“El día del fin de ETA nosotros iremos al cementerio”
El 4 de mayo de 1983 un comando asesinó en Bilbao a dos policías y a la mujer de uno de ellos, embarazada de tres meses
Este 4 de mayo, marcado por el ceremonial que rodea al anuncio del fin de ETA, también está señalado por la fatalidad criminal. Un día como hoy hace 35 años, cuatro terroristas de la banda asesinaron a tiros en un garaje de Bilbao al teniente de la Policía Nacional Julio Segarra, al cabo del mismo cuerpo Pedro Barquero y a la esposa de este último, María Dolores Ledo, embarazada de tres meses. Es uno de los crímenes más espantosos cometidos por ETA en su largo historial de atentados, secuestros y amenazas. Los familiares no tienen ningún motivo para interesarse por la escenificación del adiós de la banda. “Hoy nosotros iremos al cementerio. ¿Qué más podemos hacer?”. Habla María Nieves Echebarría, que en 1983 quedó viuda del teniente con un bebé en brazos de solo ocho días de vida y otros dos hijos de 11 y 14 años de edad.
“Cada vez que estos días la tele da algo de ETA, a mi madre se le cambia la cara, se pone muy triste”, cuenta Andrés Morón Barquero, sobrino del cabo. Esta mujer que perdió un hermano de 30 años ha vestido de luto hasta hace muy poco, pero aún no se ha sacudido el sufrimiento y le irrita remover el pasado. Lo mismo le pasa a María Nieves, que era feliz junto a Julio y sus tres hijos hasta que el comando Vizcaya le arrebató a su marido. Todas las mañanas toma una pastilla “para levantar el ánimo”, aunque el disgusto no desaparecerá nunca.
Julio Segarra, nacido en Cabanillas del Campo (Guadalajara), llevaba desde 1966 en Bilbao y había cumplido 50 años pocos días antes de morir. Se consideraba “un amigo del pueblo vasco”, era “muy querido” en Etxebarri, donde residía, y por eso quizás “nunca llevaba la pistola encima” fuera de servicio, recuerda ahora su viuda, de 72 años. “Alguien de Herri Batasuna”, dice convencida, “debió ver en él una presa fácil y dio el chivatazo al comando”. Cuatro pistoleros le apresaron en un garaje, le amordazaron con cinta plástica y le ataron pies y manos con alambre y una cadena. “Iban a secuestrarle para utilizarle como moneda de cambio por unos presos etarras de la cárcel de Basauri”, relata ella. Cuando los captores se disponían a meterlo en el maletero, el cabo Barquero y su esposa aparecieron en el garaje. Ese día tenían cita con el ginecólogo. Pedro sacó su arma al ver la situación, pero los terroristas abrieron fuego antes y mataron a los dos policías. Seguido, uno de los asesinos dio el tiro de gracia a la mujer antes de huir y dejar en aquel lugar una escena terrorífica.
En alguna ocasión Julio y María Nieves habían hablado de irse del País Vasco porque en los 80 la fiebre terrorista hacía insoportable la vida de guardias y policías. Julio ya había enterrado a un amigo íntimo y “lo llevaba mal”. “Mejor si nos marchamos cuando haga el curso de capitán”, le propuso el teniente a su mujer. Todos esos planes fueron sustituidos de repente por otros más fatales: el funeral, el entierro, un dolor para siempre…
La Audiencia Nacional condenó a diferentes penas a los etarras Enrique Letona, José Félix Zabarte, Félix Esparza y Juan Manuel Inciarte por su participación en este atentado. María Nieves conoce a la familia de Zabarte, uno de los ejecutores (“su padre era de derechas y la torcida era su madre”, asegura), ya en libertad desde noviembre de 2013 tras permanecer 28 años entre rejas. “Perdonar, se puede perdonar, pero no se olvida. En mi familia falta un ser muy querido. Yo apoyo la prisión permanente revisable, para que esta gente cumpla íntegramente sus penas. Hay heridas que siguen doliendo mucho”, confiesa Andrés Morón.
“Yo no les he inculcado el odio a mis hijos”, afirma María Nieves, que necesitó atención psiquiátrica cuando se independizó su primogénito, hoy un reconocido psiquiatra. Ella y sus hijos siguen viviendo en Bizkaia y mantienen lazos muy afectuosos con Cabanillas, que dio a una calle el nombre de Julio Segarra; la familia del cabo Barquero reside en Almargen (Málaga), que dedicó un parque a su memoria, y la de María Dolores Ledo se trasladó hace años a Galicia. Hoy siguen pensando que los culpables de aquella tragedia del 4 de mayo de 1983 no les han pedido perdón.
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