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DIARIO DE CAMPAÑA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El verdugo siempre llama dos veces

La sobreactuación de Otegi no busca cooperar con Sánchez sino intoxicar la campaña socialista

Arnaldo Otegi, el pasado 2 de abril, en San Sebastián.
Arnaldo Otegi, el pasado 2 de abril, en San Sebastián.Javier Etxezarreta (EFE)

La rehabilitación de un delincuente expresa la de la piedad de la Constitución en su naturaleza constructiva y hasta en su voluntarismo, pero el esfuerzo de la reinserción no justifica la arrogancia y la obscenidad con que Arnaldo Otegi interpreta su incorporación insolente a la vida política.

Hace de ella un espacio de derecho propio, de despecho y de resarcimiento. Otegi ha cumplido con la justicia. Ha pagado en prisión su pertenencia a ETA. Y tiene toda la legitimidad para recuperar su vida. El problema es que pretende hacerlo en las instituciones desde una posición vengadora y hasta justiciera. Más o menos como si las armas, la cárcel, los crímenes, los años de plomo representaran el antecedente necesario, inevitable, preliminar, de la lucha política convencional.

Un etarra se puede rehabilitar, pero la deontología política y la ética deberían contraindicar el ejercicio de todas aquellas funciones que impliquen ejemplaridad y compromiso de convivencia. No debe dedicarse a la cosa pública quien la intimida con la serpiente de la paz. Otegi aspira al cargo máximo del cursus honorum de Euskadi. Quiere ser lehendakari cuando expire la inhabilitación. Blanquear en las urnas el historial homicida del terrorismo etarra. Redimirse y retorcerse en la democracia que él mismo saboteó y quiso reventar.

Es la razón por la que se ha propuesto sobreactuar con la relevancia de Bildu en el tablero nacional. Las peculiaridades aritméticas de la Diputación Permanente le han permitido proponerse como un aliado imprescindible de Sánchez. No para ayudarlo, sino para retratar la corpulencia de la extorsión soberanista y para intoxicar la campaña del PSOE.

Otegi ofrece la mano del verdugo. Más la acerca a Sánchez, más lo expone al oprobio de la  oposición y a la sensibildad de los votantes que tienen memoria de la atrocidad etarra. La alianza que Bildu y Esquerra Republicana han urdido en las elecciones generales definen un cordón sanitario que el líder socialista no puede permitirse transgredir, ni si quiera como pretexto de la investidura.

Puede entenderse así el alborozo con que Sánchez se rodea de banderas españolas y se desentiende de las antiguas veleidades hacia el independentismo. Una campaña de amnesia que abjura de la pluralidad de naciones y que se recrea en el fervor de la unidad territorial. Sanchez viene a decirnos que la mejor forma de sustraerse al chantaje del soberanismo es un resultado electoral generoso, imponente, cuya traducción en escaños convierta en innecesarios los acuerdos con los partidos rupturistas.

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Otegi no se ha quitado el pasamontañas. Lo lleva puesto conceptualmente. Ningún acuerdo postelectoral salubre puede concebirse entre sus manazas de sayón y el cinismo sórdido de Junqueras. Es una vía muerta. O lo sería si no fuera porque a veces las franquicias socialistas de Euskadi y Cataluña se disfrazan de guardagujas.

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