Una toga contra la intoxicación
El magistrado trata de aislar el juicio de la política, habiendo sufrido él mismo las injerencias
No estaba claro que Manuel Marchena (Las Palmas, 1959) fuera a presidir el megajuicio del procés. Los populares y el PSOE lo "rescataron" de la Sala Segunda al ungirlo presidente del Consejo General del Poder Judicial. Y la defensa de los encausados quiso recusarlo porque un mensaje temerario del senador Ignacio Cosidó (PP) convertía al magistrado en un títere.
Los episodios definen la insaciable politización de la justicia, pero no intimidaron la independencia de Marchena. Renunció a los galones que le propuso el bipartidismo y se reincorporó al tribunal que juzga a los políticos soberanistas. Por asignación jerárquica. Y porque fue desestimado el 29 de enero el recurso que cuestionaba su imparcialidad.
No será sencillo aislar el juicio de las interferencias, más todavía cuando el juez Marchena, metódico, escrupuloso, pedagógico en el streaming de las primeras sesiones, ha tenido que neutralizar o sofocar los relatos políticos de los procesados y de la acusación popular. Tanto Junqueras expone la manía persecutoria del Estado, tanto Ortega Smith, secretario general del Vox, precipita un mitin electoral cada vez que le corresponde el turno de los interrogatorios.
Conoce bien Marchena el Supremo porque fue nombrado el fiscal más joven de la historia (2004) y porque fue también el magistrado más joven del Tribunal (2007). Los prodigios premonitorios explican que haya alcanzado la presidencia del juicio del siglo, pero, antes de convertirse en ponente y en el futuro redactor de la sentencia, se ha pluriempleado en otras causas de repercusión mediática. Por el pintoresquismo de sus protagonistas (el caso Campanario). Por la consternación social (caso Mari Luz). Por las connotaciones políticas (caso Atutxa). Y por el estupor corporativo: Marchena formaba parte del sanedrín que condenó al colega Baltasar Garzón por haber prevaricado y vulnerado los derechos de la defensa en el caso Gürtel.
Tiene fama de conservador el magistrado. Y ha debido sacudirse la beligerancia con que sus adversarios le atribuyen haber protegido al Partido Popular, o le reprochan haberse convertido en el juez más influyente de España, tanto por el peso de su cargo como por la red invisible de sus relaciones. Incluida la amistad y camaradería con el difunto ex fiscal general José Manuel Maza.
Fue Maza quien presentó la primera querella contra los conspiradores del procés en 2017. Y fueron el Supremo y Marchena (ponente) quienes la admitieron a trámite, más o menos como hubiera comenzado entonces un fenómeno de cristalización judicial que la prensa soberanista y la defensa de los procesados observan como un sabotaje preventivo del Estado
La hipérbole no parece haber conmovido la serenidad de Marchena delante de las cámaras ni de los acusados. Tiene más sentido del humor del que trasladan las obligaciones. Es muy aficionado a la ópera. Le gusta la literatura de Antonio Muñoz Molina. Y practica la natación, acaso como remedio urbanita a la nostalgia del Atlántico. Hijo de legionario de alta graduación, Marchena, casado, padre de dos hijos, nació en Canarias y estudió en los jesuitas de El Aaiún (Sáhara Español), aunque fue en la universidad vizcaína de Deusto donde adquirió su licenciatura en Derecho.
La ha dilatado en todos los extremos y en todos los límites, como juez, fiscal, profesor, prolijo ensayista y conferenciante, pero, hasta ahora, nunca había tenido que pronunciarse sobre el artículo 472 del código penal: rebelión
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