Rosa María Mateo, la gran dama de la tele
La veterana periodista regresa como administradora única de RTVE para resolver la crisis
La torpeza con que el PSOE y Podemos trataron de amañar el ungimiento del nuevo consejo de RTVE ha requerido un antídoto tan elocuente y reputado como el de Rosa María Mateo, musa catódica de la Transición y protagonista extemporánea de la crisis política que ha sacudido la estabilidad y la credibilidad de la corporación. Será ella la administradora única de la casa, aunque su designación ha implicado la carambola de una chapuza parlamentaria —el consejo de RTVE previsto no superó el consenso parlamentario por un descuido en la última votación—, y estuvo expuesto al veto especulativo del PDeCat. No por razones personales, sino porque el puesto televisivo era un instrumento de coacción al Gobierno de Sánchez en la negociación de los privilegios soberanistas.
Lejos del ruido coyuntural, Rosa María Mateo, de 76 años, se antoja una figura ortodoxa, senatorial. La propia brevedad del mandato —una gestión provisional de algunos meses hasta que se escoja por concurso al nuevo consejo— sobrecarga de responsabilidad la dirección de un ente hiperbólico cuyo presupuesto rebasa los 1.000 millones de euros y cuya plantilla alcanza los 6.500 trabajadores. ¿Es Rosa María Mateo la respuesta a la emergencia? ¿Necesita RTVE el liderazgo de una periodista histórica o requiere la mediación de un gestor aséptico?
Las interrogaciones que ha suscitado el nombramiento han pesado menos que el prestigio y el carisma de la administradora. Ha sido percibida como una figura de consenso, de equilibrio y de sensatez, y como una evocación más o menos supersticiosa de la edad dorada de la tele, aunque la decisión de Sánchez ha sorprendido a la propia Mateo y le ha suscitado vértigo. No ya por haberse desvinculado de RTVE en 1993, camino de su experiencia en la televisión privada (Antena 3), sino porque estaba bastante distanciada de la profesión desde hace 15 años, cultivando las aficiones al teatro y al cine. Y vinculada sentimentalmente al actor Miguel Rellán.
Su voz tranquilizó a los españoles en la lectura del comunicado en que los partidos abjuraron del 23-F
Ella misma declaraba en 2011 haber sido apartada de la profesión. Y atribuía su ostracismo a la discriminación de la edad y del género: “Porque el mundo laboral ha sido de los hombres”, confesaba en una entrevista a La Vanguardia. “Las arrugas de una mujer están peor vistas que en un hombre. Las mujeres se sienten obligadas y muchas se operan. Es como si la sociedad rechazara a las mujeres mayores. No se está valorando la experiencia”.
La experiencia, paradójica o curiosamente, ha sido el motivo que más se ha ponderado en la operación de rescate. No solo por cuestiones de edad, sino por la comprensión de la idiosincrasia de una empresa heterogénea y anómala. “La televisión que dejó Rosa María Mateo es diferente a la actual en su influencia, modelo, audiencia, pero también muy parecida en sus interioridades”, explicaba a EL PAÍS una colega de muchos galones. “RTVE es un reflejo de la propia España, en sus extremos, defectos y cualidades. Y la mejor manera de conciliarla es elegir bien al equipo. Rosa María Mateo es una mujer trabajadora, honesta, seria. Puede traernos la autoestima que necesitamos, el revulsivo que nos hace falta después de tantos vaivenes e incertidumbres en la casa”.
Fue precoz Rosa María Mateo en su relación con RTVE. Ganó por oposición su plaza en Radio Nacional de España (1963) y se incorporó a los servicios informativos en la segunda cadena de televisión en 1966. Se llamaba entonces el UHF. Emitía en blanco y negro. Y alcanzaba a la señal de apenas dos millones de receptores. Nada que ver con el salto al color y a la democracia que le proporcionó a Mateo presentar el hito mediático de Informe semanal (1974-1980). Era ella el rostro de la Transición. También la mesura, la serenidad y el timbre abaritonado de una perestroika ejemplar que puso en órbita el criterio de Pedro Erquicia y que pretendió sabotear el 23-F.
La voz narcotizante de la periodista tranquilizó a los españoles en la lectura del comunicado en que los partidos abjuraban del golpe. Y robustecía la credibilidad de Mateo camino de otras experiencias profesionales, bien como presentadora de informativos o como mediadora de espacios culturales (Fila 7, Crónica 3). Hizo la primera entrevista de su vida en televisión a Joaquín Sabina. Y le decepcionó la sexóloga feminista Shere Hite, aunque la conversación catódica más desafortunada fue con Fidel Castro en La Habana. Una entrevista que remarcó el 25º aniversario de la Revolución y que estimuló la máxima atención y reproches del espacio En portada (1984). “Fue un desastre. No estaba bien hecha. Ahora me avergonzaría”, confesaba a Jotdown la periodista. Aludía a la falta de espíritu crítico hacia el dictador, pero también a las agotadoras peroratas del propio Castro y a las coacciones editoriales que impuso su compañero Vicente Botín en la trastienda del acontecimiento.
Ante el ERE de 2003 en el ente público, trató de oponer una reivindicación a favor de sus compañeros
El enrarecimiento de las relaciones profesionales y las incomodidades políticas precipitaron su salida de la casa. Se había acabado el monopolio de la televisión pública. Y Mateo fue requerida como revulsivo en Antena 3. No funcionó demasiado bien el espacio de sucesos Al filo de la ley, y sí lo hizo en la conducción de los informativos. Una década de altibajos que terminó con un prosaico ERE en 2003 y al que la periodista trató de oponer una reivindicación de la dignidad y de las condiciones de precariedad de los compañeros. No sólo por la devaluación de los salarios, sino por la sobreexposición a las presiones político-editoriales.
Quiere decirse que Rosa María Mateo fue —es— una periodista comprometida. Lo estuvo en los albores del feminismo. Se significó como mujer de izquierdas. Abominó del espíritu parroquial con que se cubrieron las visitas de Juan Pablo II. Y reapareció en 2011, sumándose a las personalidades de afinidad socialista que apoyaban la candidatura de Rubalcaba.
Siete años después, Pedro Sánchez se aloja en La Moncloa. Y ha recurrido a ella. Rosa María Mateo se fue demasiado pronto. Llega acaso demasiado tarde. Y se le conceden poderes para muy poco tiempo en un cargo incendiario.
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