A reloj parado, manda Mariano
Algún día los intelectuales indepes deberán examinar hasta qué punto fue la falta de visión de su dirigencia el factor fundamental que hizo colapsar el autogobierno
La consecuencia inmediata de aplazar la sesión de investidura es diáfana: se para el reloj, no corre ningún plazo. Ni para una segunda investidura, ni para la convocatoria automática de elecciones a los dos meses (caso de no entronizarse un president y un Govern). Ni para empezar a contar un año antes de una convocatoria voluntaria (no automática) a urnas.
Esa es la consecuencia técnico-parlamentaria. La consecuencia política consiste en que sigue rigiendo la intervención de la Generalitat por el Gobierno central, vía artículo 155 de la Constitución. Más que eso, se prolonga esa situación, porque solo concluirá cuando se haya constituido un Govern (legal) en Cataluña, según reza el mandato del Senado. De modo que en la práctica, Roger Torrent viene a prorrogar —veremos por cuánto tiempo— la traslación del mando del autogobierno catalán a Mariano Rajoy.
Es una reincidencia (de menor cuantía) de lo acontecido el 26/27 de octubre, cuando Carles Puigdemont se negó a convocar elecciones, mantuvo la República de juguete y provocó la aplicación del 155.
Algún día los intelectuales indepes deberán examinar hasta qué punto fue la falta de visión de su dirigencia el factor fundamental que hizo colapsar el autogobierno: primero, abrogándolo con las leyes de desconexión, después con estos otros episodios. La paradoja de este martes estriba en que el bueno de Torrent proclama que no es Rajoy quien nombra president y es él mismo quien prorroga las funciones del presidente del Gobierno como titular transicional de la Generalitat.
Las causas de este nuevo desaguisado —que profundiza la erosión de las instituciones— son también claras. La más evidente es que el titular de la Cámara pretende ganar tiempo, esperando que la Justicia, naturalmente española (otra doble paradoja) resuelva en su favor los recursos que facilitarían la investidura del president prófugo. O que al menos, quede claro que ha agotado todos los caminos practicables. Practicables, esto es clave y novedoso respecto de la anterior legislatura: Torrent no se exhibe como un Forcadell-bis. Jugará cuanto pueda con los intersticios legales, pero no se le ve afición a acabar entre rejas.
Hay otras causas de fondo. Como la dificultad de cohonestar el discurso milenarista del expresident, dispuesto a todo, con las necesidades materiales y prácticas del movimiento indepe, al que le urge reocupar espacios de poder para fortificar sus lábiles y vulnerables posiciones. Como la ausencia de un contraliderazgo que sepa, según formuló Joan Tardà, “sacrificar” al prófugo si es lo conveniente.
O como la falta de aceptación de la situación del sempiterno empate técnico que habita el secesionismo, incluso consigo mismo: habilitado por las urnas para gobernar, pero imposibilitado por las mismas (y por el ejercicio de legalidad, imperativo europeo y realidad económica) para imponer la vía unilateral. Por no subrayar con el empate que se reitera en la ciudadanía catalana a cada convocatoria. Y el empate suele incentivar, al cabo, la parálisis.
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