En busca del faro que se tragó el mar
Un equipo de submarinistas graba las ruinas del Faro Picamillo, engullido por el mal tiempo que azotó Galicia
No era un gigante como el de Alejandría, pero con su humilde torre de 12 metros de estatura revestida de azulejo llevaba iluminando con orgullo más de 80 años a los barcos que se aproximaban a la ría de Pontevedra. En la peor jornada del tren de temporales que sumió a Galicia en el caos a principios de mes, cuando la borrasca Kurt soplaba con una furia de más de 130 kilómetros por hora, las olas también descomunales tragaron para siempre el faro Picamillo. En las dramáticas fotos que hizo desde la costa embravecida algún testigo de la escena parece que la modesta torre-baliza de hormigón luchaba por tenerse en pie y seguir cumpliendo con la misión para la que fue construida en los años treinta. Las olas van decididas a por la estructura, en tropel y sin descanso, como siguiendo órdenes supremas; el faro trata de emerger, lucha por mantenerse a flote, pero toda la experiencia en temporales que guarda dentro de su grueso muro cilíndrico no le vale de nada en este apocalipsis y acaba yéndose a pique como un buque naufragado.
La Autoridad Portuaria de Marín, responsable del mantenimiento de esta señal marítima que marca el estribor de las embarcaciones que entran en la ría, daba aviso a navegación y confirmaba la desaparición. Donde había una luz verde que guiaba con destellos aislados cada cinco segundos ya no había más que tinieblas. Pero era preciso aguardar a que el viento y la lluvia marchasen con su ira a otra parte del planeta para poder ir al lugar a comprobar el tamaño del desastre. Todavía no se sabía entonces si la malograda estructura, que hundía sus raíces unos 15 metros bajo el agua, a poco más de una milla de Punta Faxilda (Sanxenxo) y a unas tres del archipiélago de Ons (Bueu), era recuperable. En cuanto el tiempo cambió de cara, un grupo de seis submarinistas de la escuela de buceo CelticSub (Sanxenxo) se acercaron en lancha motora desde el puerto y se aventuraron en las ruinas sumergidas.
Picamillo parecía un pecio fantasmal. Aún con el agua revuelta y turbia, uno de los miembros del equipo grabó con su cámara el grueso caparazón de la torre partido en "tres o cuatro enormes fragmentos", el sistema de iluminación, el cuadro eléctrico, barandillas, hierros, antenas y cables aplastados y retorcidos en su rigor de muerte. También restos de lo que era la base de cemento que aupaba el faro desde el fondo hasta un metro sobre el nivel del mar, un antiguo encofrado en el que todavía se aprecia la huella de tela de arpillera impresa en el hormigón. "Creemos que es que lanzaban el material directamente en sacos de cáñamo y así fraguaba", aventura el monitor.

Esta semana, si el tiempo acompaña, los hombres rana de CelticSub planean regresar al lugar para tratar de grabar el cadáver desmembrado con aguas más calmas y transparentes. "Había fragmentos del sistema eléctrico dispersos a unos 50 metros a la redonda. El impacto de la caída del Faro de Picamillo debió de ser brutal", cuenta el instructor del centro de buceo. Un rugido inmenso ahogado por el alarido larguísimo del viento despiadado que dejó sin hermana melliza a la torre-baliza de Os Camoucos, junto a Ons, la que marca el babor con luz roja a la diestra según se entra en la ría.
Eran iguales salvo en el color y en la frecuencia. La difunta, blanca con franja superior verde y luz de idéntico color. La viva, lo mismo pero colorada. Las dos se podían vislumbrar a siete millas náuticas. Camoucos continúa hoy hablando sola, lanzando cada 18 segundos tres destellos seguidos a los que su hermana ya no contesta con sus acostumbrados monosílabos. Un sí o un no, dependiendo del humor de quien la viera.
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