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La sombra de la democracia

Habrá votaciones pero nada que pueda presentarse como un referéndum o ni siquiera un plebiscito

Un hombre en una calle de Barcelona con una estelada.
Un hombre en una calle de Barcelona con una estelada.Francisco Seco (AP)
Lluís Bassets
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Habrá urnas, habrá papeletas, habrá algo parecido a un censo electoral, habrá incluso mesas formadas por los primeros votantes que lleguen. Pero no será un referéndum y ni siquiera llegará a un plebiscito, en el que se suelen preservar las formas de la votación. Esta es la impresión que tengo al llegar sanos y salvos al viernes de la semana de todos los peligros, cuando ya ha empezado la ocupación de colegios para garantizar que se podrá votar. La sombra de la democracia.

A la vista está que Rajoy no cambiará. No lo ha hecho hasta ahora y no lo hará en el futuro. Actuará el Constitucional y actuarán los jueces, y a lo sumo la fiscalía, aunque a la vista de los desperfectos hasta ahora producidos hay que pensar que más bien se mantendrá recluida en la discreción. Las policías se limitarán a cumplir las órdenes de la justicia e impedirán la votación, con prudencia y estricta proporcionalidad si hacemos caso de los ecos que nos llegan de lo que piensan sus jefes.

Esto significa que, al final, se votará y se podrá contar, que es lo que Puigdemont desea, para poder anunciar al mundo por la noche los porcentajes de victoria del sí que permitirán, si lo cree conveniente, proceder a la famosa DUI en el Parlament a lo largo de la semana. Cabe pensar que así serán las cosas por el alto grado de movilización y por la precisión de reloj con que se ha organizado la jornada de votación, que será una simulación de referéndum organizada desde las redes y por esta razón de difícil prohibición.

La organización estará en manos de la misma gente que se apelotonará para ir a votar desde primera hora de la mañana. Da toda la impresión de que las urnas y las papeletas cazadas por la guardia civil pertenecían al Plan A, pero los contenedores chinos con el escudo de la Generalitat que ayer fueron presentados al público pertenecen al Plan B. Lo mismo sucede con la Sindicatura Electoral y con todos los medios logísticos paralizados por la acción de la justicia.

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En el Plan B, las urnas, las papeletas, las listas e incluso las mesas y sillas las aporta la propia gente, organizada por la ANC y por Omnium a través de grupos de whatsapp y correos electrónicos. Difícilmente una policía y una justicia analógicas podrán frenar un referéndum que se está organizando en el plano digital y que contará con multitud de escenarios alternativos para realizar la acción teatral de colocar mesas, urnas y proceder a votar. Si no puede hacerse en un sitio, habrá otro cerca a donde desplazarse, y si no al final en mitad de la calle rodeados por la masa que pretende votar.

La enorme ‘performance’ que se está preparando no hubiera sido posible sin la aquiescencia de Iglesias y Colau. El independentismo aporta el sujeto revolucionario que Podemos no ha conseguido materializar, este pueblo catalán que quiere liberarse, y Podemos le aporta la fuerza que le faltaba para convertir la jornada en un éxito como protesta aunque se pueda leer como votación de la independencia. Habrá al final de la jornada una pugna entre quienes mantendrán su lectura como una movilización y desautorizarán la DUI y los propietarios de la iniciativa que insistirán en aplicar a rajatabla la hoja de ruta. Esta es una partida que está por jugar y que habrá que seguir con atención.

Veremos por tanto una acción insólita en la historia reciente de las democracias occidentales. Insólito es que un gobierno legalmente constituido se alce tan campante contra la legalidad en la que se apoya y que le permite funcionar. Muestra de esta contradicción es el constante uso de los tribunales que hace el Gobierno Puigdemont después de aprobar decisiones y textos de apariencia legal que desacatan la Constitución y la legalidad. La ley del embudo es la ley catalana vigente: solo me sirven las leyes que me gustan y convienen. La otra novedad, que debe admirar a los movimientos de calle de todo el mundo, es la brillante utilización de las redes sociales y de la propaganda viral, que contrasta con la triste y antigua realidad analógica en la que se desenvuelve el Gobierno español.

No todo es belleza, bien y bondad en esta celebración independentista como suelen creer con fe del carbonero los entusiastas seguidores del Procés. El destrozo que ha producido el movimiento en la sociedad catalana ha sido colosal: empezó por el sistema de partidos, uno detrás de otro, y prácticamente no se ha ahorrado ni una sola institución, hasta llegar a las familias y a los grupos de amigos. Por no hablar de la parálisis del Gobierno catalán y de buena parte de la administración, también la comarcal y local, concentradas todas en la organización del 1-O.

Tiene su explicación: había que construir a toda prisa un nuevo pueblo independentista sobre las cenizas de aquel pueblo catalán unido y transversal en el que todos cabían. Esto se hace, según los manuales al uso, que los aliados de Podemos conocen a la perfección, mediante una adecuada operación de exclusión que distingue entre amigos y enemigos, un nosotros excluyente y un vosotros maldito o la oposición infame, de factura ex profeso para el Procés, entre independentismo y unionismo.

El resultado es que ahora hay dos pueblos, el que irá a votar el domingo, y el que se quedará en casa o irá a comer una paella, como aconsejaba con muy bien tino Miquel Iceta.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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