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Morir en Galicia de 36 puñaladas por una deuda de 45 euros

Yulisa Altagracia, madre y abuela, trabajadora de una conservera, camarera y prostituta, se desangró lentamente y con dolor. Sus supuestos asesinos, narcos de medio pelo de Ribeira, mantienen defensas opuestas

Yulisa Altagracia Pérez.
Yulisa Altagracia Pérez.

El 7 de junio de 2015 Yulisa Altagracia Pérez, de 39 años, ya no volvió a telefonear a su madre y a su hermana, como tantas tardes de domingo, para ver en la distancia la misma película por la televisión. Ella, en Ribeira; Isabel y Merche en Barcelona: "¿Mamá, qué estáis viendo? Pon Antena3, que están ahora con una muy buena y la vemos todas", decía. Altagracia, madre de tres hijos, abuela de otros tres niños, dominicana llegada a Cataluña tras los pasos de su madre hace 16 años con un contrato de trabajadora doméstica, acabó asentándose en Ribeira (A Coruña) y encabalgó contratos temporales en una importante conservera hasta que recaló en la prostitución para mantener a su prole en el país caribeño. Su cuerpo desangrado, con al menos 36 puñaladas de hasta siete centímetros que le cosían la cara, las manos y el tórax, fue hallado el mismo día de su muerte por el dueño de un viñedo de difícil acceso, oculto tras los depósitos del agua de riego. Hoy ha comenzado ante un jurado popular el juicio por su asesinato con dos acusados en el banquillo en calidad de coautores. Melisa Abelleira y Ventura Lustres, vecinos de la comarca coruñesa de O Barbanza, el norte de la ría de Arousa, eran entonces pareja y traficantes al menudeo de cocaína.

Aunque ninguno ha reconocido la autoría del crimen en la primera sesión y ambos han desplegado estrategias de defensa contrapuestas, ha salido a la luz que la víctima, en los últimos tiempos consumidora de droga por ese ambiente en el que se buscaba el sustento, tenía con ellos una deuda de 45 euros. La autopsia determinó que Altagracia falleció por choque hipovolémico, una lenta hemorragia interna y externa que redujo el flujo sanguíneo hasta que el corazón quedó sin sangre que bombear y las células sin alimento para funcionar. Esta muerte "brutal y a sangre fría", según la acusación le produjo un "intenso dolor" antes de fallecer.

Los acusados, en especial él, eran viejos conocidos de la Guardia Civil por su historial de narcotráfico, delitos de amenazas, lesiones y robos. Pocos meses antes de la muerte de Yulisa Altagracia, en el Ibiza blanco que usaba la pareja fueron hallados dos bates de béisbol y un puño americano, y cuando fueron detenidos como sospechosos del asesinato, en el registro del piso que compartían Abelleira y Lustres se encontraron además una pistola, munición, cuchillos, porras y un arma de descargas eléctricas. Entre los antecedentes en su haber se suman amenazas varias, alguna pierna rota e incluso el tiroteo de una vivienda cuyos moradores, según se ha relatado en la sesión, también les debían dinero. La fama de violentos de ambos acusados es, por tanto, conocida en la zona. El mismo territorio en el que José Enrique Abuín, alias El Chicle, se había dedicado también al narcotráfico antes de acabar con la vida de la turista Diana Quer. Pero en el polo opuesto a la expectación mediática del caso de la joven madrileña, hoy en el juicio solo había estudiantes de Derecho, y nada de medios de comunicación. "Es porque era extranjera, y prostituta", ha resumido la madre de la víctima, Isabel Pérez.

"Era muy buena hija, muy buena madre, muy buena hermana. Cualquier problema lo afrontaba con una sonrisa: era una persona maravillosa", describe a la víctima la hermana mayor, Mercedes. La última vez que se vio con vida a Altagracia su imagen quedó registrada en las grabaciones de seguridad del bar Maruxía de Ribeira. Estaba allí sentada en un ángulo de la barra con varios conocidos poco antes de las 9.30 horas de la mañana del domingo 7 de junio. Recibió una llamada desde un móvil a nombre de Melisa Abelleira, y enseguida apareció ante las cámaras, pero oculta con visera, la acusada para insistirle una y otra vez en que debía salir y acompañarla. Antes de abandonar el local, la víctima pidió a su amigo Jesús Pérez que tomase nota de la matrícula del Ibiza blanco que había venido a buscarla "por si" le "pasaba algo". Pérez creyó que estaba de "cachondeo", pero aún así, en vez de anotar, hizo una foto del vehículo con el móvil. Resultó que el coche, propiedad de Abelleira, que lo conducía sin carné, era ya familiar para los cuerpos de seguridad de la comarca.

Esa fue la primera pista de la que empezaron a tirar al día siguiente los investigadores para acabar arrestando a la pareja acusada, a la que ahora la fiscal del caso pide 20 años de prisión (para cada uno) por un delito de asesinato con ensañamiento y Antonio Fernández, el abogado de la acusación particular (que ejercen la madre y la única hermana de Yulisa Altagracia), reclama 25 por las agravantes de abuso de superioridad y de confianza. Además, el letrado exige que los acusados indemnicen a la familia de la fallecida (madre, hermana e hijos) con 350.000 euros, y que se les prohíba aproximarse o comunicarse con los parientes durante 35 años. Melisa Abelleira (extrabajadora de la misma conservera que la víctima) y Ventura Lustres, con un hijo en común, no llegaron a permanecer medio año en la prisión de Teixeiro (A Coruña) tras su detención. Una decisión judicial los devolvió a la calle y ambos siguen viviendo en la zona, aunque ya no son pareja y ella ha dado a luz una hija con un nuevo compañero que se suma a los vástagos que ya tenía antes.

Melisa Abelleira junto a su abogado, Luciano Prado, y al fondo, Ventura Lustres.
Melisa Abelleira junto a su abogado, Luciano Prado, y al fondo, Ventura Lustres.ÓSCAR CORRAL

Los repetidores telefónicos sitúan juntos los móviles de la víctima y sus dos supuestos verdugos en una franja de más de dos horas desde que es recogida en el bar Maruxía. También los ubican en un lugar compatible con la finca de A Pobra do Caramiñal donde se halló el cuerpo, aledaña a una que pertenece a la familia de Abelleira. La autopsia determinó que la muerte se produjo en ese tiempo y antes de las 12.30 horas. Tanto una amiga íntima de Yulisa Altagracia como Ventura Lustres han señalado hoy a Melisa Abelleira como la persona que le vendía directamente la coca a la mujer asesinada, a la que él insiste en llamar Rumira, el nombre con el que Yulisa era conocida en algún local de ambiente. Según el acusado, él ni se dedicaba al narcotráfico ni sabía que en su casa había cuatro bolsas termoselladas con cocaína y básculas de precisión.

Tampoco usaba móvil, dice, aunque en los registros se les interviniesen varios. Ha afirmado que todos los aparatos, lo mismo que las armas, eran de su pareja, que pagaba la hipoteca del piso de A Pobra vendiendo droga. Y que en concreto aquella mañana él se la pasó durmiendo en casa, intoxicado con coca, cervezas y cubalibres después de toda una "noche de fiesta" entre las localidades de Ribeira y Boiro. Sin saber lo que hizo Abelleira en toda la mañana, en torno al mediodía del domingo, según su versión, la que entonces era su novia lo despertó y le propuso ir a tomar un churrasco a un merendero cercano con un conocido al que jamás antes habían invitado a una parrillada y con el que tampoco existía una estrecha relación. La chica se había cambiado de ropa.

Pero hoy en su turno la acusada ha expuesto mirando cara a cara al jurado popular, entre llantos que a cada rato parecían entrecortarle la voz, que vivía con "pánico" con un "violento" Ventura Lustres; que era él el que llevaba el negocio de la droga y mantenía requisados todos los móviles; que la mantenía encerrada en casa, aislada de sus amigos; y que ella obedecía absolutamente en todo porque la "amenazaba" con "quemar" a sus hijos. Después de ingresar en prisión, asistió a un vis a vis con él y después se hizo "la enferma" para no tener que volver a verlo. En Teixeiro pidió una orden de incompatibilidad para evitar coincidir con su pareja fuera del módulo de mujeres, y escribió una carta a la juez instructora para cambiar radicalmente su declaración inicial, encaminada a favor de Lustres. Entonces también se abrieron diligencias para investigar los supuestos maltratos, pero en poco tiempo quedaron archivadas.

En otro arranque de lloros esta mañana la acusada ha llegado a describir al juez y al jurado cómo en uno de los trayectos del furgón de la Guardia Civil, tras su detención, el hombre la obligó a hacerle una felación. Abelleira y su abogado, Luciano Prado, se han volcado en dibujar el retrato de una mujer sometida y maltratada que trató varias veces de suicidarse para acabar con su infierno doméstico. Según ella, Lustres la obligaba a consumir cocaína, y si se negaba le metía "la cabeza en la bolsa de la droga". Asegura que el 7 de junio de 2015 fue a recoger a Yulisa al bar "cumpliendo órdenes" del acusado, que le contó que es que tenía unos clientes esperando a la mujer dominicana "para un servicio". Luego, según ella, se quedó en el piso mientras Lustres marchó con la víctima en el coche.

Al regresar, según su versión, él tenía la chaqueta blanca del chándal ensangrentada. Se sacó la ropa, le obligó a ella también a sacársela, y metió todo en una bolsa. Después le mandó telefonear a ese amigo que no lo era tanto para proponerle una churrascada. La fiscalía y la acusación particular ven en este episodio del asado, para el que llegaron a comprar costillas de cerdo y pollo aquella mañana pero para el que nunca llegaron a hacer las brasas, el torpe intento de construir una coartada, fallida y a destiempo. Porque la cita en el merendero tuvo lugar en torno a las tres de la tarde y Altagracia se desangró varias horas antes.

Aquella tarde, según Abelleira, Lustres bajó a la calle y limpió el coche "durante una hora" con "un cubo de agua y amoníaco o lejía". La alfombrilla del maletero nunca volvió a aparecer después de aquella fecha, un detalle del que los exnovios se responsabilizan también mutuamente. Por la noche, un guardapesca declaró que vio a Lustres y el coche en una zona de playa donde hay varias cañerías de vierten en el mar. El arma homicida y el enorme bolso imitación de cocodrilo con los objetos personales de Yulisa jamás aparecieron. Pasado el tiempo, un particular encontró en Aguiño (Ribeira) el carné de identidad plastificado de la víctima flotando en el agua. Según el acusado, el 7 de junio había ido a la playa, sí, pero para "furtivear". Una actividad por la que no era conocido entre los vigilantes de los arenales de la comarca.

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