Cambio de clima
Hay dos vectores nuevos en el campo de fuerzas desencadenado por el 1-O: el rebrote del nacionalismo español y la aparición de una demanda cívica de soluciones a los políticos
Hay algo que ha comenzado a cambiar esta semana. Aún no acaba de cuajar ni ha sido captado tampoco por la demoscopia, pero parece claro que hay dos vectores nuevos como mínimo en el complejo campo de fuerzas desencadenado por el 1-O. Uno es el rebrote intensísimo de nacionalismo español, expresado en la inundación de banderas constitucionales en los balcones y en las manifestaciones contra la independencia en toda España e incluso en Cataluña. La otra es la aparición innovadora de una demanda cívica de soluciones a los políticos bajo la bandera de la ausencia de banderas, tal como se ha expresado en las manifestaciones este sábado ante los ayuntamientos de toda España bajo la consigna de 'Parlem , Hablemos '.
Los catalizadores del cambio son, sin demasiadas dudas, los tres graves acontecimientos de la semana: la celebración traumática del fallido referéndum de autodeterminación; la primera 'huelga de país' que ha conocido Cataluña; y la estampida de las empresas catalanas ante el anuncio de la inminente Declaración Unilateral de Independencia.
En el rebrote de españolismo hay una reacción al hartazgo de esteladas, mientras que en las manifestaciones en favor del diálogo hay una reacción al hartazgo de banderas de todo tipo. Si el primer vector es una fuerza unitarista simétrica en relación a la fuerza separadora del independentismo, con la pretensión de neutralizarlo como mínimo y si es posible vencerlo, el segundo reclama el retorno a la palabra, que es el instrumento por excelencia de la política, en lugar de la amenaza, la presión en la calle o la violencia represora. Por un lado, pues, choque de nacionalismos, y antinacionalismo, por otro. Estos dos vectores nuevos son paralelos, el primero respecto a la voluntad liquidadora de la secesión, en aplicación sobre todo del artículo 155 de la Constitución, y el segundo respecto a las iniciativas de moda estos días en Barcelona, alrededor de una mediación y de una negociación incluso entre los gobiernos de Madrid y de Barcelona.
He dicho que no hay todavía datos demoscópicos, pero sí hay intuiciones de quienes se dedican a hacer las encuestas de opinión. Y parece que la opinión española está virando respecto a Cataluña, y no precisamente en sentido negativo. Paradójicamente, en el mismo momento en que se intensifica el nacionalismo español, podría estar configurándose una mayoría de españoles dispuestos a admitir una solución 'a la vasca'. También sucede lo mismo respecto a una reforma constitucional que reconozca la singularidad catalana. E incluso ya parece que habrá pronto encuestas que detectarán la aparición de una mayoría en favor de la celebración de un referéndum pactado y legal sobre el futuro de Cataluña, aunque todavía es una tendencia muy débil y minoritaria entre los votantes del PP.
A la vista de la correlación de fuerzas nueva que se está componiendo y de la fluidez de la situación, lo más sensato será evitar decisiones precipitadas, como sería la DUI el mismo martes, o incluso tergiversadoras o tramposas, como sería una DUI en fases o diferida, que no dejaría de ser el mismo de cara al orden constitucional que el Gobierno se ha propuesto restaurar. Hay que decir pues que DUI es DUI, del mismo modo que Brexit es Brexit según la sentencia ya superada de la señora May. En nuestro caso, sin embargo, no hay una DUI dura y una DUI ligera, sino que todas son duras y no admiten otra fórmula que las que ya han propuesto las dos personalidades más lúcidas y razonables del campo independentista, que son Andreu Mas-Colell y Santi Vila.
La conclusión pues es bien clara, si no queremos dañarnos a nosotros mismos esta semana, justo cuando el clima ha comenzado a cambiar e incluso en algunos aspectos se suaviza, necesitamos que Puigdemont y Junts pel Sí se libren de una vez de la dictadura de la CUP y paralicen la DUI. El resto son florituras.
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