo tiene que irse enseguida a la televisión, clave en la batalla por el relato que sobrevolará todas las negociaciones.
Pedro Sánchez nunca vio clara la coalición y Podemos nunca quiso que su líder se retirara. Ambos parten de un desgarro. La relación entre el presidente y Pablo Iglesias está muy deteriorada en ese momento. Los antecedentes de esta cita no pueden ser peores. Pero fuera hay mucha presión para que se pongan de acuerdo. Y con el paso al costado de Iglesias, el PSOE ya no tiene ninguna excusa para no negociar. Van forzados, pero empiezan a intentarlo.
Cuando acaba su intervención en La Sexta. Calvo vuelve al hotel para seguir. Acaban a medianoche, sin muchos avances. No hay manera de concretar. Echenique envía entonces un documento, que el Gobierno hizo público el miércoles, cuando dio por rotas las negociaciones —cambiando desde un ordenador de vicepresidencia la palabra “propuestas” por “exigencias”, algo que indignó a Unidas Podemos— en el que plantean una vicepresidencia y cinco ministerios, entre ellos Hacienda, Trabajo y Transición Ecológica. Sánchez no piensa ceder ahí. Ni siquiera en Trabajo, que al final será el gran obstáculo.
Todo indica que Iglesias tiene en su cabeza ese ministerio para Yolanda Díaz, histórica líder de IU en Galicia, de familia comunista, hija de un conocido dirigente sindicalista gallego, Suso Díaz, exsecretario general de CC OO en esa comunidad. Su tío Xosé también es otro histórico del sindicalismo. Ella se ha criado desde niña en la lucha sindical de los astilleros de Ferrol. Todo un símbolo. Iglesias cree que su retirada tiene que valer al menos eso.
Sánchez e Iglesias ya hablaron de Trabajo el 7 de mayo, en su primera cita tras las elecciones. El presidente parecía entonces más dispuesto a dar algunos ministerios menores. Pero avisó: nunca le dejaría los de Estado, tampoco Hacienda ni Trabajo. Entonces hablaron de Juventud, Industria y la presidencia del Congreso. Pero no se cerró nada.
Iglesias se quedó con la idea de que había espacio para negociar. Y le dijo que renunciaba a los ministerios de Estado. Salió encantado. “Nos hemos puesto de acuerdo en que tenemos que ponernos de acuerdo”. Sánchez también quedó satisfecho. Los dirigentes socialistas empezaron a asumir la idea de que habría coalición blanda, con unos pocos ministerios para Podemos.
Todo cambió la noche de las municipales, el 26 de mayo. Podemos sufrió un batacazo muy superior a lo esperado y la izquierda perdió Madrid. Iglesias salió muy debilitado. Íñigo Errejón, que pasó de ser su mejor amigo a su mayor rival, le ganó la partida claramente en la comunidad en que crecieron e inventaron Podemos.
El equipo de Sánchez vio enseguida esa debilidad. Y estuvo casi tres semanas sin llamarle, mientras se movían para ver si el PP y Ciudadanos estaban dispuestos a abstenerse. Sánchez e Iglesias no se volvieron a reunir hasta el 11 de junio. Ahí el presidente le dejó muy claro que no habría coalición. Pactaron un término ininteligible: Gobierno de cooperación. Era una patada hacia adelante. Iglesias ya amenazaba en ese momento con montar una consulta entres sus bases para plantear el “no” si Sánchez rechazaba de forma tajante la coalición. Ambos jugaban muy fuerte, y pasaban los días. Pero nadie podía permitirse el lujo de romper.
“Principal escollo”
El presidente explicaba entonces a su partido, en algunos casos inquieto ante la posibilidad de repetición electoral, que no veía la entrada de Podemos en el Gobierno. Y mucho menos de Iglesias. Pero a él nunca le dijo abiertamente: “Si te apartas aceptamos ministros tuyos”. Hasta la recta final, cuando lo lanzó en televisión, a cuatro días de la investidura: “Iglesias es el principal escollo” para un Gobierno de coalición. Fue entonces cuando le acusó incluso de no defender la democracia por hablar de presos políticos en la crisis catalana. El líder de Podemos respondió con un movimiento que casi nadie esperaba. Aceptó el envite. Se apartó y decidió que el precio subía mucho con su retirada.
Es domingo ya, y la negociación empieza a ponerse muy complicada. Y eso que llevan muy poco tiempo. En Alemania la CDU y el SPD estuvieron casi seis meses. En la Comunidad Valenciana o Andalucía, varias semanas. Pero aquí, después de 80 días de bloqueo, solo hay cinco días. Y tres de ellos con plenos. En total, los negociadores se ven 20 horas repartidas en cuatro reuniones. Una de ellas fue de solo 20 minutos. Iglesias y Sánchez jamás se citaron. Solo hablaron por teléfono y muy poco.
Mientras Calvo y Lastra pelean con Echenique por la estructura de Gobierno, María Jesús Montero y Belarra se concentran en la negociación programática, en la que no hay grandes obstáculos. Cuando todo se fue al garete, había más de 100 folios trabajados —aunque no cerrados— sobre la base del acuerdo presupuestario de 2018 que hicieron Montero, Echenique y Belarra sin tanto drama y con gran discreción.
El PSOE pone encima de la mesa ministerios, siempre por separado, siempre como opciones, uno u otro. El punto de acuerdo parece una vicepresidencia y tres ministerios para Podemos. Echenique, como buen científico, apela a los números. Dice que por votos, que fueron la mitad que los del PSOE, les correspondería un tercio del total de ministros. “En proporcionalidad estricta tendríamos que tener 5.66 ministerios sobre los 17 que hay”, explica. Pero finalmente aceptan quedarse en cuatro, la vicepresidencia y otros tres. La discusión es cuáles, y sobre todo con qué competencias y margen de actuación política.
El PSOE lo intenta con varias alternativas, siempre de forma caótica, sin un solo papel, en las reuniones y con llamadas posteriores. Empiezan con Turismo y Deporte. Pasan a Vivienda. También Juventud. Después Ciencia y Universidades. Otra vez Cultura. Luego Agricultura. Suben a Sanidad. Los ministerios entran y salen. Algunos son solo direcciones generales, como Vivienda. “Fue ministerio”, argumenta el PSOE. Pero Podemos cree que no tiene competencias.
Calvo se niega a ceder Igualdad, que está en su vicepresidencia. La desconfianza y la presión empiezan a jugar en contra. Echenique vuelve a Trabajo y Transición Ecológica. También pide una parte de Hacienda: Tributos. Pero sabe que es imposible. Es una estrategia negociadora. El objetivo es Trabajo.
—¡Es que queréis todo el Gobierno!, se enfada Carmen Calvo.
—No os estamos pidiendo la Luna. Son los temas por lo que nos vota nuestra gente, fiscalidad, reforma laboral, transición ecológica, vivienda, se inquieta Echenique.
—Pablo, la mejor manera de ser revolucionario es ser realista, trata de convencerle Calvo.
Aquí los relatos difieren. Podemos dice que Calvo llegó a plantear: “No os podemos dar Trabajo porque sois muy inquietantes para la CEOE”.
El PSOE lo niega y sostiene que el argumento era que Podemos no entiende la negociación colectiva, que prefiere imponer desde el Estado los cambios si no hay acuerdo entre sindicatos y patronal, precisamente lo que más temen los empresarios.
—Es verdad, pero si ese es el problema, lo pactamos. Intenta otra vez Echenique.
Calvo se cansa y lo deja claro:
—Un Gobierno socialista nunca os dará las políticas de empleo teniendo el triple de escaños que vosotros. Trabajo y Transición Ecológica no las vamos a soltar. Son las que le dan todo el sentido a este Gobierno. No sabéis negociar. No sois realistas ni razonables.
En esa tensión se llega al pleno. Sánchez e Iglesias protagonizan uno de los debates más duros y vibrantes que se recuerdan en el Congreso. No se mueve nadie. Todos concentrados ante esa sesión de boxeo dialéctico entre dos teóricos socios. Parecen enemigos mortales. La negociación se lleva directamente al pleno.
Todo parece acabado. La sesión continúa y Sánchez aprovecha otras intervenciones para seguir castigando a Iglesias. El martes sigue igual. Pero Podemos vuelve a hacer un movimiento que obliga al PSOE a negociar. A última hora se abstiene, después de un discurso de Lastra mucho más suave que el de su líder. El mundo al revés. Los portavoces suelen hacer de policía malo. La pelota vuelve a Sánchez.
El presidente reúne a su cúpula en el Congreso. De nuevo Iglesias los ha descolocado en la batalla del relato. Lastra y Montero creen que hay que intentarlo como sea, que la abstención abre un espacio. Calvo y José Luis Ábalos lo ven mucho menos claro, creen que Podemos en realidad no quiere negociar, que pide cosas imposibles y no habrá acuerdo. Iván Redondo, al que muchos en el PSOE atribuyen una apuesta decidida por la repetición electoral que él niega una y otra vez, se mantiene en un segundo plano. Pero cuando salen, se va en el coche con Sánchez. Es el hombre al que más escucha.
Sánchez ordena reanudar las negociaciones. Se reúnen el miércoles por la mañana, esta vez en el Congreso. Quedan 24 horas para la votación definitiva. Después de mucha tensión, el PSOE lanza una última oferta poco antes de comer. Lo normal sería estar hasta la madrugada, pero los socialistas alegan que necesitan una decisión para hablar con su partido, con el PNV, con Compromís, con ERC que ya ha confirmado la abstención si hay acuerdo. Votos hay, pero falta el pacto con Podemos.
El PSOE cierra su última oferta con Vicepresidencia, Sanidad, Vivienda y un tercero a elegir entre Ciencia y Cultura. La discusiones son durísimas.
—Sanidad no tiene competencias, se queja Echenique.
—¿Cómo que no? ¡Pero si tiene la negociación con la industria farmacéutica y os metemos Consumo! —le contesta Montero.
Sin acuerdo
La reunión se acaba sin acuerdo. El PSOE exige una respuesta. Están al borde la ruptura. Pasan las horas y Podemos no contesta. Calvo tiene que ir a la comisión de subsecretarios. María Jesús Montero hace un movimiento inesperado. Llama a Alberto Garzón, líder de IU, al que conoce mucho porque ambos negociaron el Gobierno de coalición PSOE-IU en Andalucía. Se entienden.
— ¿Qué pasa, Alberto? ¡No nos contestan!
— Creo que se arreglaría si diérais Igualdad. ¿Es imposible?
Montero se mueve y finalmente lo consigue. Igualdad es suyo. Garzón habla con Iglesias y Echenique. Pero no se lo acaban de creer. Nunca hubo una oferta formal de Calvo, que es quien tiene la competencia. En Podemos creen que nunca quiso soltarla.
Calvo apremia a Echenique.
— Nos tenéis que dar una respuesta. ¿Aceptáis la oferta?
A las 17.09 le manda un mensaje a Belarra:
— Si ni siquiera cogéis el teléfono, ¿cómo lo interpreto?
Al final hablan. El negociador de Unidas Podemos vuelve al origen del problema. Pide Trabajo y Transición Ecológica. Se está rompiendo. De Igualdad ni hablan.
Al final, Calvo le manda un mensaje a las 19.08:
—¿Igualdad tampoco os vale?
Ahí se vive un momento surrealista propio de la hora, el estrés y cierto salto generacional. Podemos vive en Telegram. Calvo en WhatsApp, como casi todo el PSOE. María Jesús Montero se dio de alta en Telegram precisamente para negociar con Echenique. Es lo que él lee sin parar. Tarda más con el WhatsApp. No ve este último mensaje. Para cuando lo lee, la negociación ya está rota.
Sánchez e Iglesias tienen una última llamada a las 19.15. El presidente le dice que se olvide de Trabajo y Transición Ecológica. Iglesias parece pensar que es un farol. Deja pasar el tiempo. Sánchez no le ofrece Igualdad. Pero 10 minutos después de colgar le manda un mensaje en el que le concreta que en la oferta sí está Igualdad. La confusión ahí es total. Podemos envía un mensaje oficial a las 19.27: “Sánchez ha confirmado a Iglesias que no está dispuesto a ofrecer competencias ni en Trabajo, Hacienda, Transición Ecológica ni Igualdad. Es su última palabra”. Garzón se indigna. Sabe que Igualdad sí está.
Iglesias no hace contrapropuestas. En La Moncloa la decisión está tomada. A las 20.37, el PSOE hace público el documento retocado por vicepresidencia con la posición inicial de Podemos. El texto es el de Echenique, el título no. Se acabó. El Gobierno da por rotas las negociaciones. Sánchez amaga con ir a Telecinco a las 21.15. Se anuncia oficialmente. Iglesias se prepara para salir en Antena 3. Al final cancelan los dos.
Iglesias y los suyos se quedan bloqueados. IU y los comunes aprietan para que negocie a la baja. No puede fallar la investidura. Los votantes de izquierda nunca lo entenderían. Pero llega la noche y nada. Parece en shock o convencido de que no van en serio.
Llega el jueves, día del voto. Iglesias deja pasar horas preciosas. La negociación está muerta. Pero Podemos hace un último intento por revivirla. Echenique envía a Calvo un whatsapp a las 10.59. Otra última oferta. Renuncian a casi todo lo que había en el texto inicial. Sustituyen Vivienda por Ciencia y Universidades, algo que el PSOE ya había ofrecido, pero vuelven a meter Trabajo. Ya no está Transición Ecológica.
—Te envió esta propuesta con el ánimo de desbloquear la negociación, dice Echenique.
Es lo último que queda registrado entre ambos. Calvo está en la ejecutiva del PSOE. Muestra el mensaje a Sánchez. El presidente ya ha tomado la decisión. “El Gobierno de España no se negocia así”. La vicepresidenta “le clava el visto”, como dicen en Argentina, esto es, muestra que ha leído el mensaje, pero no contesta. Alea jacta est.
Todavía habrá un último intento de Iglesias, que ve como se le escapa la oportunidad de la coalición entre los dedos. Su cara le delata. Está hundido. Sube a la tribuna y rebaja al máximo. Ya no quiere ni Trabajo. Solo políticas activas de empleo. 6.000 millones y con las competencias transferidas. La nada misma. Nadie sabe qué habría pasado si eso lo llega a proponer el día anterior. Sánchez ni le mira. En la bancada socialista gritan: ¡Pero si son competencias transferidas!
Lastra recibe un mensaje de Meritxell Batet, la presidenta del Congreso. Unidas Podemos —ha sido IU quien lo ha movido, intentando hasta el final un acuerdo y presionando a Iglesias— pide un receso, retrasar la votación para poder negociar. Lastra se inclina hacia adelante, donde se sienta el presidente:
—Meritxell dice que Podemos pide un receso. Que si queremos.
—No, no —cierra el presidente.
Se acabó. Sánchez asume su investidura fallida. Y vuelve a junio: o Podemos acepta un Gobierno en solitario con acuerdo programático, o vamos a elecciones si el PP y Ciudadanos no se abstienen. La partida vuelve a empezar, pero ahora los jugadores están destrozados. Los espectadores también. Y son los que tienen que votarles.
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