Veinte años del ‘boom’ de la inmigración latinoamericana
El legado de los migrantes sigue vivo pese a que muchos emprendieron el viaje de regreso
“Oiga, ¿puedo pedirle un favor?, cuide a mi mamá en Madrid”. Fue la súplica de Santiago, un pequeño de nueve años e impresionantes ojos verdes, aferrado a la mano de Marcela, su progenitora, antes de que esta emprendiera viaje a España. La joven madre soltera dejó Bogotá (Colombia) para emplearse en un salón de belleza en Móstoles (Madrid). Era 2007. La crisis económica todavía no golpeaba con fuerza. España estaba de moda. Gozaba de riqueza, crecía y necesitaba mano de obra extranjera. Al país arribaban contingentes de trabajadores foráneos para realizar labores que no estaban cubiertas por los nacionales.
Dos décadas han transcurrido del gran boom de la inmigración latinoamericana a España. El país no es el mismo desde entonces. La explosiva llegada de miles de extranjeros a finales de los noventa y principios del siglo XXI contribuyó al crecimiento económico, provocó un cambio en los sistemas educativo y sanitario; pero, sobre todo, transformó la fisonomía de su sociedad.
Su legado sigue vivo. Se encargaron del cuidado de los niños y los abuelos. La huella de sus costumbres se mantiene latente en los barrios gracias al fervor religioso que reavivó las iglesias, la práctica de sus deportes autóctonos –ecuavoley y béisbol–, o la celebración de sus fiestas –Inti Raymi y Quince Años–. En lo económico, participaron en la construcción de obras emblemáticas en la capital –como las Cuatro Torres o la ampliación del Metro–, y protagonizaron el surgimiento de nuevos negocios.
Recorrer Latinoamérica sin salir de Madrid
Sus calles transpiran heterogeneidad frente a la unidad cultural y religiosa de antaño. Hoy, 610.871 personas nacidas en Latinoamérica viven en la Comunidad de Madrid según el INE (más de la mitad de ellos nacionalizados españoles). Han pasado veinte años de esa oleada de historias que alteraron la radiografía de esta urbe con su cargamento de costumbres y tradiciones.
Nuevos acentos, nuevos sonidos, nuevos olores se colaron en los pisos de los edificios que iban dejando los mayores. No faltaron las miradas de desconfianza. Los roces. Es lo que tiene la convivencia.
Esa mudanza que trajo modos de habitar importados dejó su huella en el espacio físico. Los parques de El Retiro, Fuente del Berro, Pintor Rosales, Agustín Rodríguez Sahagún… se transformaron como punto de encuentro en días de libranza. Ahí se instalaron canchas para practicar sus deportes, puestos improvisados de venta de comida, de cortes de pelo a 5 euros, de masajes con mentol chino.
En esta metrópoli, la nueva casta de emprendedores latinoamericanos consiguió romper con sus comercios la monotonía de envejecidos barrios. El negocio de la nostalgia empujó –donde años atrás se ubicaban mercerías o ferreterías–, la proliferación de locutorios, de restaurantes étnicos, panaderías ecuatorianas, peluquerías dominicanas, pollerías peruanas, agencias de viajes especializadas y locales de lencería colombiana.
Mercados como el de Mostenses o Maravillas, incluyeron en su oferta los productos de los países de origen de los extranjeros (yuca, plátano macho, mote, lulo, tomate de árbol…). Las ventas se multiplicaron. Más de uno de esos alimentos encontró un hueco en las grandes superficies y no tardó en aparecer en las mesas españolas o como bandera de propuestas gastronómicas de cocina fusión. La empresa Nativo, que en 1997 comenzó a importar estos productos, fue adquirida una década después por Goya Foods, la mayor firma hispana de alimentos para latinos en Estados Unidos.
En un entorno de saturación bancaria los inmigrantes se convirtieron en una de las principales fuentes de captación de clientes. Con el abaratamiento del coste de las transferencias de dinero, bancos y cajas buscaron acabar con el culto que profesaban a remesadoras y locutorios. Querían fidelizarlos. Crearon unidades especiales y productos como seguros de repatriación adaptados a sus necesidades. Incluso Banco Pichincha, principal entidad financiera en Ecuador, consiguió una licencia bancaria para instalarse en estas tierras. Hoy cuenta con 15 oficinas en España.
En la fotografía del Pequeño Caribe en Tetuán, de Villaverde, Vallecas o Usera pervive el fenómeno de las bandas latinas. Emergía una nueva forma de delincuencia juvenil que también fue materia prima para los medios de comunicación dirigidos a este colectivo que nacieron de manera amateur. La apuesta económica de empresas privadas los convirtió en un sector en auge para anunciantes, partidos políticos y poderes públicos conscientes de la influencia que ejercían. La que fuera la red de televisiones locales del Grupo PRISA, Localia, emitió con gran éxito –en España y en Ecuador– el programa Ecuador Latitud Cero, de marzo de 2004 a octubre de 2005. Hay emisoras como Tropical, Ecuatoriana o Tentación que siguen al aire. La revista Ocio Latino fue la pionera en 1995 y de las pocas que aún se mantiene. La crisis arrasó con publicaciones como Latino, Sí Se Puede o Raíz.
Ya en los años ochenta fue el puertorriqueño Lalo Rodríguez el primer salsero que cautivó a España con su Devórame otra vez. El rock de estos días no se entiende sin la influencia del argentino Moris que cantó como nadie al Madrid de finales de los setenta, o de los Tequila, el otrora dúo argentino compuesto por Ariel Rot y Alejo Stivel, que sigue sonando en las radios. Tampoco se entiende ya la manera de hacer teatro sin las escuelas de interpretación de los argentinos Cristina Rota o Eduardo Recabarren o los primeros talleres de escritura creativa sin la figura de Clara Obligado.
América Latina no solo heredó el idioma de la madre patria, también su religión y algunas costumbres. Países como Ecuador, Colombia, Perú y México mantienen viva la tradición de la Fiesta Brava. Por las escuela de tauromaquia Marcial Lalanda de la Casa de Campo han pasado grupos de jóvenes latinoamericanos que sueñan con el triunfo rodeados de capotes y muletas, a muchos les gustaría emular a César Rincón, el exitoso matador colombiano.
Cambio de rumbo
La caída de la economía y una tasa de paro que llegó a rozar el 27 % en 2013 convirtieron la existencia de miles de inmigrantes en un laberinto de cuentas que no cuadraban, de idas y venidas con currículos bajo el brazo, de deudas que no se pagaban. Para muchos fue el principio del fin de su proyecto migratorio. Gracias al pasaporte español, rehicieron su vida (otra vez) en Inglaterra, Suiza, Francia e, incluso, en Estados Unidos, clásico destino de la emigración latinoamericana donde hoy residen más de 50 millones de hispanos.
Lo cierto es que España es el país de herencia. El lugar de algún abuelo andaluz, gallego o asturiano... Y Madrid esa ciudad que un día los acogió y a algunos, también, expulsó. Aunque transcurran los años, el legado de esa transformación seguirá presente en cada una de sus esquinas.
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