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Amarillo, la construcción de un color para una causa

La multiplicación en Cataluña de los lazos amarillos se ha producido en apenas un año y recupera un tono con tradicional mala fama

Guillermo Altares
Lazos amarillos en una calle de Corçà (Girona), el pasado 29 de agosto.
Lazos amarillos en una calle de Corçà (Girona), el pasado 29 de agosto.Toni Ferragut

El amarillo es un color que nunca ha tenido demasiada buena fama en Occidente. Sin embargo, los lazos amarillos han inundado las calles de Cataluña como símbolo del movimiento independentista y para pedir la liberación de los políticos presos. Su presencia es tan machacona que casi da la sensación de que responde a una vieja tradición, pero solo empezaron a generalizarse en otoño del año pasado. Este martes se celebrará la primera Diada en la que estarán en la calle. Su multiplicación representa una muestra en directo de cómo el independentismo construye su relato y lo adorna hasta convertirlo en mitología.

“En 15 días, el color se transformó en algo que parecía que llevaba allí toda la vida”, explica el historiador Jordi Canal, profesor de l’École des Hautes Études en Ciencias Sociales de París y autor, entre otros ensayos, de Con permiso de Kafka. El proceso independentista en Cataluña (Ariel), una obra que dedica un capítulo a la simbología del procés. “Hemos visto cómo se construye un color y cómo ese color construye significados, como se le da un nuevo sentido. Cuando comenzó a triunfar, se le empezó a buscar tradiciones y se dijo que venía del siglo XVIII, que en la época de la Guerra de Sucesión se dieron casos de personas detenidas porque se habían colocado un lazo amarillo en el sombrero como protesta contra las autoridades borbónicas. No es imposible, lo que es evidente es que no hubo continuidad”, prosigue Canal, quien también ha escrito una Historia mínima de Cataluña (Turner).

Utilizado desde el 17 de octubre de 2017, cuando se pidió que se luciese para pedir la libertad de los líderes independentistas Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, el origen del lazo amarillo no está claro. En otras ocasiones, sobre todo en 2014, ya se había intentado que encarnase la aspiración de independencia de Cataluña, pero el símbolo no había llegado a cuajar entre los soberanistas. Cuando comenzó a multiplicarse en las calles, entonces surgió un pasado remoto. “Muchas tradiciones son invenciones del siglo XIX o del XX. Las cosas se reasignan y se les da otra lectura. Es algo que ocurre en muchos lugares del mundo”, explica Canal.

En su libro, este historiador aventura tres hipótesis sobre su origen: porque se trata de un símbolo asociado en Estados Unidos y Canadá con los soldados ausentes —ahí están las canciones tradicionales The yellow rose of Texas (La rosa amarilla de Texas) y She wore a yellow ribon (Ella lucía un lazo amarillo), popularizada en La legión invencible de John Ford— y porque era uno de los pocos colores que quedaban libres para defender una causa con un lazo en la solapa. Sin embargo, sí había encarnado otras causas: por ejemplo se utiliza en el día mundial contra la espina bífida y en Corea del Sur se asocia con la defensa de la justicia para las mujeres esclavizadas sexualmente por el Ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial. El tercer motivo que apunta Canal en Con permiso de Kafka es que se trata de un emoticono que estaba libre, sin una asignación simbólica clara.

El amarillo tiene, además, una presencia importante en la bandera independentista, la estelada, y permite una rotundidad cromática en las manifestaciones. En la Diada de 2017 el color elegido para la movilización fue el amarillo brillante, pero luego no tuvo una traducción en las calles. La pregunta es si se mantendrá el amarillo como color independentista una vez que pase el proceso por el Tribunal Supremo. Este año, paradójicamente, el calor de la Diada es un naranja intenso.

“Estamos viviendo en vivo lo que nos cuenta Pastoureau en sus libros”, prosigue Canal. Se refiere al gran historiador francés Michel Pastoureau, que es el mayor exponente de una rama de la historia que se dedica a estudiar los colores y cómo se cargan de significado hasta transformarse en símbolos. Autor de numerosos libros, el último que se ha publicado en castellano es Los colores de nuestros recuerdos (Periférica, traducción de Laura Salas Rodríguez).

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Las páginas que dedica al amarillo dejan en muy mal lugar al color de los girasoles de Van Gogh, de las oficinas de correos en Francia y los buzones en España, de la camiseta del ganador del Tour, de los primeros post-it, de los taxis de Nueva York o del personaje de dibujos animados Piolín... Y eso que Pastoureau ni siquiera cita que el amarillo trae mala suerte en el teatro, porque el color maldito en un estreno en Francia es el verde –en España se dice que Molière iba vestido de amarillo cuando murió en escena, mientras que en Francia se atribuye el maleficio al verde, un color que se obtenía con productos tóxicos y que, por lo tanto, era peligroso–.

Los cómicos no son los únicos que huyen del amarillo: la encuesta Global Automotive que mide la popularidad de los colores de los coches indicaba que en 2016 solo un 3% de los consumidores habían escogido un coche amarillo —tampoco es que sorprenda a nadie—. En Europa era un 1%, mientras que en Asia, donde sí es un color que tiene connotaciones positivas, era el 5%. Una encuesta del año 2000, citada por Eva Heller en Psychologie de la couleur – effets et symboliques, aseguraba que solo el 6% de los europeos elegía el amarillo como color favorito frente, por ejemplo, al 45% el azul y el 15% el verde.

En Los colores de mis recuerdos, Pastoureau escribe: “La historia del color amarillo en Europa es el relato de una larga desvalorización”. “En Grecia y Roma se trata de un color apreciado. Pero en la Edad Media el amarillo se devalúa, se convierte en el color de la mentira y la cobardía, luego en el de la felonía y la infamia. Es el color de los traidores que aparecen en las canciones de gesta. También es el color impuesto a los excluidos y a los reprobados (judíos, herejes, leprosos, condenados), en forma de marcas infamantes o de insignias indumentarias”, escribe el historiador francés, quien asegura que también se asocia con la enfermedad, los esquiroles, los celosos y los traidores. “Solo existe un buen amarillo para la sensibilidad medieval: el oro”, señala.

El maillot amarillo del Tour de Francia sirvió para recuperar un poco la mala fama de este color. Ahora, regresa con un nuevo pasado mítico y se ha convertido este verano en el centro de la división política en Cataluña, señalando espacios y personas que no lo llevan o que lo quieren quitar, desatando enfrentamientos. “Identificarse y reconocerse resultan tan importante como politizar privadamente lo público”, escribe Canal. “El paisaje urbano catalán está mutando. La estrategia de ocupación visual del espacio público resulta evidente”. Y los lazos no llevan ni un año en la calle.

Colores y banderas

El amarillo siempre había tenido un cierto protagonismo en las Diadas, las grandes manifestaciones independentistas que se celebran el 11 de septiembre. El símbolo de 2016 fue un círculo amarillo, rodeado de blanco, que no llegó nunca a tener el predicamento popular del lazo. El año pasado muchos manifestantes lucían camisetas amarillas reflectantes, pero la variedad cromática era muy diversa porque el amarillo competía con los otros colores de la estelada: el rojo, el azul y el blanco de la estrella en su versión clásica. Existe otra versión de la bandera independentista exclusivamente amarilla y roja. Paradójicamente, comparten los colores fundamentales con la bandera española.

El asunto de las banderas es especialmente peliagudo porque, como explica Pastoureau en su libro Una historia simbólica de la Edad Media (Akal), "las banderas modernas y contemporáneas han suscitado un silencio de los historiadores difícilmente comprensible". "¿Por qué?", se pregunta el historiador. "Solo existe una respuesta: porque dan miedo a los investigadores". Su teoría es que, dadas las pasiones que siguen despertando, es mejor no meterse demasiado a investigar sus orígenes porque, al ser reinterpretaciones de los siglos XIX y XX de tradiciones muchas veces inventadas, pueden esconder muchas decepciones. En el caso de la estelada, su origen está claro: su inspiración se encuentra sobre todo en la bandera cubana.

Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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