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Elecciones andaluzas
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Llegan los bárbaros

El fascismo consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia

Claudi Pérez
 Santiago Abascal, en el centro, durante la noche electoral del 2-D.
Santiago Abascal, en el centro, durante la noche electoral del 2-D.MARCELO DEL POZO (REUTERS)

Cuando las tribus germanas conquistaron Roma empezaron de inmediato a practicar lo que los historiadores denominan expolio. Los bárbaros arrancaron columnas y pilastras de los templos y edificios, y después los ensamblaron de nuevo: los resultados eran bastante cómicos, pero algunas de esas obras siguen en pie. Las andaluzas han dejado a los bárbaros a las puertas: España ya no es la excepción europea de la que presumíamos, y la derecha extrema —o como quiera llamarse a un partido nacionalista, antifeminista, antiinmigración y con todos los tics de la alucinación populista de estos tiempos— acaba de irrumpir con fuerza. El batacazo de Susana Díaz es sideral. La resistencia del PP de Casado, destacable. Ciudadanos sube como la espuma. Pero es la aparición de Vox lo que amenaza el edificio político, en precario equilibrio desde hace años por las cicatrices de la Gran Recesión y las sacudidas del procés.

El fascismo consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia. Y “hemos hecho historia” fue lo primero que se escuchó de Vox la noche electoral. La política es otra cosa: una actividad cuyo ejercicio consiste en dejarse de Inauguraciones Permanentes de la Historia para volver a empezar de nuevo cada día. Para eso hay que tener muy claros los dos mensajes que dejan las urnas.

Uno: la retórica incendiaria sobre la inmigración y Cataluña funciona, pero sobre todo para Vox; ni PP ni Ciudadanos logran sus objetivos. A partir de ahí, el centro derecha puede tratar a Vox como un socio normal y corriente; se arriesgaría así a un escenario a la italiana. O puede adoptar la estrategia de franceses y alemanes: armar un cordón sanitario. La derecha va a intentar usar los votos de Vox sin darle voz: hay demasiada competencia en la política española para ver cordones sanitarios, y ni siquiera está claro que funcionen. Pero esta jugada obliga a retratarse a todo el mundo.

Y dos: la debacle del PSOE requiere un examen de conciencia. Después de 36 años al mando se puede aludir al desgaste, a la movilización de un voto de protesta o criticar el liderazgo de Díaz: la realidad es que muchos votantes se han quedado en casa por la corrupción. La Gürtel desalojó a Rajoy de La Moncloa; los ERE son uno de los detonantes de la salida de Díaz de San Telmo. Los socialistas pueden optar por la melancolía tan habitual en la socialdemocracia europea, incapaz de desperdiciar la oportunidad de perder la oportunidad. O pueden movilizarse, reaccionar: salvar a la derecha del populismo extremista sería un efecto secundario de esa reacción.

La democracia liberal se cae a pedazos en todo el mundo. Las épocas de zozobra económica y política alumbran monstruos: la silueta de la modalidad española de ese monstruo es cada vez menos difusa. La democracia, como el capitalismo, sobrevive a las crisis por su capacidad de adaptación. Pero los 400.000 votos de Vox anticipan futuras réplicas del terremoto andaluz. Con los bárbaros rondando el Coliseo, el riesgo de derribo está ahí. Puede que esta vez sí estemos ante una nueva era. “La nueva era, la vieja desventura”, dice Ferlosio.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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